Abrí los ojos cuando la puerta de mi habitación se abrió, entrando un poco de luz del pasillo, miré hacia la ventana, aún era de noche, yo seguía desnuda, me había quedado dormida luego de tanto llorar y llorar, mi garganta estaba muy seca y me ardía un poco.
—Soy yo.—¿Quién más podría ser? Mis manos se aferraron a las sábanas cuando él se detuvo junto a la cama. No podía verlo con claridad, la habitación estaba a oscuras.—Novecientos noventa y nueve mil, novecientos noventa y nueve.—dijo. Apoyó sus manos en la cama y acercó su rostro al mío.—Esa es la cantidad de lo que me debes.
—Pe-Pero…—¿cómo podía ser eso posible? ¿En estas semanas mi deuda solo había bajado…nada?—No es posible, Matías.
—Te dije que sería un p**o como incentivo y que iría a mi criterio, Adriana. ¿Se te olvidó eso
