—Quisiera algo sin tanta grasa y mucha ensalada —dijo Heros, atreviéndose a compartir sus planes con la bella mujer madura.
Hestia arrugó el entrecejo y obtuvo una puerta abierta, para seguir dialogando con el chico.
—¿Dieta? —preguntó Hestia, con normalidad.
—Sí, pero también tengo pensado hacer ejercicio, para estar en forma el día de la boda —comentó Heros, encogiéndose de hombros. Su figura, poco atlética, lo acomplejaba y no se sentía seguro al estar en un entorno de muchas personas. Lo iba a hacer por Lacey, y luego por él.
—Ya veo. Si es así, puedo recomendarte un gimnasio, para que goces de las más sofisticadas máquinas de entrenamiento —dijo Hestia, conectando con el adorable muchacho. Eso no le parecía mal. No era que se viera poco atractivo, pero si él lo había decidido, podría ayudarlo con todo gusto—. Hasta podría convertirme en tu preparadora física y también te podría llevar con la mejor nutricionista deportiva.
Heros se sintió bastante exigido con tantas recomendaciones; solo quería perder peso y tonificar su cuerpo. Pero, eso daría los resultados que buscaba en menos tiempo. Así que, aceptar la propuesta de la señora Hestia, era muy tentador. Sin embargo, ¿por qué esa mujer tan poderosa y hermosa, se tomaría tantas molestias con él? Apenas se habían conocido y no eran nada, ni socios.
—Le agradezco —respondió Heros, con gusto. Pero debía mantener los límites con ella—. ¿Cuál será el costo?
Hestia moldeó una ligera sonrisa en sus carnosos y gruesos labios de escarlata. Su bello juguete, no quería recibir regalos de su dueña. Eso le había roto el corazón, si era que tenía uno en el pecho, diciéndolo en sentido figurado, para referirse a su benevolencia.
—No he dicho que tengas que pagar. Considéralo… un favor. Así que, me deberías uno. Además, podríamos convertirnos en socios y sería más por altruismo, que por cualquier otra cosa —dijo Hestia, creando una partida, en la que Heros tendría que acceder por exceso de auxilios—. ¿Ta parece? Yo no necesito dinero. Mi idea es invertir el mío en tu negocio.
Heros no sospechó de las perversas intenciones de Hestia. Sin mencionar que, no era demasiado diestro con las mujeres.
—Eso se escucha justo y convincente. Aceptaré su ayuda —comentó Heros, con sincero agradecimiento.
—Pero, te propongo algo —dijo Hestia, inclinado su cabeza hacia arriba. Nada más por este día, quería complacer y alimentar la gula en su futuro juguete—. Por hoy, debido a que nos conocimos y para celebrar nuestro posible convenio. ¿Qué te parece si disfrutamos de un almuerzo completo? Considéralo, el banquete de despedida para comenzar tu nueva etapa.
Apenas estaba iniciando los preparativos de la inescrupulosa mujer adicta al concúbito, para hacer caer al tímido y modesto joven. Hestia le podía ofrecer el mundo entero a Heros, solo para que cayera rendido a sus pies. No escatimaría en dinero, ni opciones; usaría todas las cartas de su baraja. El juego había comenzado, y la derrota, no era aceptable.
Heros guardó silencio por los siguientes segundos. Se sentía bien, que otra persona le interesaran sus metas y objetivos para el futuro. No sabía por qué esa poderosa y preciosa mujer madura lo trataba con amabilidad. Se sentía a gusto y en confianza con ella, como si pudiera mostrarse con tranquilidad, sin temor a ser rechazado o ignorado, porque Hestia lo escuchaba.
—Eso es una buena idea —comentó Heros, complacido con la sugerencia de la perversa dama.
Hestia agarró su bolso, para buscar una tarjeta del gimnasio, pero no halló ninguna. Eso la hizo enojar bastante con ella misma. Llamó a su escolta, para que fuera por una al establecimiento de entrenamiento. Además, le había dicho que cuando se la entregara, se devolviera al auto, porque quería disfrutar de su almuerzo a solas con su invitado. Estando los dos, sin nadie que los estuviera vigilando, se sintió un ambiente más ameno y agradable.
—En un momento te daré la tarjeta —comentó Hestia, mostrándose amable con el chico. No le gustaba ser tan dulce y cariñosa, pero era que, estaba preparando todo para hincarle el diente a ese tierno muchacho—. Y bien, ¿puedes comentarme acerca de tu negocio? En parte, por eso estamos aquí.
—Es verdad —dijo Heros, iniciando su explicación.
Hestia escuchaba atenta al discurso de Heros. Había quedado embelesada con la diestra oratoria del chico, que se expresaba y se desenvolvía con fluidez y claridad. Era estimulante conocer a alguien así, de inteligente y lleno de conocimiento, para el planteamiento y desarrollo de proyectos de emprendimientos escalable. No tenía ni la más mínima idea por la cual, Lacey estaba engañando a ese chico. Era claro que Heros estaba enamorada de ella de manera sincera. Quizás, era ese aspecto pasivo y sumiso, lo que no le causaba ese deseo pasional. Eso podía cambiar, porque con un cambio de imagen, Heros se convertiría en el hombre más atractivo que habitara sobre la faz de la tierra. Era una diosa, y él, podía convertirse en su héroe, que la salvara de su libido en la cama, mientras la atacaba con su dura y filosa espada. Suspiró, mientras sonreía con satisfacción. Ya no era una niña, para estar pensado en esas cosas. Entonces, se percató de que debía tener cuidado, porque ella era la que podría ser seducida la inocencia y pureza de su lindo conejito pardo. Sin embargo, los meseros llegaron con los platos, interrumpiendo su amena charla.
Heros observó con atención, como acomodaban los relucientes y numerosos cubiertos a los lados del plato. Todavía no había recibido esas clases, por haber estado ocupado en su negocio. No tenía el conocimiento de cómo usarlos o cuál utilizar primero. ¿Se necesitaban todos esos tenedores, cucharas, cuchillos y copas? Tragó saliva al sentirse expuesto con la hermosa mujer de cabello rojo como el granate y ojos verdes como esmeraldas.
Hestia notó la preocupación de Heros. Además, que se había puesto un poco pálido. Había asumido que sabía manejar los cubiertos.
—¿Hay algún inconveniente? —preguntó Hestia, con amabilidad—. No te preocupes, si no sabes emplearlo. A mí también me parece tedioso, pero así es la etiqueta.
—¿Tanto se nota? —preguntó Heros, respirando aliviado—. No he empezado ese taller.
—Solo un poco. No tienes por qué sentirte presionado —Hestia encontró la excusa perfecta para tocar el cuerpo de Heros—. Déjame enseñarte lo básico. —Se puso de pie y se ubicó detrás del chico—. Primero debes colocarte la servilleta en el regazo. Heros obedeció sin demora—. Apoyó su pecho en la espalda, aplastando sus grandes y blandos senos en él; quería que sintiera su enorme y duro busto, para que supiera lo que podía tener entre la boca, porque podía amamantarlo como su niño. Deslizó sus dedos, por los brazos, hasta las manos del muchacho de manera lenta y juguetona.
Heros percibió como sus vellos de la piel ser habían erizado. La fragancia del perfume de aquella mujer se había intensificado de gran manera. Estaba comenzando a embriagarse con el agradable olor del cuerpo que desprendía Hestia. Era como si estuviera siendo arropado por un abrigo de terciopelo, porque el suave tacto de ella, era relajante. Sin mencionar los voluptuosos atributos que sentía el dorso. Sacudió su cabeza con levedad y pestañeó con reiteración. ¿Qué había sido eso? Era, como si, por un instante, se estuviera quedando dormido; justo como lo había experimentado al conocerla. ¿Qué pasaba con ella? Si se descuidaba, podría ser hipnotizado por los encantos de Hestia. En verdad, ella podía hechizar a los hombres con su belleza, como una diosa griega. Respiró con lentitud y exhaló con armonía. Debía mantenerse sereno y calmado ante esta incitadora e inusual situación, en la que nunca se había visto involucrado, ni siquiera con Lacey, ni en todos los años que han estado juntos.
—Entiendo —dijo Heros, para que terminara lo antes posible con la improvisada tutoría—. ¿Algo más?
—El tenedor siempre va en la zurda y el cuchillo del lado derecho, sin importar que seas diestro. Tu índice tiene que estar cerca de la cabeza y los dientes del utensilio tiene que mirar hacia abajo, no hacia ti, y los otros cuatro dedos los dejas alrededor del agarre. Así, también vas a sostener el cuchillo. Esta técnica se conoce como el mango escondido —dijo Hestia, mientras lo guiaba y realizaba los movimientos en el aire—. Dobla tus muñecas, para que tus dedos y cubiertos apunten hacia el plato. Tus codos deben estar relajados y tienen que permanecer fuera de la mesa. Nunca apoyados.
Hestia decidió que ya era tiempo de regresar a su puesto, porque solo quería darle una muestra de todo lo que podía obtener, solo si cooperaba con ella. Además, no debía dejar que se acostumbrara a su cuerpo. Nada más quería darle un pequeño aperitivo de lo que podía llegar a disfrutar. Era un truco sencillo, pero efectivo.
—He entendido esta parte —dijo Heros, mirando los otros objetos puestos en su sitio.
—Te dije que sería lo básico. Así que, esto sería lo último que te diga por hoy. Si vas a cortar. —Sostuvo sus propios cubiertos, para mostrarle como debía hacerlo—. Tienes que mantener firme el tenedor, este no se mueve sino el cuchillo, con el que cortas. Y para comer, debes hacerlo con trozos pequeños. —Agarró la copa de champaña y bebió un pequeño trago—. A menos que quieras llevarte aperitivos más grandes a la boca. —Saboreó sus gruesos labios rojizos. Regó, como si hubiera sido un accidente, que el contenido incoloro del recipiente cristalino cayera encima de sus voluminosos pechos, mojando también parte de su oscuro brasier de encaje—. Perdón. Te quise asesorar, pero he cometido un error que no debe permitirse en la mesa.
Heros volvió a quedar hipnotizado el busto de Hestia. Ahora estaba mojado por la champaña, y los hacía brillar en la parte de superior.
—No se preocupe. Ha… Ha sido de ayuda su corta lección —dijo Heros, pasándole una servilleta, para que se limpiara la humedad.
¿Por qué también no me limpias tú? Pensó Hestia, en tanto se secaba de manera provocadora y lenta, para que Heros la viera hacerlo. Hundía sus voluminosos senos y los movía con provocación.
—Puedo darte clases privadas. Así podría enseñarte más cosas —dijo Hestia, con doble sentido, mientras manifestaba una sonrisa tensa y astuta, con sus labios apretados y su boca cerrada. No mostraba ningún gesto exagerado o demasiado feliz, porque no le gustaba hacerlo, y también, para preservar su juventud y su bello rostro libre de arrugas.
Heros se sintió confundido. ¿Se estaba refiriendo a la etiqueta de la mesa? Porque parecía ser más que solo eso. ¿Qué era lo que estaba tratando de hacer esa Hestia Haller, la jefa de una poderosa corporación? Para haberse conocido apenas unas horas, estaba siendo demasiado amable, comprensiva y buena con él. Aunque, ese no era el problema, sino la forma en lo que hacía. En el fondo lo sospechaba y se percataba de esa actitud coqueta de parte de ella. Pero, no lograba entender, ¿por qué una mujer tan rica, hermosa y poderosa como ella, se estaba comportando de ese modo tan cortes con él? No era él más agraciado, ni atractivo. Estaba seguro de que ella podía estar con hombres más ilustres y distinguidos. Sin embargo, juraría que lo estaba seduciéndolo. Y eso podría resultar ser algo imposible de ocurrir. En la escuela no fue el más popular con las chicas y no recordaba tener ni una sola admiradora. Si no fuera por Lacey, lo más probable es que no tuviera pareja hasta la fecha.
—Gracias, pero no quiero abusar de su filantropía —dijo Heros, declinando la oferta de Hestia. Lo mejor era evitar cualquier cosa que ella le ofreciera y marcharse lo antes posible de ese sitio, para evitar inconvenientes mayores y malentendidos.
—Eres joven, tienes mucha energía y estás en la cúspide de la vida. Si puedes obtener algo, sostenlo fuerte en tus manos, para que otro no te quite lo que amas —dijo Hestia, con sagacidad, al hacer referencia a Lacey con el amante. Pero ya se la había dejado robar por otro hombre y él era el engañado—. Bien. Ahora comamos, Heros.
A Hestia le brillaron ojos al ver al lindo muchacho, porque era el plato fuerte que le apetecía degustar en su paladar, saborear con lengua y morder con sus dientes para marcarlo como suyo. Solo un poco más y podría hacerlo.