Hestia estaba excitándose de nuevo. No había llegado a imaginar, que simples mensajes fueran así de estimulantes. Era distinto a estar en persona, ya que se mantenía el suspenso y la intriga, de lo que fuera a responder el otro. Su tierno conejito, tenía el poder de encenderla, sin siquiera tocarla. Y eso ya era demasiado logro.
Heros ni siquiera lo dudó; confiaba en Hestia. Además, que ella ya lo había hecho, por lo que era justo y también deseaba hacerlo. Era como si una cadena de timidez, se hubiera quebrado en su interior. Se puso de pie y se alzó el suéter, para regresarle la foto, con una de su abdomen marcado y su bello rostro. Respiraba de manera acelerada, cuando sacó una foto de su bóxer, en el que se manifestaba su erguido atributo. Debido a tanta adrenalina recorriéndole las venas, lo hizo llegar a un estado de trance, en el que sus pensamientos se habían nublado. Así estuvieron por varios minutos más, hasta que recordó, por lo que había querido conversar con ella.
Heros.
Creo que dejé mi mochila en tu auto.
Hestia.
Sí, te la devuelvo en la tarde.
Heros.
Gracias. Entonces, hasta mañana.
Hestia.
Nos vemos.
Hestia suspendió la pantalla de su móvil y lo pegó a su blando pecho, mientras expresaba un gesto lleno de complacencia. Era increíble lo que había pasado. Esto comprobaba sus sospechas; ya casi llegaría el momento en que, por fin, podía probar sin contenerse y sin limitarse a su bello y bondadoso chico. Además, de que le había dado un pequeño adelanto de las grandes virtudes que guardaba bajo el pantalón. Separó sus labios, simulando que la estaba degustando con su lengua.
—Mañana podré probar tu dulce y angelical sabor, mi niño —susurró Hestia, para sí misma.
Heros se puso de pie, para ir a su cuarto. Trataba de dormir y se movía en toda la cama. Pero la fuerte erección, lo incomodaba, y a eso se le sumaba que le dio ganas de orinas. Así que, decidió ir al baño. Sin embargo, no podía hacerlo, y ya había permanecido algunos minutos, sin poder hacerlo. Su excitación no se iba, ni porque se mantuviera quieto. Sacudió su cabeza, porque las imágenes de las fotos y el video de Hestia en esa lencería erótica, asaltaban sus pensamientos. Suspiró con resignación, y buscó su celular. Se bajó la pantaloneta y el bóxer, para sentarse el retrete. No le gustaba hacer eso, pero era la única solución que se le ocurría. Sostuvo su móvil con la zurda. Entonces jadeó con pesadez al abarcar su erguido atributo, sintiendo al sentir el calor de su palmar. Observó un líquido cristalino, que no era ni orina ni semen. No obstante, el roce era seco y brusco; necesitaba algo más que le facilitara su acción. Así que, por instinto básico, echó saliva en su mano, para hacer como lubricante, y su idea surtió efecto inmediato. Movía su brazo, en tanto, frotaba su firme virtud, y eso, lo acompañaba, viendo las reveladoras imágenes de Hestia. Estuvo más de treinta minutos haciéndolo. Sintió como algo iba a salir de él, y lo hizo templar sus piernas. Su eyaculación ensució sus mulsos, el piso, y también alcanzó las paredes. Estaba fatigado, y ya había comenzado a transpirar. Al final, logró calmarse. Se limpió, así como las zonas donde había aterrizado orgasmo. Pudo dormir más tranquilo, pero no dejaba de pensar en aquella diosa griega que, lo había enloquecido, pues, hasta en sus sueños, la veía, y se revelaban con más picardía.
Al día siguiente, en la tarde, Heros estaba esperando en un sitio discreto y alejado de donde vivía. No podía contener sus ganas de estar con ella.
—¿Necesitas que te lleve, guapo? —preguntó Hestia, desde el asiento del piloto. No le gustaba manejar, pero debido a lo que había sucedido, estaba de buen humor.
Heros, al entrar al auto, la saludó de beso en la mejilla; siendo esta, la primera vez en que lo hacía.
—¿Y el chofer? —dijo Heros, ante la novedad.
—Hoy quería conducir yo. Así estamos solo los dos —respondió Hestia, sin dejar de lado insinuaciones.
La conversación entre los dos se había vuelto a la normalidad. Sin embargo, sus miradas eran más intensas y profundas; como sabiendo que, ambos querían la misma cosa. Ya no podían resistirse a la fuerte atracción que sentían ambos. Era recíproco, pero provocada por la astuta Hestia.
Heros estaba en la máquina caminadora. En lo único que podían ocuparse sus ideas, era en acercarse a Hestia. Ya sabía que ella le correspondería, ya que ella, era la que siempre había tenido la iniciativa. Giró su cuello hacia Hestia, quien estaba de espaldas a él. Observó los firmes glúteos, mientras realizaba estiramientos con mancuernas. Su corazón le dio un golpe en su torso. Comenzó a caminar hacia su dulce pecado, como si fuera jalado por un poderoso imán de carga contraria. ¿Qué era lo que iba a hacer? O, más bien, ¿por qué deseaba tanto estar con Hestia Haller? Al principio, cuando la había conocido, siempre estuvo consciente de la belleza divina, de la que poseía. Pero no había sentido ese anhelo de estar con ella. Sin embargo, lo que ahora experimentaba era una enorme atracción hacia Hestia. Sus pasos eran lentos. Se notaba distante, como si ella estuviera muy lejos, pero en realidad estaba al frente. Entonces, rodeó la cintura de Hestia con sus brazos, y entrecruzó sus dedos en el abdomen plano de ella. Sí, ese calor y ese cuerpo, era el que ansiaba tocar. Aunque fuera un imposible, debido a que estaba comprometido. Eso lo convertía en un infiel traidor. Pero ya no podía aguantarse las ganas de probar el fruto prohibido de Hestia.
—Quédate un momento así —dijo Heros, con su voz temblorosa. Su corazón latía más rápido, que después de haber corrido—. Quiero hacer esto.
Hestia detuvo su rutina. Inclinó su cabeza hacia atrás y sonrió de forma tensa. Los vellos de su piel se erizaron, al lograr su cometido. Había esperado meses por este momento. Jamás había tardado tanto en lograr seducir a un hombre. Era tiempo, de enrollarlo a ella, para que no se pueda escapar, hasta la fase final de su plan. Dejó las pesas en sus sitios, y se dio media vuelta, sin soltarse del agarre de su lindo chico. Encaró a su tierno conejito, que se veía tan atractivo, como un modelo de revista. El cabello marrón, los ojos azules, las tonificadas facciones del rostro y la ligera barba, le daban un encanto maravilloso. Desde que se lo encontró en la empresa, siempre supo de la belleza que Heros mantenía oculta; solo estaba un poco fuera de forma. Ese tímido, amable y modesto joven, que parecía ser fácil de manipular, había resultado ser su más demorada y difícil conquista. A veces, las apariencias eran engañosas, porque él siempre se mantuvo firme y mostró carácter cuando debía hacerlo.
—¿Solo quieres abrazarme? —preguntó Hestia, de manera incitadora. Entreabrió sus labios cincelados, y también abrazó a Heros, para indicarle que, aceptaba el avance que había hecho. Acercó su cara a la de él—. ¿O deseas algo más?
Heros alzó su brazo derecho y acarició el bello rostro de Hestia con la yema de sus dedos. ¿Qué era lo que había sucedido? Antes pudo resistirse a ella. Pero, ahora, no podía dejar de mirarla con lujuria; eso era lo que había despertado Hestia Haller en él: el fuego del deseo que, había estado apagado en su alma, porque nunca había sentido tantas ganas de estar con una mujer, como quería estarlo con esa preciosa dama que, era mayor que él. Esa aura madura, decidida, independiente y atrevida, le daba la confianza de continuar, e intentar nuevas cosas.
—También quiero —dijo él, nervioso y con su voz susurrante.
La cabeza de Heros se acercaba por cuenta propia. Se detuvo, al estar por tocar los carnosos labios de Hestia. Sabía que, al hacerlo, ya no habría marcha atrás. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, haciendo eco. Un solo acto, podía desencadenar una enorme aventura que, podía cambiar su vida para siempre.
—¿Qué te lo impide? Yo lo deseo y tú también.
Heros, durante toda su vida, había sido el niño tímido y tonto de la escuela, y de la universidad. En su pecho. La nació el impulso de realizar algo que, nunca esperarían que hiciera. Asumía toda la responsabilidad de sus acciones, porque siempre había sido fiel a sus ideales y, en lo único que podía pensar, era en Hestia Haller. Entonces, cerró sus párpados y toda brecha con aquella hermosa mujer desapareció en momento efímero. Sintió en su boca, el blando tacto de su diosa griega. La agarró por el dorso, y la aprisionó con confianza.
Hestia movía su lengua, buscando la de Heros. Era algo que, podía parecer sencillo y sin relevancia, pero un beso podría resultar más íntimo y pasional que, hacer el amor. Al concluir su ósculo, de forma parcial. Alejó su rostro, para verlo a él. Y, entonces, divisó las gotas de lágrimas que bajaban con lentitud por las mejillas de Heros. Estaba segura de que él, ni siquiera, se había percatado. No obstante, ella sí sabía lo que estaba sucediendo; era el llanto del alma del bondadoso y amable ángel que, había quedado cautivo bajo los encantos de un ser opuesto a él; el de una diabla pervertida y ninfómana, que lo haría arder en el fuego del infierno, mientras se quemaba en las llamas de su tersa piel, en tanto experimentaban el frenético placer de la carne. Ya había concretado y esperado por lo complejo. Así que, solo tenía que impulsarlo, para asestar el golpe final. Llevó sus manos hasta las de Heros, y las puso encima de las de él, y se las levantó con levedad.
Heros percibía en su tacto, el roce de la espalda de Hestia, que iba siendo guiadas por ella misma, hasta que sintió algo más duro, pero a la vez blando, que no podía abarcar, ni con su agarre completo.
—Ambos somos adultos —dijo Hestia, como si su voz fuera el armonioso canto de una sirena que, ya tenía a su prisionero, listo para devorarlo—. Puedes ir más allá —susurró, con incitación, a la oreja de Heros. Comprimió sus manos, haciendo que él le apretara los glúteos—. Entre más lejos llegues. Yo estaré más complacida y satisfecha.
Heros tenía la seguridad de poder expresarse sin esconderle nada a ella.
—No sé cómo seguir —dijo Heros, confesando su experiencia; la cual era nula.
—¿A qué te refieres? —preguntó Hestia, con prontitud. Sus negras pupilas se ensancharon. Al inicio, se había planteado la interrogante de sí, él era virgen; solo lo había dicho que, todavía lo era, debido a la personalidad. Sin embargo, no estaba segura—. ¿No has estado con una mujer?
Heros negó con la cabeza.
—No —respondió él, sin reserva.
—¿Y ella? —preguntó Hestia, sin decir el nombre de su desleal secretaria.
—Ya te lo había dicho; nuestra relación era de mejores amigos. Ni siquiera nos habíamos dado un beso como este —dijo Heros, agachando la cabeza—. Pero no quiero que la mencionemos.
Hestia no podría estar más complacido con él, por lo que le había comentado. Ahora podía decir con certeza que, se robaría toda la pureza de Heros, y disfrutaría corromperlo, en cuerpo y alma. Su plan, pese a haberle tomado tiempo, iba tal y como lo había previsto. Al final del cuento, habría un nuevo amor en el corazón de su lindo Heros.
—Entiendo —dijo Hestia, con picardía—. No estoy aquí para juzgarte.
—Enséñame —dijo Heros, con sinceridad. Deseaba saber cómo poder hacerlo.
—Soy tu maestra. Yo puedo mostrarte —respondió Hestia, con voz vibrante—. Este será… —Se acercó al oído del chico. Sus ojos verdes, esmeralda, centellearon con las llamas de la lascivia que habitaba en su interior—. Nuestro secreto —susurró, con perversidad. El plato fuerte, ya estaba servido sobre la mesa, y se lo comería todo, sin dejar ni una sola migaja.