La condesa Yehohanan estaba en su oficina, como siempre, leyendo unos informes que sus espías le enviaron en las misiones que les encomendó. Ella contaba con una red de espías muy eficientes que se encargaban, entre otras cosas, de monitorear aquellos pueblos que estaban bajo el control de un grupo rebelde conocido como “Los antimonárquicos”.
- Se han mantenido muy tranquilos desde que proclamamos la independencia – se dijo la condesa – ellos habían dicho que darían un paso al costado si mi prima conseguía que las reinas de La Alianza desmantelaran sus colonias sin que haya derramamiento de sangre y cumplieron con su palabra. Pero ya no durarán mucho tiempo porque, desde que le dimos más libertad a los burgueses quienes apoyaban el libre mercado, poco a poco están perdiendo fuerza en el país.
Y mientras hacían su trabajo, escuchó que alguien golpeaba la puerta.
- Adelante.
Quien entró fue su mayordomo, un hombre vestido de n***o y con un par de aretes en forma de discos en sus orejas. El mayordomo hizo una reverencia y anunció:
- Señora, Aura vino a visitarla.
“Aura” era el alias que usaba Aurora cuando salía del palacio de incógnito y era algo que muy pocas personas lo sabían, incluyendo a la condesa. Pero aún así, se extrañó de que la visitara de improviso. Aunque eran primas, casi no se llevaban bien debido a los largos años de distanciamiento, además de que no concordaban en muchas cosas. Con todo eso, decidieron trabajar juntas para intentar mejorar la relación y llevar adelante el desarrollo del país.
- Puede pasar – dijo.
La muchacha entró en la oficina. Llevaba una capa con velo, ya que no quería que nadie la reconociera en la Capital al estar por las calles sin una escolta. Yehohanan la hizo sentarse en una silla frente al escritorio y le dijo:
- Deberías tener cuidado, alteza. Una reina no debería aventurarse por ahí sola sin ninguna protección.
- Suena raro que me digas “alteza”, prima – respondió Aurora, sacándose el velo – Ya te dije que mantengamos una relación más informal.
- Bueno, como digas. ¿Y a qué se debe tu visita?
- Es sobre Brett. Te había pedido que hablaras con la Corte para que no lo vuelvan a molestar. Y ahora me vi forzada a otorgarle esta “misión” porque siguen insistiéndome en que lo incluya entre mis “candidatos”. En verdad, prima, ¿dejarías que el pobre chico sea expuesto ante ese nido de víboras sin hacer nada para protegerlo?
- Hice todo lo que pude – le dijo Yehohanan – a mí tampoco me agrada esta situación, y estoy tratando de que mi marido no cometa alguna locura que comprometa a su ya cuestionada imagen. Pero, ¿qué quieres que haga? ¡Si no tengo voz ni voto en la Corte por ser una “traidora”!
Ambas quedaron en silencio. Aurora recordó que le habían explicado que Yehohanan apoyó a la Alianza durante la guerra y, por diez años, intercedía entre las colonias para mantener la paz entre los pueblos. También, estuvo apoyando al príncipe Rhiaim cuando a éste le encomendaron la misión de recuperar las tierras tomadas por los antimonárquicos en la colonia del Este y proteger a los civiles. Si bien la colonia fue disuelta, los civiles que habitaban esa región quedaron encantados por el desempeño del príncipe y hasta adoptaron varias costumbres de su reino.
Con eso en mente, Aurora le dijo a Yehohanan:
- Sé que te he forzado a casarte con él, pero nunca imaginé que se traería a algunos de sus hermanos y que los aceptarías en tu hogar. ¿Acaso te gustan los niños? ¿O la reina Jucanda te forzó a aceptarlos para buscarles novia en esta nación?
- En realidad, son su “dote” – respondió la condesa.
- ¿Dote?
- Sí. Es una extraña costumbre del reino del Este, ya que ahí los príncipes son considerados objetos. En este caso, si un príncipe se casa, puede ofrecer a sus propios hermanos como “dote” y, con eso, la novia recibirá un cuantioso ingreso para mantenerlos.
- Eso suena algo… turbio.
- En lo personal, prefiero considerarlos mis sobrinos. Siempre les digo que soy su “tía” y que cuidaré de ellos hasta que puedan agenciarse solos… o casarse. En el segundo caso, solo pueden contraer nupcias con una mujer de un título nobiliario superior al mío. Quizás por eso la Corte insiste tanto en que Brett sea tu prometido ya que está en la edad legal y eres una reina…
Mientras conversaban, el mayordomo volvió a aparecer en la oficina e informó:
- El señorito Janoc viene a verla.
El muchacho entró en la oficina y se sorprendió al ver a Aurora ahí, por lo que preguntó:
- ¿Qué haces fuera del palacio? ¿Acaso…?
- Estoy en una reunión familiar – respondió Aurora – pero lo más extraño es que estés aquí. ¿Buscabas a mi prima?
- Sí. Es por esa disque misión – dijo Janoc, desviando la mirada – y ya que no puedo entrar al instituto, pensé en pedirle a la condesa que me preste alguna de sus espías para que se pueda infiltrar ahí.
- Lamento todo esto, Janoc – dijo Aurora, mirándolo con pena – es que no se me ocurrió otra cosa y justo surgió este caso que quiero resolver a como dé lugar. Por cierto, no quiero echarte, pero en verdad necesito hablar con mi prima de algo privado.
- ¿Puedes esperarme en el patio, Janoc? – le preguntó Yehohanan – cuando termine unos asuntos, te prestaré atención.
- Bueno. Está bien.
La mansión de Yehohanan contaba con un amplio patio interno, donde había un hermoso jardín de flores y plantas de ornamento. Pero tras la llegada de los príncipes, habilitaron un sector que usaban como campo de entrenamiento, donde podrían hacer ejercicios y entrenar.
Janoc se dirigió al patio y, ahí, vio a un grupo de niños entrenando. Eran cuatro, todos de distintas edades, pero con los cabellos largos hasta la mitad de espalda. A diferencia de Brett que los tenía ondulados, el resto los tenían bien lacios y finos.
Brett, en esos momentos, estaba mirando a los hermanitos, quienes hacían flexiones. Pero tenia la mirada perdida, como si no les prestara atención. Y en eso, escuchó que comentaban entre ellos:
- Brett está en su mutismo otra vez.
- Le encargaron una misión y está preocupado.
- Si le hacen daño, se las verán conmigo.
“Entonces los príncipes también deben saber pelear”, pensó Janoc, mientras los miraba a lo lejos. “Creí que solo se dedicaban a leer y lucir elegantes ante la Corte”.
Dirigió su mirada a Brett y pensó que, si bien era elegante, se veía muy enclenque para un chico de su edad. En eso, un sentimiento turbio le vino en su mente. Quería destrozarlo, sacarlo del medio, lastimarlo lo suficiente para que nunca más se interpusiese en su camino hacia la felicidad.
“No soy bueno en los combates pero, a diferencia de Brett, soy más alto y saludable. Aurora me enseñó técnicas de defensa en el pasado. ¡Podré derribar fácilmente a este principito tartamudo de porcelana!”
Se acercó a Brett y éste lo miró, con una mezcla de sorpresa e incertidumbre. Janoc lo señaló y le dijo:
- Te reto a un duelo.
Los niños interrumpieron sus ejercicios y se pusieron de pie, mirándolo con asombro. Uno de ellos, el más alto, comentó con un dejo de aburrimiento:
- Otro que quiere lastimar a Brett.
El del medio miró a Janoc de pies a cabeza y dijo:
- Por su complexión, postura y tamaño, hay un 95% de probabilidades de que Brett gane.
El más chiquito rezongó:
- ¡Derríbalo, Brett! ¡O lo derribo yo!
El príncipe se levantó y, tras permanecer largo rato en silencio, recuperó su capacidad de habla y dijo:
- No quiero pelear con… contigo. Por favor, vete.
- ¿Acaso eres cobarde? – le desafió Janoc.
- No es… eso…
Un par de sirvientes que estaban viendo a lo lejos, se marcharon inmediatamente de ahí para informar a la condesa de que otro extraño quería lastimar a los príncipes.
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Poco después de que Janoc se marchara al patio, también llego Rhiaim a la mansión. Y, al saber que Aurora estaba en la oficina con Yehohanan, fue corriendo rápidamente hacia ahí, con el corazón en la garganta.
“¿Será que, al fin, cedió a la presión de la Corte y vino a reclamar a Brett? Pero entonces… ¿Para qué asignaría esa misión a sus candidatos?”
Apenas entró, miró a las dos mujeres que seguían conversando. Éstas se asombraron al verlo ahí, agitado, como si hubiese corrido por varios kilómetros. El joven príncipe respiró hondo y decidió ir al grano.
- Su Majestad, ¿Acaso está reclamando a mi hermano Brett?
- No. No vine a llevármelo – respondió Aurora, con una voz calmada – por algo armé esa misión, para “hacer tiempo” tras culminar las pruebas y evitar que la Corte siga insistiendo con el tema. Puedes estar tranquilo.
Sin embargo, el príncipe sabía cómo funcionaban las cosas en la Alta Sociedad. Por más que una reina tenía la palabra final, había cosas que no podía hacer sin consultarlo con la Corte. Y en casos de que una monarca aún fuera joven e inexperta para el cargo, siempre terminaba absorbida por los nobles y debía apelar a lo que ellos decidieran. Entre eso estaba elegir para su esposo.
- A ti te creo, pero no a la Corte – dijo Rhiaim, con una voz apagada – como noble extranjero, no se me permite intervenir en estos asuntos. Por eso le pido que, si no hay marcha atrás, al menos lo trates bien y no lo tomes como un “trofeo”.
Aurora estuvo a punto de contestar cuando aparecieron un par de sirvientes de la condesa en la oficina, con las caras agitadas. Uno de ellos se acerco y dijo:
- ¡Señora! ¡Una visita suya está intimidando al príncipe Brett!
- ¿Quién? ¿Janoc? – preguntó la condesa - ¿Por qué intimidaría a Janoc?
- ¡Ay, no! ¡No pensé que Janoc fuese así! – dijo Aurora.
- Majestad, debe proteger a Janoc – intervino Rhiaim – Brett es un chico muy fuerte, si lo provocan puede destrozar a sus contrincantes con facilidad.
- ¿Brett? ¿Destrozar a Janoc? – preguntó una incrédula Aurora - ¡Pero si Janoc es más alto! Además, le enseñé técnicas de defensa muy efectivas que pueden sacarle de cualquier apuro.
- Pero Brett recibió un entrenamiento básico de príncipe con el que puede derribar a cualquier oponente sin importar su tamaño – dijo Rhiaim – si no me cree, vayamos a verlos.
Los tres se dirigieron hacia el patio. Ahí vieron un espectáculo de lo más increíble: Janoc estaba en el suelo, boca abajo, a los pies de Brett, quien portaba una espada de madera. Y a unos pocos metros estaban los demás príncipes, quienes lo presenciaron todo y hacían sus comentarios:
- ¡Jah! ¡Otro tonto que creyó que podía lastimar a Brett! – dijo el más alto.
- Esta sería la víctima numero 54 de lo que va en la semana – dijo el del medio.
- ¡Ese chico era muy débil! ¡Hasta yo podría derrotarlo! – dijo el más chiquito.
Brett parecía que no quería detenerse porque, aún con Janoc derribado, levantó su espada dispuesto a asestarle otro golpe. En eso, Rhiaim corrió hacia él, lo tomó de las muñecas y torció sus brazos por la espalda, a modo de inmovilizarlo.
Brett forcejeó, pero no podía contra su hermano mayor ya que éste lo superaba en edad y fuerza. Rhiaim, sin soltarlo, le dijo con voz calmada:
- Tranquilo, Brett. Ya lo derrotaste. ¿No querrás ir a la cárcel por homicidio? ¿No?
Poco a poco, Brett se calmó y dijo:
- Perdón, hermano. No quería lastimarlo.
Aurora y Yehohanan se acercaron a Janoc para ayudarlo a levantarse. Éste miró a Brett con pavor y comentó:
- ¿Cómo es posible que un chico pequeño y escuálido me haya derribado?
- ¡Janoc! ¿Por qué atacaste a Brett? – le regañó Aurora.
- Quería sacarlo del camino – admitió Janoc.
A lo lejos, escucharon las risas de Rhiaim y los niños ante su comentario. Janoc se sintió muy avergonzado, mientras que la cara de Aurora enrojecía de la rabia.
Pero en lugar de estallar, contó hasta diez para calmarse y le dijo con una voz apagada:
- Me has decepcionado. No me hables hasta que yo te lo diga.
Y sin mirarlo, se levantó y se marchó de la mansión.
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- Ay, Janoc. No sé qué pretendías, pero bajo ningún motivo debes atacar a un príncipe.
Janoc permaneció un poco más en la mansión porque Yehohanan accedió a curarle el enorme chichón que Brett le causó en la cabeza. El muchacho sintió que su dignidad fue pisoteada y deseaba meterse en un agujero por dejarse vencer fácilmente por su rival. Y lo que es peor: Aurora se enfureció hasta el punto de que le dejó de hablar.
- Sí, me cegué por los celos – dijo Janoc, apretando los puños – y, también, creí que el príncipe Brett sería un rival fácil para alguien como yo.
- ¿Y por qué creías eso?
- Bueno, es más pequeño que yo, luce enfermizo con esa cara pálida y es un tartamudo. ¡No es para nada intimidante!
Yehohanan comenzó a reírse por el comentario de Janoc, haciendo que éste se avergonzara más y más. Cuando se calmó, le dijo:
- Que sea tartamudo no le impide blandir una espada con destreza. El problema es su lengua, no sus brazos. Y desde aquí te aviso que todos los príncipes del reino del Este se someten a un duro entrenamiento desde temprana edad. Además de ser fuertes y feroces en combate, también deben lucir elegantes y puros ante los ojos de sus esposas. Por eso es que se los consideran “los esposos perfectos”.
Janoc se mordió los labios. En verdad sentía que estaba muy lejos de siquiera ser un príncipe, aún si Aurora lo consideraba uno. Y si ya desde hacia meses que estaban distanciados, tras haber arremetido contra Brett, la brecha se volvió más extensa.
La condesa debió percatarse de sus sentimientos porque enseguida le dijo:
- Aurora te ama. Y hará de todo para que la Corte no se interponga en su relación. Pero necesita que pongas de tu parte. Así es que, por favor, no intentes atacar a los señoritos Luis y Zafiro como intentaste atacar a Brett hace unos instantes. Solo enfócate en la misión que se te asignó y deja a los candidatos de la reina en paz.
Janoc solo asumió con la cabeza. Si bien no soportaba a ninguno de ellos, estaba dispuesto a no meterse en sus caminos. Solo así podría conciliarse con Aurora y volver a ser los de antes.
En eso, la condesa le dijo:
- Querías a mis espías, ¿verdad?
- Sí. Así es – respondió Janoc, recordando el porqué realmente estaba ahí – como son chicas, pensé que ellas podrían infiltrarse en el instituto.
- Te puedo prestar a una de ellas siempre que me prometas que no molestarás más a Brett. Él está ahora mismo en una lucha interna y necesita de mucha ayuda, aunque nunca nos lo dice abiertamente. Así es que, por favor, sé amable con él cuando se vuelvan a encontrar. No es necesario que sean amigos, con que mantengan una relación cordial será más que suficiente.
- Entiendo. Seré amable con él para la próxima.