Te pertenezco y no lo sabes:Martini doble
Te pertenezco y no lo sabes
La noche comenzaba a brillar cuando sus zapatos negros de charol cruzaban la puerta del lugar, sentía el aire corrupto de los puros y cigarrillos finos ser menos denso con sus pulmones, su vista se agudizaba cuando intentaba prestar atención al intenso brillo de su cabello y esa sonrisa… esa sonrisa le sacaba el más idiota de los gestos.
Ese gesto, esa sonrisa, su porte, sus maneras al caminar y hasta el tono de su voz se hallaban entre sus pensamientos más íntimos y profundos.
Tras bambalinas, seguía sigilosamente sus movimientos con la mirada y sonreía al ver que se sentaba exactamente en el mismo lugar de siempre, y más sorprendida quedaba al corroborar que esa era una de las mesas que noche a noche le tocaba atender. Le gustaba pensar que al menos podría dirigirle algunas palabras fuera del contexto romántico que ella desearía, le gustaba pensar que su trabajo la obligaba mínimo a hablar con él sin verse como una maldita maniática acosadora.
–Hola buenas noches, ¿le puedo ofrecer algo de beber? – preguntaba intentando no titubear, intentando mantener firme el tono de su voz y estable su respiración agitada; cosa que sin duda no podía controlar, pero al menos deseaba que él no se percatara de ello.
El rubio alzó la mirada, y sus deslumbrantes ojos azules miraban fijamente los de esa chica atolondrada.
–¡Oh vamos! ¡No tienes que ser tan formal conmigo K…l…! – el rubio sonrió. –Rayos, perdóname, siempre olvido tu nombre– se rascó la nuca mientras buscaba un inexistente gafete en el uniforme de esa mujer.
–Kloe, soy Kloe – sonrió ella.
–¡¿Cómo pude olvidarlo!? ¡Qué tonto! – exclamó sonriente.
–¿Lo mismo de siempre? – cuestionó ella mientras emitía una leve sonrisa porque de alguna forma u otra amaba el hecho de saber que al menos ese hombre rubio sabía de su existencia remota como su camarera.
Él quedó perplejo un momento.
– ¿Tan seguido vengo que ya memorizaste lo que bebo?– sonrió encantadoramente.
–Sí, Kloe, lo mismo de siempre– exclamó mientras se ajustaba la corbata y sonreía de una manera tan maravillosa que ella sentía sus piernas ser una masa gelatinosa.
–En un momento le traigo su bebida– afirmó ella intentando evitar caer en su hipnosis.
–Espera Kloe…– la llamó y ella por un momento deseó con todas sus fuerzas cambiar el escenario en el que se encontraba por uno que le favoreciera.
–¿Sí, señor Mayers? – cuestionó.
–Sí va a cantar esta noche ¿verdad? – interrogó apenado.
Ella suspiró con desgano.
–Sí, como cada noche, señor – añadió para darse la vuelta y salir de ahí con el ánimo en el suelo.
–Qué bien… – sonrió él mientras miraba al vacío. Ella comenzó a aligerar el paso –¡Por cierto! – le llamó. –Dime: Vincent, ¡por favor! – esbozó el gesto más bello, tan hermoso que ella por un segundo, olvidó que cada noche le rompía el corazón con la misma interrogante.
Kloe… tan solo le sonrió y salió de ahí en busca de su pedido.
Llevaba trabajando ahí apenas un par de meses. El verdadero propósito de su estadía en ese lujoso bar se había trastornado por mucho a su verdadero objetivo, estaba completamente envuelta en un papel equivocado en ese lugar, su más grande y muy satisfactorio consuelo era cruzar miradas y sencillas palabras con el –a su parecer– guapo Vincent Mayers.
–Martini doble, Lee, por favor – exclamó ella, a su a******o compañero.
–¡Ya mismo sale! – gritó el muchacho de cejas tupidas mientras sonreía con ese extremo entusiasmo de todos los días.
Tomó su bandeja y con mucho cuidado colocó sobre ella la copita de alcohol que su compañero le había dado, suspiró y nerviosa emprendió de nuevo su marcha hacía el rubio quien muy atento observaba el vacío escenario esperando a que una bella luz lo iluminara con su fulgor más radiante.
–Aquí tiene… – murmuró intentando pronunciar su nombre. –V…in…cent– masculló débilmente mientras asentaba con cuidado la copa y evitaba a cuestas sonrojarse.
–Gracias – sonrió él con dulzura. Ella se dispuso a darse la vuelta y salir de ahí mientras experimentaba ese sentimiento que no podía controlar, esa inexplicable necesidad de salir rápido que chocaba con su eterno deseo de no alejarse jamás… –¡Kl…Kloe! – ella giró el rostro. –¿No sabes a qué hora sale? – no pudo concluir su pregunta debido a que en el siguiente instante una tenue y suave luz se hizo presente, el muchacho rubio ladeó en seguida la mirada hacia ese punto en medio del escenario que estaba a tan solo unos cuantos metros de donde él estaba sentado.
Kloe quedaba siempre expectante ante ese panorama frente a ella. Era extraordinaria la manera en la que ese rubio quedaba instantáneamente idiotizado frente a la presencia de esa mujer pelirroja, era indescriptible el gesto que lo embargaba cuando dicha mujer de ojos esmeralda comenzaba a cantar.
Era cierto, tenía un timbre de voz maravilloso, era como si las palabras danzaran alegres entre sus finos labios carmín y era cierto… era tan hermosa y tenía un físico tan maravilloso que Kloe sabía a duras penas que jamás podría competir con semejante diosa.
El rubio… perdía la respiración por culpa de Elena Ferrer, perdía el habla y los pensamientos se le atolondraban tanto que olvidaba todo a su alrededor y solo enfocaba su hermosa mirada azul delante del espectáculo, frente a sus ojos como si de esto dependiera su vida. Kloe suspiró entristecida, no importaba el hecho de contemplar todas las noches la misma escena de él ensimismado, prendido de la belleza de la chica pelirroja de ojos verdes, no importaba, simplemente sentía que el pecho le apretaba el corazón y el aire no circulaba por sus pulmones, entonces… decidió por su propio bienestar alejarse prontamente de aquel lugar.
–Lee, tomaré mi descanso ahora. Estaré a fuera por si alguien me necesita – le anunció al chico de la barra que también miraba anonadado a la hermosa cantante de ojos verdes y vestido escotado.
– Ehh… sí… – le contestó a medias a Kloe.
Kloe empujó con mucha fuerza la puerta de salida para empleados y respiró una inmensa bocanada de aire mientras intenta controlar sus sentimientos.
–Esa mujer los trae locos… ¿no crees? – murmuró una femenil voz a su espalda. Quizás Kloe era lo demasiado distraída y torpe como para no percatarse de la presencia detrás de ella.
–¡Dasha! ¡Casi me matas de un susto! – exclamó la chica mientras se apretaba el pecho asustada.
La rubia solo sonrió.
–¿Estás tomando tu descanso? ¿No es muy temprano? – le cuestionó la mujer mientras inhalaba su cigarrillo.
Kloe guardó silencio.
–Ese chico rubio te tiene mal…– exclamó mientras observaba a la muchacha mirar el suelo, entre sus labios brotó una graciosa sonrisa mientras enfocaba su mirada hacia Kloe, después la desvió.
–Te gusta mucho, ¿cierto? – le preguntó, la castaña echó un respingo al aire y terminó por asentir suavemente con la cabeza. –Pero el idiota viene todas las noches para escuchar a la plástica de Elena Ferrer, ¿no es así? – Kloe bajó la mirada aún más como un gesto de afirmación. –¡Puf! ¡Qué difícil es el amor! – exclamó soltando el humo de su tabaco acompañado de una fuerte exhalación. –¡Vamos niña, anímate! Nada está perdido, puedes conquistarlo– le guiño el ojo y luego se dispuso a entrar nuevamente al bar.
Se quedó ahí un momento de pie… mientras reflexionaba las palabras que Dasha le acababa de decir… mientras se hundía en sus pensamientos y emociones para finalmente darse cuenta de que ya tenía que volver al trabajo.
–Te pertenezco y no lo sabes…– murmuró al vacío.
–Kloe, Elena te está buscando– le comentó James.
Kloe suspiró. –Gracias James– le sonrió y caminó hacía el camerino de la pelirroja, tocó suavemente la puerta.
–¡Adelante! – exclamó.
–¿Me buscabas? – interrogó la castaña con su voz tenue y suave.
–¡Sí!, ¿dónde has estado? ¡Tuve que quitarme el vestido y los zapatos sola! – exclamó encolerizada.
Kloe suspiró mientras intentaba recordar porque padecía sus maltratos… cerró los ojos un momento mientras intentaba huir de sus gritos.
Aún lo recordaba…
La chica había escuchado de aquel famoso bar, en donde contrataban a una cantante como parte del entretenimiento de los clientes. Siempre le había gustado en exceso cantar, pero su personalidad tímida le ponía barreras para el alcance de sus sueños.
Pero en ese bar las cosas eran diferentes… porque no tenía que decir su nombre, ni paradero, ni mucho menos dar la cara, lo único que debía hacer era… cantar, cantar como siempre lo había hecho, como por años lo hizo, oculta tras las puertas de su habitación, bajo las cortinas de su timidez.
Deseaba cantar e intentar pretender ser otra persona, cantar mientras dibujaba otra realidad, mientras se embriagaba en sus sentimientos; Mucho tiempo se lo planteó, y el estrés de la escuela y el exceso de disciplina en su familia le exigía por lo menos liberar un poco su alma con el canto y digo, sería en las noches… nadie lo notaría y su identidad no debía ser revelada porque igual y los clientes que frecuentaban ese fino pero pequeño bar eran gente que solo iba a desesterarse sin importarles nada más.
Así que después de mucho discernirlo, decidió un buen día ir a ese bar y obtener ese empleo. Audicionó como muchas chicas lo hicieron porque Kloe sin saber, sin querer, descubrió que en ese exclusivo bar había comenzado la carrera como cantantes profesionales de muchas mujeres del espectáculo, pero ella no deseaba tanto, ella solo quería cantar; solo anhelaba un pedacito de espacio y tiempo donde pudiera sacar todo aquello que tenía enterrado.
–¡Se acabaron las audiciones! – gritó la dueña del bar.
Una hermosa mujer de no muchos años sobre el cuerpo. Sus ojos azules combinaban a la perfección con su cabello n***o y su tez pálida se ajustaba a la perfección en ese vestido rojo que solo resaltaba más el tono hermoso de sus ojos y la carnosidad de sus labios.
–Se acabaron desde ayer, niña– exclamó la mujer.
–¡Pero… pero…! – exclamó Kloe, mientras intentaba recobrar el aliento después de la carrera contra el tiempo que corrió.
–Lo siento querida, suerte para la próxima– exclamó la hermosa mujer mientras cerraba el establecimiento y se dirigía a su lujoso auto.
–Al menos escúcheme, por favor. ¡No lo hago tan mal! – exclamó apurada la castaña, porque sentía que una valiosa oportunidad se le estaba escabullendo de las manos.
–Lo siento, no puedo. Las audiciones terminaron, ya escogí a una chica. – Elizabeth Hamilton le dio la espalda.
Kloe respiró hondo y ahí de espaldas a esa mujer y frente a esa aparentemente vacía calle. Comenzó a entonar una canción. Su voz desentonaba al principio puesto que un miedo de perder esa oportunidad de desahogarse por las noches la embargaba fuertemente y de igual forma la vergüenza de cantar a plena luz del día, cuando antes esperaba que la luz del sol se ocultara para entonar sus melodías, escondida siempre bajo su timidez, bajo las estrictas reglas de la familia Woods, bajo su estrés y su baja autoestima y por supuesto bajo su maldito flequillo que siempre ocultaba el vivo brillo de sus ojos verdes.
Nerviosa al principio, las notas eran más alto de lo que debían o más bajas, poco a poco aflojó el pecho y dejó de atosigar el latido fatigoso de su corazón, en los músculos de sus hombros se rompió el nudo en mil pedazos y cerró los ojos –porque sin duda de esa manera sentía más fácil perderse en su mundo de fantasía donde no era prejuzgada por nada ni nadie– las palabras salieron con extrema facilidad sobre sus labios y no pudo evitar llamar con su angelical tonada la atención de los transeúntes.
La miraban con expectación como si no creyeran o dieran crédito de lo que veían. Cuando hubo terminado de cantar se quedó callada mientras apretaba fuertemente los párpados, tenía miedo, era la primera vez que cantaba en la calle, era la primera vez que lo hacía en público.
Elizabeth Hamilton sonrió.
–No lo haces mal niña – afirmó cuando ella terminó de cantar. Kloe respiraba apresurada, la adrenalina se apoderó de su cuerpo. La gente la miró con expectación. –Pero ya tengo una cantante – afirmó nuevamente, mientras la gente de alrededor se disipaba poco a poco.
–¡Pero! – exclamó agitada. –Yo puedo ser su reemplazo ¡Deme una oportunidad, por favor!
–Ven hoy en la noche y veré que puedo hacer por ti– dicho esto salió de ahí en su flamante auto.
Kloe sonrió emocionada mientras la veía alejarse con la ilusión reflejada en sus pupilas.
Las cosas no habían salido como ella quería y eso era muy claro. Recordaba aquel día en el que se había aventurado a cantar en la calle.
–Por un beso tuyo yo daría lo que fuera…– suspiró bajito.
–¿¡Kloe, me estas escuchando?!– exclamó agitada la hermosa pelirroja.
–Claro… – masculló sin mucho ánimo mientras no podía evitar pensar en el rubio, mientras poco a poco recordaba que él era la razón por la que seguía ahí. Que su sueño de al menos suplir a Elena se había esfumado hacía tiempo atrás…
Llegó al bar como Elizabeth Hamilton le había dicho en la tarde, estaba muy nerviosa, el cuerpo le temblaba como una masa gelatinosa, pero tenía la suficiente valentía para sobrevivir.
–Buenas noches, ¿me recuerda? – exclamó la muchacha.
–¡Por supuesto! – sonrió. –¡Dasha! ¡Llegó la niña nueva! ¡Dale su uniforme y explícale el funcionamiento del bar por favor! – una mujer con una expresión neutra se acercó a Kloe y le estiró ropa perfectamente doblada, la tomó del brazo mientras poco a poco comenzaba a explicarle lo que debía hacer.
–Primero, cámbiate – exclamó, mientras la empujaba al baño exclusivo para el personal del lugar.
–Pero… – intentó protestar ella. Al ponerse el uniforme supo que Elizabeth Hamilton se había olvidado de ella. –una mesera…– suspiró cansada. Salió del baño y lo primero que hizo fue caminar lo más rápido que pudo hacía la oficina de Elizabeth para explicarle el error.
Caminó de prisa mientras escuchaba la voz y los tacones de Dasha seguirla de prisa. Se apuró tanto como pudo hasta que en su desesperación…
–Señorita. ¿Sabe dónde está el baño? – le preguntó un apuesto joven, un hermoso rubio de ojos brillantes. Poco a poco elevó la mirada.
–¿Vincent Myers? – preguntó para sus adentros.
–¿Señorita? – Kloe estaba en completo shock. Vincent Myers, el chico que le gustaba desde que tenía memoria le estaba hablando por primera vez. ¡Por primera vez en su vida! Bajó la mirada sonrojada como siempre hacía y se percató de la ropa que tenía puesta: en efecto, él la había confundido con el personal del bar y por eso se dirigía a ella con tanta facilidad.
–El baño esta por ahí… – exclamó Dasha, mientras le señalaba el lugar con el dedo índice.
El rubio agradeció y salió de ahí, dejando a Kloe suspirando, lo siguió con la mirada.
–Siempre viene por aquí… por si te interesa saberlo – exclamó Dasha al ver el embelesamiento de Kloe.
–¿Ehh? – se sonrojó al notar su obvio interés por el rubio. –Siempre…– susurró ella. –¿Qué dices que tengo que hacer? – sonrió y Dasha le correspondió a la sonrisa.
Kloe suspiro una vez más. Siempre había estado enamorada de Vincent Myers y fue de a gratis porque él no tuvo que hacer mucho para tenerla mal, no tuvo que hacer prácticamente nada: solo ser él mismo.
Era absolutamente triste el hecho de que él ni siquiera supiera que existía tras haber estado estudiando muchos años juntos y peor aún… estaban en la misma universidad, estudiaban lo mismo, estaban en el mismo salón de clase y él ni se inmutaba de ello.
Sus ojos solo estaban fijos en Elena Ferrer, como siempre desde que Kloe tenía memoria, habían estado…
Su amor imposible… siempre lo había sido, incluso había olvidado el hecho de que el motivo por el cual trabaja en ese bar era para ocupar el puesto de cantante, puesto que Elena tenía y que al parecer tenía una excelente aceptación por parte del público que noche a noche iba ese lugar y no era solo porque la pelirroja era muy hermosa sino además por su melodiosa voz, ¿cómo podría competir con semejante diosa? No, no, eso en definitiva no estaba en su poder y así que resignada se terminó quedando con el papel de mesera enamorada. Después de todo… no era tan malo, podía verlo todas las noches, es más, ella misma le servía su copa de alcohol y aún mejor ya la llamaba por su nombre.
Salió del trabajo y se lo encontró a él en la puerta del bar, lo observó sigilosamente. Su curiosidad se vio amenazada al ver que él se movía hacia ella, estresada intentó correr, pero su torpeza fue mayor que su poca habilidad para escapar.
–¿Kloe? – cuestionó el guapo rubio.
Ella tragó duro de miedo al pensar que él a lo mejor había descubierto que ella lo espiaba.
–Ehhh hola… Vincent – sonrió nerviosa.
–Hola – calló un momento. –Ehh… ¿no sabes si Elena ya se fue? – le cuestionó con miedo.
Kloe resopló.
–Lo lamento, se fue hace rato – se volteó para salir de ahí.
– ¡Kloe! – le llamó de nuevo. La chica giró la mirada, en sus ojos se asomaba una pequeña esperanza. – ¿No sabes con quién se fue? – hizo añicos su corazón.
–No, Vincent, no sé con quién se fue – giró rápido y salió de ahí aprovechando que el rubio estaba pensativo.