Estar de regreso a esta ciudad luego de meses de ausencia se siente diferente.
Un día después de la visita de Celina tomé mis maletas y me subí al primer vuelo con destino a Boston.
No quería estar en LA. No había nada que me atara a ese lugar.
Los recuerdos vividos se esfumaron con la muerte de Dante.
No tenía un trabajo al que responder. El único amigo que me quedo fue Brian, que estaba triste de que le dejara en esa selva de cemento.
Ni siquiera Osmán intento ponerse en contacto conmigo. Así que di por entendido que al no estar su primo, no había nada de que tratar conmigo.
El vuelo fue una mierda por las constantes náuseas que me atacaron durante el viaje.
Lo único que alivio mi malestar fue el comer galletas saladas. Sin embargo, perdí la pelea cuando fue servida la comida del pasajero a mi lado y la salsa bechamel inundo mis fosas nasales.
Ahora, luego de más de diez horas de viaje, estoy de vuelta al mismo lugar del que salí con una maleta llena de sueños y ganas de vivir mi vida.
Hoy regreso con el corazón roto y sintiendo que la vida es una total mierda.
Me detengo en la puerta de la casa de mis padres y llamo.
Esto no es una decisión fácil. Pero es lo mejor para mi hijo y yo.
Segundos después la misma se abre y mi madre aparece en esta.
― ¿Jenna?
Sus ojos se abren con sorpresa antes de dar un paso al frente y rodearme en un cálido abrazo.
―Hola, mamá ―susurro en voz baja antes de que mis lágrimas salgan.
―Cariño, ¿qué ha sucedido?
Me alejo y niego.
― ¡Luis! ―Llama a papá mientras me lleva adentro.
― ¿Jenna?
Es evidente que ninguno de os me esperaba.
―Las maletas, querido.
―Pero, ¿qué ha pasado?
Abro la boca, pero el llanto me puede.
―Ahora no, Luis. Las maletas ―lo aúpa mi madre.
Me siento en el sofá del salón de la casa donde me crecí y mantengo mis manos entrelazadas.
Escucho como papá cierra la puerta y se aproxima al salón.
―Cariño, estás asustándonos ―espeta mamá en tono suave.
―Yo… ―intento hablar, pero el dolor que siento en este momento no me deja.
Respiro profundo y tomo el pañuelo que mi padre me tiende.
Me limpio las lágrimas.
―He decidido volver a Boston.
―Eso está genial, cielo. ― Las palabras proviene de mi mamá que está a mi lado y acaricia mi espalada con mimo―sabes que eres bienvenida aquí, en tu casa.
Las palabras de mamá me reconfortan y al mismo tiempo me duelen.
Desearía estar con Dante y no sintiendo como me han quitado un pedazo de mí.
―Hay algo más ―asevera papá ―no vienes en este estado sola a decir que regresas a casa.
―Luis.
―Es cierto, Sara. Amo la idea de tenerla aquí, con nosotros ―dice ―pero hay algo que le sucede a nuestra hija y por eso esta así.
―Papá tiene razón ―digo mirando del uno al otro.
Les cuento todo lo que ha ocurrido y mientras avanzo en mi relato la cara de estos es un poema. No me guardo nada y cuando llego a la parte de la muerte de Dante me dejan llorarlo.
Mamá me reconforta mientras papá blasfema a gusto.
― ¿Cómo esa mujer no dejo que te despidieras de su hijo?
―Ay, mamá. No solo eso ―digo― estoy embarazada y ella lo sabe niego ―prácticamente me dijo que por mi bien y el de mi hijo lo mejor que podía hacer era desaparecer.
―La mato ―mamá sisea mientras se levanta del sofá ―no, la quemo viva a la muy desgraciada.
―Yo te consigo la gasolina secunda papá.
―Decidí regresar ―continuo ―es lo mejor, no quiero nada de ella o de esa familia.
―Cariño.
―No, mamá. Sé que cree que mi embarazo era una manera baja de atrapar a Dante y no pienso darle la razón, menos pedirle algo a Celina Ferraro.
―Así se habla ―papá se pone de pie.
―Solo necesito encontrar un trabajo, un lugar para estar en paz y criar a mi hijo.
―Nos tienes a tu madre y a mí.
―Gracias, papá ―sonrío un poco ―pero no vine a ser una carga para ustedes.
―Y, ¿quién te dijo que lo eres? ―las palabras vienen de mi madre que me mira con determinación.
―Mamá.
Levanta la mano haciéndome callar.
―Mi nieto no tendrá un padre, un apellido rimbombante, pero tendrá unos abuelos y una madre que darán todo por él y su bienestar.
Asiento.
―Por supuesto que sí.
Papá se acerca y poniéndose de cuclillas me mira con sus ojos claros iguales a los míos cargados de sentimiento.
―Sé que ahora estás triste y está bien, pero necesitas levantarte y volver a sonreír. Por ti y mi nieto.
―Siento que no voy a poder.
Confieso.
―Lo harás―dice con convicción― sé la hija que tengo. La Jenna que crie no se acobarda ante nada.
―No voy a decirte que será fácil ―espeta mamá volviendo a tomar asiento junto a mí.
―Pero tampoco será imposible ―sus ojos negros me ven con determinación ―conozco de que madera estás hecha, yo te crie ―sonríe. ―No sé cómo te sientes, pero puedo imaginarlo.
―Siento como si me hubieran abierto un agujero en el pecho ―confieso.
―Ay, mi vida ―susurra antes de envolverme.
Papá nos arropa en un abrazo a ambas y me refugio en ellos.
Sé que no será fácil, pero como me llamo Jenna Browne lo voy a lograr.
Por mí y por Dante lo haré.