35. El nuevo asistente

1992 Words
—¿Por qué quieres que sea tu asistente? —preguntó Heros, tensando su mandíbula. Estaba si empleo, pero con facilidad pudo haberle encontrado trabajo en otro lugar. —Así, estarás más cerca de mí, porque de otra manera, tendríamos que esperar a vernos durante días —respondió Hestia, con sinceridad. En eso no le estaba mintiendo—. Además, mejorarás tu hoja de vida y te puedo enseñar algunas cosas, para que, cuando vuelvas a emprender, tengas más éxito. Después de todo, eres mi discípulo, y deseo enseñarte en todas las áreas que manejo. Hestia bebió del vino y puso la copa en la mesita de cristal. Llevaba puesto un camisón de terciopelo rojo, con una túnica, que hacía juego con su ondulado cabello. Estaba toda de roja, en el que solo variaba a blanco, debido a las partes de su cuerpo que exponía, como el cuello, el busto; debido al escote, los mulos y los las piernas. Se puso ahorcajas sobre el regazo de Heros, y le rodeó la nuca con sus brazos. Veía a los ojos cerúleos de su lindo chico. El cabello marrón y la barba que le cubría la cara, le daban un atractivo irresistible, y ahora, era solo suyo. Guardaba en su cabeza la imagen del aspecto anterior de Heros; una persona podía solo cambiar por fuera, y seguir siendo el mismo por dentro. No obstante, había logrado provocar una transformación doble en él. Ya no era el mismo inocente, ingenuo y virgen, con problemas de confianza y autoestima. Sentí el poderío que emitía el semblante. Heros alzó la copa encima de su rostro y tomó del vino, mientras lo mantenía en su boca. Acarició la suave mejilla de Hestia, y unió sus labios a los de ella, en tanto le daba de beber. Era correspondido en sus ideas peculiares. —Acepto tu propuesta —comentó él, con firmeza—. Yo también quiero estar contigo y no esperar para verte. —Entonces, hay que celebrar por tu nuevo trabajo —dijo Hestia, empujando a Heros en el sofá. Era una relación versátil, en el que cualquiera de los dos podía ser el dominante y el sumiso, sin que hubiera ningún incoveniente—. Y, porque nuestra semana libre, ya ha llegado su fin… Heros movía su mano, para quitar seguro a la puerta de su casa. Estaba oscura y silenciosa. Encendió las luces y todo estaba como lo había dejado. Se cambió su atuendo, por una casual, y se dispuso a hacer aseo y limpiar los muebles. Abrió las ventanas, para ventilar el lugar. Se quedó viendo hacia la calle, donde los niños jugaban con un balón al futbol. La expresión en los rostros de ella era genuina; nadie era más feliz que un grupo de amigos de esa edad divirtiéndose. No se había detenido a contemplar el paisaje, ya que estaba enfocado en dos cosas: Lacey y su negocio, siendo que el segundo no tenía nada de malo. Pero, ahora podía apreciar mejor lo que pasaba a su alrededor. Descansó en su sofá, cuando terminó de organizar. Olió su ropa; había sudado bastante, por lo que decidió tomar una ducha. Lacey regresaba de estar con su amante. Estaba enojada por la desaparición de Heros, por lo que había apaciguado su cólera con el otro. ¿Qué estaba sucediendo con Heros? Ya no pasaba rogándole, ni insistía en estar a su lado. Pero, se arreglaría al tratarlo con cariño, y volvería a tenerlo a sus pies, como un perro fiel. Vio las luces encendidas del departamento de Heros. ¿Había regresado? Ni siquiera la había contestado los mensajes, ni tampoco le había avisado de que ya estaba de vuelta. Usó la copia de llaves que tenía y accedió al lugar. Distinguió que había hecho aseo, tanto por olor de los detergentes, que aromatizaban el aire. —Heros —dijo Lacey, buscándolo por la sala, pero no obtuvo respuesta, como en la ocasión pasada. Entonces, escuchó el agua de la regadera y se dirigió al baño—. Heros. Heros oyó como una voz conocida pronunciaba su nombre y cerró la llave. —Sí —dijo él—. ¿Qué sucede, Lacey? —Eso es justo lo que sucede, nos vamos a casar en tres meses. Hay que terminar los arreglos de la ceremonia —comentó Lacey, tocando el anillo de compromisos en su dedo anular, que solo lo colocaba en el departamento—. Y desapareciste por una semana y dijiste que te ibas a quedar en casa de un amigo, ¿por qué? Heros tensó la mandíbula. Ahora lo encaraba la aventura que estaba teniendo con otra mujer. Era un infiel y un desgraciado, porque ya no sentía culpa de estar haciéndolo. Había sido quien le había propuesto matrimonio, luego de estar detrás de ella por muchos años. —Ya no soy un niño pequeño. Puedo hacer cosa por mi cuenta y también salir con mis amigos —dijo Heros, al otro lado de la puerta. Pensaba que la relación que llevaban era suficiente para casarse, pero siempre fue él que tuvo la iniciativa de compartir en pareja—. Comentaste que te ibas con tus amigas, por eso te lo iba decir al día siguiente. Lacey se mantuvo en silencio por un instante, ya que todo eso era bastante lógico y acorde con lo que había sucedido. —¿Por qué por una semana? —preguntó ella, con un tono más tranquilo. Heros sonrió de forma tensa, y por un breve instante apareció Hestia en forma de diabla, de él, como el lado malvado que le susurraba lo que tenía que decir, puesto que había sido instruido en una fachada para excusar su ausencia. —Acordamos buscar empleo en esos siete días, por lo del incendio —dijo Heros, con voz neutra. No le había reclamado a Lacey por lo del seguro, así que, era seguro que, ella evitara ese asunto y lo aceptara sin objetar. —Entiendo —dijo Lacey, sonriendo con satisfacción. Solo había actuado como la novia preocupada y atenta con su prometido, pero no le importaba lo que había estado haciendo, ni con esos amigos perdedores que tenía. Era parte de su actuación, por lo que era cuestión de tiempo para que Heros estuviera pidiéndole perdón y haciendo lo que ella quisiera—. Iré a mi departamento. —Está bien —respondió Heros, volviendo a abrir la llave de la ducha. Ahora que recordaba, no había visto, ni hablado cara a cara con ella desde que había adelgazado. Lacey se cambió de ropa y se puso un pijama, para esperar a Heros en el sofá. Los minutos pasaban y se entretuvo en celular, hasta se quedó dormida. La alarma de su celular sonaba de forma molesta y se despertó con pereza. Encendió la pantalla de su móvil y se sobresaltó al ver la hora. Era la repetición del despertador, ya que no la había escuchado a la primera. Se apresuró a ducharse. Se vistió con una falda gris y una camisa blanca, se pintó los labios y arregló su cabello castaño, largo. Agarró su bolso y de camino a la empresa, se detuvo a comprar un café. Se terminó la bebida, mientras caminaba. Usó carnet para registrarse. Entonces, pudo respirar aliviada, porque había llegado a tiempo. Utilizó el ascensor y subió al piso donde estaba su puesto de trabajo. Sin embargo, observó a los demás empleados amontonados frente a la gran oficina; así le decían al despacho de la abuela de cabello de antorcha. Apretó los labios para contener su risa, y se apuró a llegar al sitio donde se habían reunido. —¿Qué ocurre? —preguntó Lacey a una de sus compañeras, Lacey estaba extrañada, ya que no sabía qué era lo que estaba pasando, y menos que hubiera alguna novedad en el piso que era dirigido por la misma Hestia. Odiaba a la anciana, pero reconocía que era muy diestra para los negocios y para la dirección de la empresa. Aunque, en los últimos meses había estado ausente en las tardes, y en la última semana, no había asistido. Era raro, viniendo de una adicta al trabajo. Pero, ella era la jefa, y no podía cuestionársele nada de lo que hiciera; solo debían obedecerla. Era esa actitud arrogante, egocéntrica y despectiva la que había hecho odiar a Hestia, porque era millonaria, hermosa, poderosa y respetada; ella era justo lo que quería ser en la vida. Sin embargo, no había tenido la suerte de la bruja, ya que no había nacido en una familia europea, privilegiada y adinerada. Maldecía en sus pensamientos su detestable jefa. —La señora Haller ha contratado un nuevo asistente —respondió la chica, que parecía entusiasmada y feliz. Lacey arrugó el entrecejo al oír la noticia. Si había contratado un auxiliar personal, eso abría la posibilidad de que pudiera ser despedida. Giraba su cabeza, detallando las sonrisas de las mujeres y la expresión de preocupación de los empleados masculinos. La única vez que se había despertado tarde por algunos minutos, y ya había una conmoción de la que no sabía nada. Su vista se posó la puerta de la oficina, que se iba abriendo, para dejar apreciar a su fea jefa de cabello de fuego, y a un atractivo hombre, que parecía haber salido de una revista de modelos. ¿Por qué se la hacía conocido? No, si lo hubiera tenido al fren antes, jamás lo hubiera olvidado. Se parecía a Heros, pero en una versión más linda, una en la que sí valía la pena estar con él. —Él será mi nuevo asistente —dijo Hestia, evitando mirar a Lacey, aunque se moría por hacerlo. Entonces, ella se daría cuenta de que había descubierto la mentira—. Puedes presentarte con los demás. —Cerró la puerta de su despacho, como si no le importara el chico. —Buenos días a todos —dijo él, con seriedad y voz ronca—. Mi nombre es Heros Deale. Lacey quedó petrificada al oír el nombre y la voz de aquel hombre. Era la misma que había escuchado en el departamento de Heros, mientras él se duchaba. ¿Cómo era posible que hubiera cambiado tanto, al punto de no reconocerlo? No se habían visto en el último mes. Pero, se acordaba con claridad que estaba asistiendo al gimnasio. Sin embargo, nunca llegó a pensar que podría verse de esa manera. Además, tampoco tenía puesto los lentes de nerd, que siempre había acostumbrado a usar. Su cuerpo tembló al caer en cuenta de que toda su mentira podría ser descubierta estando él allí. ¿Y cómo era que había conseguido ser el asistente de la anciana? Si esa bruja no le gustaba nada. No importaba lo atractivo que fuera en estos momentos, no podía permitir que su jefa se enterara de que era su verdadero prometido. Debía encontrar el momento oportuno para hablar con Heros e inventar una excusa, por la que no podía comentarla a la abuela de que estaban comprometidos. Salió de la multitud, sacó su teléfono y le escribió a Heros, para que fuera donde ella. “Ven a los baños. Necesito hablar contigo”. No dejaría que su mentira fuera descubierta, y menos por Hestia Haller, que la maldeciría por haberle visto la cara de tonta al mentirle sobre el permiso y sobre la identidad de su prometido. Respiró hondo por la nariz y exhalo por su boca. Debía comprobar que él no lo hubiera dicho, y después, podría evitar que lo hiciera. Y, ¿por qué no le había comentado que había conseguido trabajo en su empresa? Ahora compartían la misma jefa amargada e insoportable. Habían estado distantes, y eso había ocasionado la falta de comunicación que había podido evitar este momento tan angustiante y aterrador, que le aceleraban el corazón del miedo que sentía. Su frente sudaba y sus manos temblaban de manera incontrolable.v
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