“Quítenle las cadenas,” les ordenó a los otros. “¿¡Qué!?” gritó uno de ellos. “Eso no sería sabio,” dijo Baylor con temor en su voz. “¡Hagan lo que digo!” insistió ella sintiendo una fuerza creciendo en su interior, como si la voluntad de la bestia fluyera en su interior. Detrás de ella, los soldados se acercaron con las llaves y soltaron las cadenas. En todo este tiempo la bestia no dejó de mirarla, gruñendo, como si la evaluara, como si la retara. Tan pronto como cayeron las cadenas, la bestia pisó con sus patas como anunciando un ataque. Pero, extrañamente, no lo hizo. En vez de eso, fijó sus ojos en Kyra, lentamente cambiando su mirada de furia ahora por una de tolerancia. Quizá hasta de gratitud. Aunque muy despacio, pareció inclinar su cabeza; fue un gesto sutil, casi impercep