Capítulo 20.5

586 Words
Pasado. Un hombre uniformado, de gran altura y cargo respetable, abrió la puerta de aquella habitación preguntando por la presencia de alguien más. Llovía, con fuerza; las gotas chocaban contra el cristal de la ventana y la electricidad fallaba de a momentos. La lámpara parpadeaba y los truenos le hacían sobresaltarse un poco por la constancia del sonido de balas que presenciaba en su vida cotidiana. Pero, a fin de cuentas, se sentía bastante tranquilo. —Permiso —dijo el soviético, y cerró la puerta detrás suyo con educación para luego aflojar la correa que sujetaba un rifle de asalto cerca de su cuerpo. Dejó el arma sobre la mesa de la habitación, bien asegurada, y se acercó al hombre que había estado buscando por gran parte del día. —¿Son narcisos? —preguntó URSS observando con admiración un lienzo, en el cual estaba reflejado un campo de flores amarillentas. —Sí —respondió con afirmación el contrario girándose en su dirección sonriente—; a Alemania le encantan los narcisos. ¿Sabes? Aún me confunde que muchos digan que mis pinturas carecen de técnica. —Oh, Reich, últimamente nadie tiene buen sentido para el arte —comentó el sujeto de ushanka con su típica apariencia rústica—, todos han estado concentrados en la adquisición de terreno. —Contigo acaparando tantas tierras cualquiera estaría alarmado —Third Reich se carcajeó con el pincel en mano—. URSS, sabes que no tienes que andarte con formalidades cuando nos encontramos a solas. —¡Ah si! —exclamó el hombre con ojos sorprendidos—, es que casi nunca estamos a solas... pero admito que prefiero mil y un veces llamarte Nazi. —Es un apodo que da risa. —A mí me gusta. —Yo te gusto. —Definitivamente, eso es completamente cierto. —Nunca sucederá —el alemán se dio la vuelta con frialdad y se concentró nuevamente en la pintura incompleta que le regalaría a su pequeño hijo en cuanto llegase a casa. —Pero si eso ya sucedió —recordó el soviético moviéndose rápidamente delante de él. Third Reich le dedicó una mueca de aburrimiento soltando un gruñón «Quítate» y luego le pasó el pincel por todo el rostro llenándoselo de pintura acrílica. —¡Argh! ¡no hagas eso! —vociferó URSS tratando de cubrirse con los brazos. —Muévete, Alemania va a llegar en una hora y debo terminar para entonces —dijo el sujeto de baja estatura. —¿Dónde está él? —preguntó URSS mostrándose interesado. —Resulta que ya sé porque ese niño siempre vive cayéndose cada vez que corre, además de que a veces se choca con algunas mesas —comenzó a explicar Third Reich—, no tiene buena vista —dijo—. Hoy volverá a casa con gafas, está feliz de saber que el mundo es más detallado de lo que siempre ha creído. Le prometí regalarle una pintura de lo que más les gusta, y cuando le pregunté que era, él me respondió: «Me gustan los narcisos». URSS sonrió; aquello era adorable. —Eres un buen padre, Nazi —le dijo con cariño y se le acercó con cautela para darle un rápido beso en la frente. —URSS... debo decirte algo —confesó Third Reich luego de carraspear para aclararse la garganta. —Tú puedes decirme lo que desees —canturreó el soviético. —Polonia está en el ático. —¿Qué? —Uh, digo, ¿qué?  
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