Domingo por la tarde, tirada en la cama de su habitación, pensaba en el encuentro con Alex y luego llegaba a la mente su anillo, el que él había tomado sin decirle nada, se sentía muy confusa, angustiada y quería respuestas. Todo de aquella noche había sido un poco raro, apasionado y luego apasionado. No pudo ser más perfecto, excepto por la partida de Alex y su anillo. —Isabella, ¿no me vas a responder? Te he preguntado varias veces si vamos a almorzar. De verdad tengo hambre. —¡Vete! No creo que salga de mi habitación en lo que me queda de existencia. —¿Puedo pasar?— se acercó a la puerta Basil. —Si, pasa. —Pareces muy desanimada. ¿No te gustó la sorpresa del otro día?— se sentó junto a la cama. Se refería a que no le dijo que Alexander estaría en la reunión. —Si, hubiera pr