ABRIL 2017.
La primera vez que tuve que pasar tiempo con tu hijo, te odié demasiado, Jude.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Apenas me estaba recuperando de la pérdida de mi bebé y ya te guardaba cierto remordimiento por eso porque los estudios demostraron que fue el estrés el que me provocó la pérdida. En pocas palabras, tú me provocaste ese dolor irreparable.
Apenas estaba recuperándome, apenas comía o siquiera me esforzaba por salir de la cama para hacer el desayuno para ti cuando te decidías a quedarte en casa con tu esposa y no en tu otra casa con tu amante. Recuerdo que mirarme al espejo dolía y verte llegar a casa con una sonrisa me erizaba la piel mientras los instintos asesinos me rondaban la mente.
No te mentiré, Jude, parte de hacer estas cartas para ti era contar la verdad que jamás quisiste escuchar así que lo escribiré simplemente. Yo quería asesinarte, planeaba mientras dormías las mil y un formas de acabar con tu vida, cada noche que pasaba a tu lado era un martirio y moría de ganas por gritarte miles de cosas al rostro esperando que al menos así recapacitaras ya que habías decidido que amarme no era una opción, pero... pero era demasiado débil y todavía, dentro de mi pecho, ardía la necesidad de un poco de tu amor así que cuando eso sucedía, solo sacudía la cabeza y recordaba que te amaba.
Como siempre, estoy desviándome del tema.
El primer día en que vi a tu hijo, la tormenta más grande estaba azotando nuestra pequeña ciudad y tú como siempre, debías pasar a recoger al niño a la guardería mientras su madre se quedaba en casa como tú se lo pediste.
Quizás te sorprenda como sé todo esto porque para ti siempre he sido la idiota que no se enteraba de nada pero Jude, yo lo sabía todo desde el principio. Sabía que tú te encargabas de hacer una parrillada con los domingos en su casa, e invitaban a los vecinos para que fueran testigos de la hermosa y gran familia feliz que eran mientras en tu dedo todavía brillaba el oro de tu anillo de casado. Y así como sabía eso, sabía que tú te encargabas del niño para que ella pudiera terminar sus estudios en casa. Sabía que recogías a tu bebé y luego ibas a verla esperando que de milagro hubiera hecho la cena para ambos porque también sabía que ella no era esa clase de mujer y tú también, por algo contrataste a una mucama meses después.
En fin, ese día cuando la tormenta nos estaba azotando, las calles estaban tan repletas que no tuviste otra alternativa más que regresar a casa con el niño.
Recuerdo cuando vi tu coche estacionado fuera de casa, mi corazón brincó de alegría. Quizás ni siquiera le hayas prestado atención a esto pero era la primera vez en meses que tú te aparecías en casa luego del trabajo y yo lo recuerdo bien porque fue la primera vez luego de la pérdida de nuestro bebé, que me levanté de la cama con ánimos de saber de tu día. Es más que obvio que la decepción golpeó a mi puerta cuando te vi llegando con la pequeña silla de bebés.
No me malentiendas, no tenía nada en contra de tu niño pero verlo me recordaba lo que yo había perdido y lo que tú jamás te enteraste hasta ahora lo que me lleva a preguntarme ¿De haberlo sabido me habrías hecho cuidarlo de igual manera?
Recuerdo que abriste la puerta de casa. Nadie entraba, nadie venía de visita por lo que se podía oír todo a pesar de la lluvia y te oír entrar, te oí llegar y luego te oí subiendo las escaleras hasta nuestra habitación donde las luces siempre permanecían apagadas.
Quise esconderme en el baño, quise de verdad huir de ti y de la felicidad que irradiabas en ese entonces porque me hacías más daño que antes, pero entonces abriste la puerta y fue el miedo impuesto por tu mirada lo que me llevó a ponerme de pie.
Cuídalo, ordenaste. Tenía tanto miedo de verlo porque mi corazón estaba hecho pedazos que no quería ni siquiera acercarme. Tú lo notaste, por eso me jalaste hacia la cama donde lo dejaste y me lo enseñaste de frente para que tuviera en claro que esa era mi única tarea por esa noche.
El dolor que sentí en mi pecho, Jude, ese dolor me dejó sin aire. El pequeño Peters era una mini versión tuya solo que más dulce y rosada, una versión pequeña del maltratador y abusivo que eras pero más amable y con una sonrisa que me quitó hasta la última de mis lágrimas.
Sus pequeños ojitos se posaron en mí. Él no tenía la culpa de nada, no tenía idea de que su padre me estaba rompiendo el corazón y que su llegada me quitó lo que yo más había amado en la tierra.
Creíste que mis lágrimas se debían a que era fruto de tu engaño y me hiciste cambiarlo, alimentarlo y velar por su sueño como una venganza. Lo veía en tus ojos cada que me mirabas, como si no valiera nada, como si lo único importante para ti estuviera siendo sostenido en mis manos y mi odio por ti creció un poco más porque no pensaste en mí.
Jamás pensabas en mí.
El pequeño tú, a diferencia de ti, sí parecía que le agradaba porque a cada nada soltaba una risotada de esas que podía acelerar mi corazón. No me malentiendas, vuelvo a repetir, no tenía nada en contra de tu hijo, estaba enfadada con el destino y la maldita maldad que habitaba en tu corazón que estaban haciéndome pasar por eso a meses de haberlo perdido todo.
El sentido común y las ganas de vivir se habían ido por la borda. Tú te llevaste todo lo demás con los meses que pasaste ignorándome, ignorando las llamadas de mi padre y las invitaciones para eventos donde se suponía debíamos lucirnos como pareja.
Ahora que lo veo en retrospectiva, qué jodido estabas, Jude.
Me engañabas, me humillabas, me dejaste de lado varias veces, me ignoraste cuando más te necesité pero aún así, ahí estaba yo, todavía compartiendo la cama contigo cada que se te daba la gana, cocinando para ti, ocupándome de tus cosas cuando tú jamás me mereciste.
Tu nunca me mereciste, Jude y lamento tanto haberlo visto apenas hoy.
Esa noche, mientras afuera parecía que el mundo se iba a ir a la mierda y que moriríamos ahogados, te dormiste con tu hijo en nuestra cama, le cantaste una canción de cuna e incluso llamaste a su madre mientras yo lo miraba todo desde el sofá de la habitación.
Me rompiste, tantas veces y de tantas maneras distintas que a veces me preguntaba cómo demonios aguantaba tanto pero estuve ahí, aunque no me viste, estuve en el sofá de nuestra habitación, hecha un ovillo, con frío, incómoda porque me negaste salir de la habitación por si el bebé necesitaba algo, mientras tú me demostrabas que eras más feliz con ella que conmigo y que de haber tenido la oportunidad, la habrías traído a vivir contigo mientras que yo me uniría al perro en su casa en el jardín pues para ti siempre fui eso, tu mascota.
Recuerdo que rogaba porque el día acabara, porque la tormenta cesara para que así te fueras de casa. Estaba tan enfadada contigo y con el reloj que no avanzaba que fueron esos instintos primitivos los que me llevaron a encender la luz y despertarte en el camino.
Recuerdo que preguntaste qué estaba haciendo pero estaba siendo presa de la ira que me consumía poco a poco y no me detuve a responderte. Todavía puedo recordar la quemazón de la alfombra en mis pies descalzos al correr por todo el lugar buscando tu maleta así como la sensación de tener tu ropa en mis manos cuando las lancé dentro como una posesa.
Lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer y no hace años atrás. Estaba como loca, completamente preocupada por sacar tu ropa del armario que no oí el llanto del niño ni tus gritos, ni la lluvia cayendo fuera solo podía sentir el odio y el rencor que crecían dentro de mí como parásitos infectándolo todo a su paso.
Recuerdo el dolor quemando en mi pecho, las lágrimas azotando mi rostro pero no recuerdo las palabras que murmuraba. Según tú, estaba enviándote al demonio y de ser así, me siento bien conmigo misma porque es justo lo que quería decir.
No recuerdo mucho de ese transcurso, pero lo que sí recuerdo claramente es que ese día además de romperme el corazón, rompiste tu promesa de jamás hacerme daño de nuevo como esa vez ¿recuerdas?
¿Recuerdas haberme tomado por los hombros y haberme gritado que para ti yo no era nada? Porque yo reviví en mi mente cada segundo en que duraron tus palabras. ¿Recuerdas haberme sacudido y haber dejado tus uñas marcadas en mi piel? Porque yo viví con eso durante semanas resguardándome de que mi padre no me viera y Jude, ¿Recuerdas la sensación de tu puño chocando contra mi pómulo? Porque yo recuerdo ver la placa donde salía que me lo habías roto.
Me dejaste inconsciente. Esa fue la primera vez.
Así como fue la primera vez en que me di cuenta que estaba casada con un maldito monstruo.
Firma: Bea Howland de Peters.