—Scarlett. —Escuché entredormida—. Hija, despierta.
Poco a poco fui despertando y noté que alguien me sacudía de los hombros, tallé mis ojos con mis manos haciendo puños con ellas, cuando mi vista pudo aclararse un poco mejor, miré a mi madre frente a mí.
—¿Qué haces aquí, Charlotte? —La llamaba por su nombre, dejé de decirle mamá desde el día en que la encontré teniendo relaciones con un hombre en nuestra casa por segunda vez, ya le había dicho que no hiciera eso en la casa, pero nunca le importó que yo presenciara tal acto, para mí una madre no hace eso, así que desde ese día dejó de serlo.
—He estado buscándote, tenemos que ir al refugio para resguardarnos de estas temperaturas —dijo y bufé, claro que no iría a ese lugar. Miré a mi madre, sus ojos cafés muy diferentes a mis ojos verdes grisáceos, no me demostraban que quería protegerme, ella no notaba que yo estaba más segura en la calle.
Seguí mirándola y esperando que pudiera leer en mi mente que yo no quería ir al refugio de GrapeVille.
Mi madre no era fea, de hecho, era una mujer bastante hermosa con su cabello rojo muy abundante y rizado, era pequeña, medía si mucho 1,60; para mí era como una muñequita de porcelana y odiaba que al ser tan bella tantos hombres la utilizaran de juguete.
Yo era todo lo contrario, mi cabello castaño claro casi rubio y ondulado, siempre me gustaba llevarlo largo, medía 1,75, pero yo no era tan bonita como mi madre, ella tenía una piel de porcelana, a mí la pubertad me había pegado muy duro y el acné siempre estaba presente, era delgada, muy delgada, mamá tenía un cuerpo más bien rellenito. A mí me faltaban muchas cosas para ser una linda princesa.
—Vamos, Scarlett, levántate, tenemos que llegar temprano si queremos alguna cama. —Suspiré, no notó que no quería ir al refugio.
—No quiero ir, no me siento bien estando allí, preferiría convertirme en un copito de hielo a estar ahí. —Ella me miró feo cuando escuchó mi respuesta.
—No seas exagerada, allí estaremos bien, nos alimentarán mejor y tendremos un colchón. —Eso lo sabía, era mejor tener un colchón a dormir en una silla de madera.
—Está bien, solo por eso, estoy muy cansada, y hace días que no como más de una vez al día, vamos allí. —Me levanté prometiéndome que a la primera humillación saldría del refugio y volvería a mi silla que nunca me trataba mal, bueno, a mi espalda sí.
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Al llegar al refugio, nos acomodaron en la misma habitación de las mujeres y los niños, nos mostraron nuestras camas y nos dieron un cambio de ropa, un pijama de un color azul grisáceo, todos teníamos la misma en el, era un tipo de uniforme allí. Me bañé, me puse el pijama y me recosté un rato. Estaba muy cansada.
Al llegar la hora del almuerzo nos llamaron al comedor, allí había unas 120 personas más, algunas mujeres refugiadas eran las encargadas de servir la comida en platos de plástico, no había muchos, a unos cuantos nos tocó comer en platos de cartón. Eso me daba igual, lo importante era comer.
Miré a cada una de las personas analizándolas, no podía confiar en nadie, muchos eran ladrones que robaban lo poco que teníamos, ya me habían tocado varias experiencias feas de este lugar que me habían hecho salir corriendo muchas veces.
En medio de mi análisis por el refugio y cada uno de sus habitantes, vi a una chica de unos 15 o 16 años, se notaba que era bajita, aunque estuviera sentada y su cabello era tan n***o que contrastaba muchísimo con su blanca piel.
La chica debió de sentir mi mirada porque nuestros ojos se conectaron, nos miramos por varios segundos hasta que la apenada fui yo y desvié la mirada.
Me concentré en comer, era arroz con pollo y verduras, no sabía bien, debía de tener algo ya caducado, pero a ninguno de los que estábamos acá nos importaba, realmente comida era comida ya caducada o no; alguien se sentó a mi lado, levanté mi cabeza para mirar y me di cuenta de que era aquella chica de pelo n***o.
—¡Hola! —saludó la pelinegra—. Mi nombre es Lucy, ¿y tú?
—Hola, soy Scarlett. —Le sonreí.
—Mucho gusto, ¿apenas llegaste hoy cierto? —preguntó con curiosidad.
—Así es, la verdad es que no me gusta venir acá, pero con estos climas no hay más opción —admití con una mueca.
—Te comprendo, me pasa igual, yo vengo de otra parte, los trenes en esta época son muy escasos así que tenía que quedarme aquí —me contó Lucy.
—¿Viniste sola? —pregunté con interés.
—Sí, desde mis 8 años ando sola, mi madre murió cuando tenía cuatro años y mi padre nunca se hizo responsable de mí, así que me abandonó en un orfanato, pero no me gustaba estar ahí, lo odiaba, nos hacían cosas horribles a los que éramos más pequeños, así que escapé.
Me sorprendí de que Lucy me contara algo tan personal como si fuéramos amigas de toda la vida, yo jamás había llegado a ser tan confiada con una persona, esperaba que por primera vez pudiera tener una amiga en mi vida, me agradaba la idea.
Lucy hizo una mueca de tristeza al terminar su relato.
—Y tú, ¿estás con alguien más?
—Sí, con.... —no quería decir que era mi madre, pero, aunque acababa de conocer a Lucy, sabía que podía confiar en ella—, mi madre.
—¡Oh! Genial, debe ser bueno tener una, yo casi no me acuerdo de la mía, es un poco triste. —Se le aguaron los ojos y suspiró para no derramar ninguna lágrima.
—Mi mamá es... prostituta —admití. Lucy agrandó sus ojos, realmente sorprendida al escucharme confesar eso—. No me gusta llamarla mamá y por eso siempre ando en la calle, algún día espero poder estudiar y ganar mucho dinero para poder sacar a mi madre de ese mundo, me duele mucho verla así. —Mi voz se quebró en la última frase.
Lucy se levantó de su asiento, vino hacia mí y me abrazó, se sintió muy bien ese abrazo, hacía mucho no recibía uno. Es más, estaba segura que nunca me habían abrazado, así que devolví el gesto con efusividad.
Sabía que de allí surgiría una gran amistad.