36. Dulces mentiras

1326 Words
Hestia le bajó los pantalones a Heros y sostuvo el duro talento en sus manos. Dejó caer saliva y luego abrió sus labios, para tragarse la erguida virtud. Después se puso de rodillas en el piso, mientras Heros seguía sentado en el sofá. Saboreaba su delicioso helado sin pudor. Así estuvo, por los siguientes minutos, hasta se puso de pie y se dio medio vuelta, quedando de espalda a Heros, para quitarse la túnica. Entonces, se alzó su camisón, mostrando su esbelto trasero, con la braga de encaje que llevaba puesta. Se inclinó hacia adelante y se deslizó la prenda por sus piernas, regalándole una vista de su empapada humanidad. Apoyó su mano zurda en el muslo de Heros, mientras que con la otra se acomodaba el rígido atributo en su intimidad. Gimió y afianzó su agarre, cuando volvió a sentir como era llenada en la parte inferior de su vientre. Movía sus caderas de arriba abajo, en tanto lo acompañaba trazando círculos. Miraba por encima de su hombro, para contemplar las expresiones de su bello amante. Heros se agarraba por la cintura de Hestia. Deliraba ante la sensación que lo absorbía en su entrepierna. Suspiraba con placer y ardor, mientras era montado por su diosa, la cual meneaba de una forma enloquecedora. La caliente humedad de su diosa, mojaba su virtud, haciendo que, pequeñas gotas de un líquido, recorrieran su talento. El esbelto trasero de Hestia, rebotaba y sonaba al caer sobre él. Al pasar los minutos, Hestia se puso de frente, y lo seguía cabalgando sobre el sillón. Le bajó el camisón, para acariciarle y chuparle los pechos. Al final, Hestia se había vuelto a poner de rodillas, para hacerle otra felación. La apretó con fuerza detrás de la cabeza y sus piernas se volvieron rígidas. Alcanzó el orgasmo y lo liberó dentro de la coba ella. Hestia tragó de la dulce miel de su chico y se limpió los labios con la lengua. Se acomodó el camisón de terciopelo, y se sentó en las piernas de Heros. Lo rodeó por el cuello, y le sonrió de forma tensa. Su mirada verde, resplandecía de felicidad. —Ahora debemos discutir sobre nuestra coartada —dijo Hestia, con serenidad. Mentir y elaborar engaños eran parte de sus talentos innatos. Era una artista del embuste, y más si era para encubrir sus placenteros crímenes—. Aquella noche mencionaste que te quedarías en casa de un amigo. ¿Por qué motivo? Heros estaba todavía extasiado por haber eyaculado, y no se le ocurría nada para responderle. —No lo sé —comentó él, hechizado. Había alcanzado el clímax, pero Hestia se había acomodado en su regazo. Podía sentir el calor y la humedad que emitía la intimidad de ella en sus muslos. Su virtud se iba endureciendo de nuevo, al tenerla encima de él, sin bragas. Además, ese camisón la hacía ver demasiado sexy y provocativa. —Acordaste con tus amigos, que los ayudarías a encontrar trabajo, ya que por causa del incendio se quedaron desempleados —susurró Hestia al oído de Heros—. Además, yo soy inversionista, y tú, un emprendedor. Esto es lo que contaremos; nos encontramos por casualidad la semana pasada al frente de tu negocio, que estaba destruido, porque te ganó la nostalgia por irlo a ver. Y yo te pregunté qué había sucedido. Entonces, decidí convertirte en mi asistente debido a tus ideas y a tu título de administrador de empresas, para auxiliarte, debido a que comentaste que estabas desempleado. —La gran señora Haller solo quiso ayudar a un joven que lo había perdido todo —dijo Heros, al escuchar el cuento que había formulado, para que no fueran descubiertos. —A veces soy altruista. Además, a la única persona que debemos mentirle es a Lacey, por lo que podemo sostenerlo con mayor tasa de éxito —dijo Hestia, con astucia. Llevó su brazo hacia su espalda y agarró el firme atributo de Heros en su mano. Lo frotaba con lentitud, solo para observar las expresiones de su atractivo muchacho—. Tú no sabías quién era yo, ni yo sé quién eres tú. Pensabas que era la directora de algún departamento. Pero no que era la CEO, porque yo no te lo mencioné. Además, solo cuando te dije el nombre de la empresa, fue cuando caíste en cuenta que era también trabaja ella. Sin embargo, no contaste nada que tenías una prometida que era una secretaria, debido a la política de parejas. Es sencillo, corto y respeta los hechos en la que nos conocimos, con ligeras variaciones. Estas serán, nuestras dulces mentiras. Heros sonrió de forma automática ante los gestos de Hestia. Era una maestra de la mentira. Sentía que podía estar tranquilo, si estaba junto a ella. —Ahora eres mi superior. —Seremos dos desconocidos. Jefa y asistente, por lo que tienes que hacer todo lo que te ordene —comentó Hestia, con excitación. Levantó sus caderas y volvió abrasar en su cálido interior a la dureza de su lindo chico—. Te trataré mal, te gritaré, y mostraré mi mal humor, por lo que todos creerán que te odio y nos llevábamos mal. Pero, la verdad será que, cuando estamos a solas, nos damos mucho amor. —Lo que mande la señora Haller, lo haré con gusto —dijo Heros, con agitación. Le volvió a remover el camisón. El sofá se estremecía ante la cabalgata de los apasionados amantes. Heros se había levantado temprano. Se puso un traje de sastre oscuro, lentes de contacto azul, se echó perfume y sostuvo el maletín que había preparado. Caminó varias cuadras, en uno de los puntos seguros y solitarios, en el que utilizaba para bajarse o subirse del auto de Hestia. —Buenos días, señor Heros—dijo un chofer, que había sido contrato por Hestia, en exclusividad para él—. Café. —Le ofreció una caja de Starbucks, recién comprada—. La señora Haller lo espera en la empresa. —Gracias —dijo Heros, y el chofer asintió con la cabeza. Heros asimilaba el trato que recibía por los demás, solo por ser el amante de Hestia. Lo único que hacía era quemarse en el fuego del deseo que le provocaba aquella madura mujer de cabello carmesí y ojos esmeralda, y a cambio. Se podía decir, que solo tenía beneficios, porque compartir cama y poder acariciar el maravilloso cuerpo de Hestia era un privilegio. Bebió el café y comió el pan en el trascurso del viaje. Salió del coche en un sitio establecido, para que no lo vieran llegar, puesto que levantaría sospechas. Al llegar, se detuvo a admirar el gran edificio administrativo, justo en el lugar donde se había topado con Hestia. Había pasado ya algunos meses y retornaba al mismo sitio en el que había comenzado su aventura con ella. Entró a la recepción y se presentó. Hubo un silencio por un breve momento. La recepcionista se había quedado perpleja y sin hablar al verlo. Miró a su alrededor y distinguió que, tanto hombres como mujeres, se le quedaban viendo. No estaba acostumbrado a ser el centro de atención. —¿En qué puedo ayudarlo, señor Deale? —preguntó la trabajadora, con demasiada amabilidad. —Estoy buscando a Hestia Haller —comentó Heros, con voz ronca y seriedad ante la situación. Había entrado reino de Hestia, donde gobernaba como una diosa. Además, la diferencia de sus estratos sociales se hacía evidentes a más no poder. —¿Tiene usted programada una cita con la señora Haller? —preguntó ella, buscando en su computadora, pero no hallaba el nombre del encantador hombre que tenía al frente. Entonces, fue cuando el teléfono empezó a sonar y la recepcionista—. Un momento —le dijo Heros—. Buenos días, corporaciones Haller —respondió la llamada. —Haz pasar a Heros Deale a mi oficina —dijo Hestia, con voz cortante e imperativa. De inmediato.
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