Heros dio un paso hacia atrás. Eso era lo menos que había querido, molestar a la jefa de su prometida, porque pudo haberla metido en problemas, y luego Lacey se podría enfadar con él. Sus mejillas palidecieron, más de lo que ya eran. Su semblante se tornó asustado y temeroso.
—Lo siento —comentó él, con apuro. Su voz temblaba—. No quise importunarla.
—En lo absoluto —dijo Hestia, con normalidad. Había intimidado al chico, como si fuera una presa que se había horrorizado al estar a merced de un depredador. Era como un lindo conejito al frente de una leona. Eso le causó un poco de gracia, pero su expresión se mantuvo inmovible.
Era claro que su atención había sido captada por ese joven, que era lo más tierno que había podido encontrarse. Sería algo estimulante jugar con un ingenuo y encantador muchacho. ¿Cuántos años debía tener? Su brecha de edad se notaba con claridad; Eros apenas era un niño, y disfrutaría robándoselo a Lacey. En algunas ocasiones no apreciábamos a nuestros seres queridos, por tener esa sensación de seguridad y pertenencia; sabíamos que esa otra persona estaba tan enamorada de nosotros, que era imposible perderlo, porque siempre estaba ahí, al lado, a pesar de todas las cosas. Pero cuando veíamos que ese alguien se alejaba y ya no muestra ese interés, entonces esa emoción de volver a tenerlo saldría a flote. Quizás, eso era lo que pasaba con Lacey; como Heros la amaba tanto, se daba el lujo de buscar un amante, porque se notaba, que manipulable e iluso. Tal vez por el aspecto y la forma de vestir de Heros, no era la más atractiva, ni la más encantadora. Pero observaba un potencial enorme, para convertirlo en el galán irresistible, que tenía cualquier mujer a sus pies.
—Me iré, enseguida —dijo Heros, intentando recuperar el paquete de chocolates y la rosa roja.
—Lacey está ocupada —dijo Hestia, apagando la iniciativa de Heros de marcharse, porque apenas estaba comenzando su conversación. Sonrió con astucia; no le estaba mintiendo, sí le había colocado una enorme montaña de informes que revisar y redactar.
—Solo le entregaré esto y saldré —dijo Heros, más calmado con la situación. Había planeado preguntar en la recepción sobre Lacey, para que le informaran. Entonces le entregaría los presentes, para celebrar su aniversario, y se iría, sin causar gran alboroto. Pero se había tenido que cruzar con la misma jefa. Hoy no era su día de suerte.
—No —dijo Hestia, con voz neutra. Su rostro era astuto—. Y si sigues insistiendo, sí tendrá problemas.
—Por favor, no. Eso es algo que no deseo que suceda —comentó Heros, sabiendo que ya no debía insistir con el tema.
—Dime, Heros, ¿en qué trabajas? —preguntó Hestia, apostando por encontrar otro asunto, que le permitiera extender plática. Había estado deduciendo las posibles ocupaciones de Heros, según improvisado perfil del chico, podría ser algo relacionado con el mundo empresarial, y más si involucraba el dominio de varios idiomas, como lo había mencionado.
—Soy trabajador independiente. Estudie administración de empresas —dijo Heros, con orgullo en su semblante—. Pero decidí emprender mi propio negocio escalable. Vendo productos digitales por internet, por medio de una aplicación. Siendo más específicos: cursos en línea, tutoriales, investigación y trabajos.
Hestia había encontrado lo que necesitaba para hacerlo caer y tenerlo entre sus garras.
—Interesante. Aquí en corporaciones Haller buscamos nuevos proyectos para invertir en ellos —dijo Hestia, ofreciéndole esperanza y oportunidad; eso era lo que anhelaban los emprendedores—. ¿Quieres que hablemos de negocios?
Heros se mantuvo inmóvil por un instante; había estado deseando que invirtieran en su proyecto empresarial, pero no era el momento para eso, ya que había venido para saludar y festejar con su novia, el quinto aniversario de relación amorosa. A pesar de que era lo que más había esperado, su amada Lacey era lo primero y lo más importante.
—Lo siento —respondió Heros, ante la interrogante de la bella mujer madura—. No he venido aquí por ese motivo.
—Lacey saldrá hasta el anochecer —dijo Hestia, para que se rindiera.
—Entonces, la esperaré aquí el tiempo que sea necesario. Le agradezco por su información —dijo Heros, cambiando la expresión de su cara una más sería y llena de determinación.
Hestia inclinó su cabeza hacia atrás. ¿Cómo era que ese chico podía amar tanto a alguien que lo estaba engañando y que le era infiel? Esa lealtad y fidelidad, ya estaba comenzando a hacerla enojar. ¿Por qué se hincaba frente a ella y aceptaba lo que le decía? Esto no solo era cuestión de castigo, ya se metía de por medio el orgullo, porque sus encantos estaban siendo nulos frente a un ingenuo y pequeño niño. Se habló así misma para calmarse y suspiró en sus adentros. Eso era lo que faltaba, para completar su deseo de poseerlo. Ahora quería destruir ese sentimiento de amor por Lacey, porque su secretaria, nunca sería más mujer que ella. Entonces, recurría a la opción más baja y cruel para convencerlo.
—Te propongo un trato. Si me acompañas y me cuentas las ideas para tu negocio, le daré permiso a Lacey para que salga más temprano y así puedan celebrar su aniversario. ¿Qué te parece?
El hermoso rostro de Hestia se tornó sombrío. No solo le había sugerido la oportunidad de ver a Lacey, si no, también, le estaba ofreciendo mucho más de lo que ya había estado esperando. Ponía sobre la mesa, la necesidad del chico en bandeja de plata, para que llenara y se cegara. Sintió un hormigueo en sus manos, ni siquiera se lo había llevado a la cama y ya estaba emocionada con el muchacho. Era más estimulante de lo que había previsto, y con efecto inmediato, porque en su entrepierna sentía una comezón y unas intensas ganas de tocarse, para calmar su excitación.
Heros se alegró en sus adentros de manera sincera. Sí, solo tenía que acompañarla para poder celebrar con Lacey, era algo que podía hacer con todo gusto. Quizás, hasta podría conseguir una privilegiada inversionista, como lo era la CEO de corporaciones Haller.
—Está bien. ¿A dónde iremos? —preguntó Heros, intentando no caer en los voluptuosos y duros hechizos de la diosa griega.
—A almorzar —dijo Hestia, con tono neutro—. Sígueme.
Hestia estaba emocionada y dichosa, porque al fin había colocado fin a ese aburrimiento, que la estaba haciendo envejecer. Ahora, era como una leona hambrienta, que llevaba a un ingenuo cordero al matadero, donde lograría probar la dulce miel del chico, para luego estampar sus filosos dientes en la blanda carne de su presa. Suspiró con pesadez, solo al pensar cómo era el sabor de Heros.
—De acuerdo.
Heros miró con rapidez el edificio, donde en alguno de esos pisos debía encontrarse su prometida. Observó como la abrían la puerta a Hestia. Sí, que era como una reina. Entonces, se sentó al lado de ella, en los puestos traseros del lujoso auto de pintura negra. Se abrochó el cinturón. Giró su cuello hacia Hestia, y quedó hipnotizado en las verdes perlas que lo miraba de vuelta. De cerca, era todavía más linda. Además, que ahora podía verle los pechos de forma horizontal. No dijo nada y se enfocó en el frente. Debía imaginar otras cosas, y no fantasear con esa tentadora mujer que tenía al costado. Y otro tema, era que no le había devuelto el paquete de chocolates y la rosa roja. Simuló en sus pensamientos, como si lo estuviera haciendo, y no resultaba muy agradable. Sí, se hubiera esforzado un poco más, no le habría cedido sus regalos para Lacey.
Hestia notó la ansiedad en Heros; evitaba mirarla. Era muy tierno de su parte, creyendo que, si no la veía, no iba a caer rendido a sus pies. No había tenido tanta prisa antes, pero quería morder a ese chico y hacerlo lo suyo, lo más pronto posible. El auto se mantenía en movimiento y los segundo en el reloj, se hacían más largos de lo normal.
—¿Y qué te gusta, Heros? —preguntó Hestia, para romper el ambiente tenso entre los dos. Así aprovecharía para conocer los gustos de su futuro esclavo s****l.
—La gestión y planificación laboral, por eso estudié administración de empresas —contestó Heros, sintiendo como le hubieran puesto una máscara de oxígeno.
—Sí, ¿y otra cosa que te guste hacer en tu tiempo libre? —Lo miró de reojo y luego dejó de hacerlo.
—El beisbol. Lo practiqué de pequeño, pero dejé de hacerlo hace varios años…
Así, Hestia realizó más preguntas, en la que iba conociendo y convenciéndose aún más de que ese joven, casi era un santo. Nada más le faltaba la aureola encima de la cabeza, para exhibir que era un ángel. Hasta estando solo al lado de él, podría mancharlo y ensuciarlo con su perversidad y maldad, de lo bueno y limpio que era. Sí, entonces sus oscuras pupilas se ensancharon ante esa posibilidad que se venía a sus pensamientos, como un fulgurante rayo. No podía deducirlo con certeza, pero dada la personalidad tímida, insegura y amable de Heros, ¿podría ser virgen? Lo miró con atención, mientras hablaba y cambió la expresión en su rostro. La idea no era descabellada. Pero, ¿cómo lo averiguaría? No podía sola, preguntarle que, sí todavía, no se había acostado con Lacey. Su corazón golpeó su enorme y firme pecho con vehemencia al reflexionar sobre asunto. Entonces, se le ocurrió llevarlo a otro sitio, después de su romántico almuerzo. Debía obtener esa información, pero tampoco tenía prisa en descubrirlo. Había estado tan sola, que hasta quería gozar de la compañía de Heros.
Los dos se bajaron frente al restaurante de cinco estrellas, donde había coincidido con su desleal secretaria y el amante de escaso atractivo.
Hestia tenía planeado devolverle con la misma moneda el engaño que le había hecho Lacey. Pero, de igual manera, castigar la traición que le estaba haciendo a Heros. Un hombre tan amable y bueno como él, no se merecía a una infiel como su secretaria, si no, a una mujer de verdad. Tenía hambre, pero no solo de comida, también quería devorar sin pudor, para aplacar su deleitable vicio de la gula. Confesaba que era una perversa pecadora. Le encantaba el placer de la carne, y más, sí era la de un chico tan lindo, al que podía inyectarle su veneno, para engullirlo en y degustarlo en su paladar.
Entonces, se acomodaron, cada uno en su silla y los empleados le trajeron el menú, por indicación de la diosa griega.
Hestia se acomodó el brasier, moviendo sus enormes pechos. Aprovecharía cada oportunidad, para así, poder encartarlo. Ya se había resistido mucho a su belleza.
Heros miró con rapidez el menú, para disimular que no la había visto. Cada vez se convencía más, de que esa mujer era un pecado andante. Su razón se lo advertía; debía tener cuidado con ella. Pero sus ojos seguían insistiendo en verla. Sus mejillas se sonrojaron.
—Pide lo que quieras. Yo invito —dijo Hestia, sin sonar arrogante, más bien complaciente y accesible, para que el muchacho pudiera tomar más confianza con ella. Había provocado que se avergonzara al tocarse el busto. Y, eso no era nada comparado con lo que le podía mostrarle y hacerle a su dulce Heros. Ya deseaba que llegara el momento, de poder enseñarle todo lo que podía hacerlo disfrutar en su habitación púrpura.