- ¿Por qué Paris? – preguntó Salomé al observar por la ventana del avión. Apenas durmió un par de horas cuando fue despertada, no había un viaje programado y tampoco hizo reservaciones. Tal como había dormido, fue llevada.
- ¿Por qué preguntas tanto? – cuestionó Cristian. Él parecía estar bien para las pocas horas que durmió, su cuerpo se había a acostumbrado o adaptado a desvelarse.
- Tengo derecho a preguntar después de que me trajo sin previo aviso. Ni siquiera me he podido contactar con un hotel para nuestras habitaciones. Todos están al tope. A este paso tendremos que compartir cama.
- Sería lo ideal. - habló sin la necesidad de mirarla. Sus ojos estaban ocupados en la pantalla del móvil.
- Soy capaz de dormir en un mueble, pero no en la misma cama.
Cristian no dijo más palabras, dejando a Salomé completamente inquieta y con cólera. La pijama de liebre era tierna, pero su mirada decía muchas cosas.
- De acuerdo, hemos llegado. – habló cuando al fin aterrizaron. Se puso de pie y empezó a caminar para la salida del avión. Salomé fue tras él con su pijama que por poco saltaba para poder alcanzarlo.
El carro ya los esperaba, subieron con la ayuda de Facundo y se pusieron en marcha.
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- Señor, bienvenido. – habló en su lengua francesa la ama de llaves, una mujer de cuarenta y ocho años. No era un simple hotel, era un departamento de lujo. – las habitaciones están listas para ambos. – sonrió ante ellos.
- Acompañe a Salo a su recámara, yo saldré. Estoy de regreso en la madrugada. – Cristian miró a Salome quien no hacía más que preguntarse del por qué estaban ahí y sobre todo por qué nunca supo de aquel lugar. – te espero en la mañana, saldremos a desayunar. – le dijo a la vez que guardaba sus manos y los bolsillos.
- ¿Habrá alguien más? – preguntó Salomé, tenía que estar preparada. Entendía que con Cristian o estabas a su ritmo o te daba algún tipo de sorpresa.
- No, sólo tú y yo. – respondió y se marchó.
Salomé lo vio caminar hasta que cruzó la puerta, dejando escapar el aire muy despacio de sus pulmones.
- Vamos, la llevaré a su recámara. – escuchó la voz de la ama de llaves y luego el sentir de su mano cuando tomó la suya para subir por las escaleras.
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- El señor Cristian ¿Viene muy a menudo? – preguntó Salomé, mientras observaba su cuarto de tonos pasteles.
- Una vez cada seis meses, pero está vez vino seguido. – respondió la mujer a la vez que preparaba ropas para Salo. – aunque está vez. – hizo una pequeña pausa deteniendo su mirada en ella. – vino acompañado ¿Eres su novia?
- Iniciamos una relación hace unas horas.
- Debe de quererte mucho como para traerte. – sonrió observando a la liebre de ojos verdes. - Mi señor a tenido muchas novias, siempre cambia cada cierto tiempo, pero a ninguna la trajo. Este lugar es como un templo para él, sagrado de diferentes formas, un santuario.
Sus palabras hicieron que Salomé se sintiera especial.
- ¿Por cuánto tiempo se queda?
- Nunca se sabe, cuando voy por él ya no está. Jamás se despide.
Salomé se acercó un poco más a la mujer, ella parecía conocerlo y era de confianza.
- ¿Sabe de la madre de Cristian?
Bastaba decir que sus ojos se hundieron por aquella pregunta y su rostro por poco palidece.
- Cuando alguien hace preguntas de la madre del señor, ya no vuelven a verlo. El señor Cristian es muy estricto con ese tema, ya que el mismo es muy delicado. – tomó su mano. – muchacha, si lo amas no preguntes y si estás con él por interés tampoco lo hagas. Aprovecha su noviazgo por que son cortos. Él podrá no recordar los rostros, pero recuerda las traiciones y no lo perdona. – sonrió despacio, la ropa estaba lista para Salomé. - te dejaré para que te cambies, cualquier cosa estoy a tus servicios. - dijo decidió irse.
La dejó más curiosa que nunca. Ella prometió no entrar en su vida, pero era como abrazar sin manos. Respiró para liberarse de aquellos deseos que no dejaban de recorrer en su cabeza y fue a descansar, su cuerpo se lo pedía.
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- Bienvenido, Cristian, por favor toma asiento. – dijo el doctor. Un hombre de aspecto jovial. En sus manos tenía tomografías del cerebro de su paciente. – la verdad, no esperaba hacerte venir de nuevo, pero lamentablemente, va a suceder. El tratamiento del año pasado no dio resultado. – lo miró a los ojos y dijo con algo de pesar. – lo siento mucho, pero volverás a perder la memoria dentro de seis meses. Los recuerdos que hagas a partir de ahora se eliminaran por completo como ha sucedido en tus últimos años.
Cristian se quedó en silencio, deseaba vivir en esa realidad, ha perdido muchas que ya se siente como un hombre en la luna. Sino olvidaba a sus padres era gracias a las pláticas con evidentes recuerdos a través de álbumes que tenían más un abrazo de ambos, pero sus ex parejas eran eliminadas de sus recuerdos por completo. Sólo sabe que existe y que le es indiferente como cualquier extraña que se le acerca, así como Mafer.
- Mi concejo es que trates de fotografiar recuerdos de estos seis meses si quieres saber lo que sucede en tu vida. Todo lo que puedas hasta dar con el bloqueo en tu cerebro. – volvió a decir el doctor Marrión, un hombre muy cercano a Cristian.
- No será necesario. – respondió, se puso de pie y dio por terminada la cita médica.
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- Hace mucho frío. – dijo Salomé mientras sentía que subían por un ascensor. Sus ojos habían sido vendados por una cinta roja y sobre el cuerpo recaía un gran abrigo n***o, guantes y una boina del mismo color. - ¿Por qué salimos del departamento a las 5:30 de la mañana?
- No cuestiones y camina junto a mí. – escuchó la voz de Cristian envolverla.
- Si planea lanzarme de algún edificio, sabrán que fue usted.
Cristian no respondió ante sus acusaciones y continuó con ella tomada de su mano.
- Voy a quitarte la venda. – dijo cuando se detuvieron.
Esta vez el viento recorría más fuerte, parecía que estaban al aire libre. Cuando la venda fue retirada, Salomé observó que se encontraban en la torre Eiffel justo en el punto de amanecer. Era una maravilla ver como el sol salía a dar los buenos días y cubría aquella ciudad en un manto amarillo. Frente a ella una mesa lista para dos.
- Los sacrificios que haces dan grandes resultados cuando los miras. – dijo Cristian al indicar que tome asiento. – no tomes esto como una muestra de amor, sólo quería desayunar junto a alguien.
Salomé estiró sus labios y asintió, Cristian o su jefe no podía ser romántico, las dos cosas no eran para él. Tomó asiento en la silla indicada, un camarero los atendió.
- El especial para ambos y una taza de café. – ordenó Cristian cuando entregó la carta. El hombre asintió y fue por la orden.
- Acepto que lo he juzgado mal, no es estúpido. – Salomé se estaba disculpando, el desayuno entre ambos no podía salir mejor.
- ¿Y sensual? – sus ojos se concentraron en los de ella, no mostró algún tipo de sentimiento, pero espera su respuesta.
- Lo es, pero no es mi tipo. – respondió sabiendo que eso era mentira. Recogió sus cabellos tras la oreja, un arete se estaba por caer.
- No. – habló Cristian al ver que ella lo iba a ubicar. – dámelo a mí.
- ¿Por qué?
- No preguntes. – estiró su mano, Salomé respiró y decidió entregárselo. Al tenerlo, lo guardó.
- ¿Para qué lo quiere? – una pregunta más le hizo.
- Para mis recuerdos. – respondió sin dejar de verla.