Gor no compartía la emoción general, miró intensamente a la abigarrada multitud de invitados y trató de averiguar quién le llamaba. Sabía que era un trabajo en vano, pero no pudo evitarlo. Su mujer, como siempre en estos eventos, marchó a saludar a sus amigas, porque soportar la cara aburrida y enfadada de su marido, era lo menos, que le apetecía ahora. Gor no miró al camarero vestido de librea: necesitaba tener la cabeza despejada esta noche, no beberá. La orquesta de cuerdas empezó a tocar algo alegre, superponiendo la polifonía humana, el violín empezó a cantar. Cientos de luces de colores destellaron en el árbol de Navidad. La audiencia rugió de alegría. Gor se sacudió con indiferencia el confeti, que había caído sobre la manga de su frac, se apartó del árbol ... Una mujer estaba en