Durante cinco días enteros después de su llegada, Melisenda estuvo en un estado extraño, como si no estuviera aquí, en su casa en Sicilia con su familia, sino en algún lugar muy lejano. Ella simplemente estaba buscando una respuesta lógica para su comportamiento y sobre todo la explicación, porque otra vez se acostó con el hombre, a quien tenía que odiar. – Mamá, ¿vamos hoy a la feria? Quiero comprar un regalo para Pasquale. Melisenda no dijo nada y siguió balanceando a su hija en el columpio. – ¡Mamá! ¿Escuchaste? – ¡Ah! ¿Qué? Lo siento querida, estaba pensando, – se disculpó. – Pregunté si iríamos a la feria, - repitió Erika, en un tono serio, del que era capaz. – Sí, como quieras, – respondió Melisenda y detuvo el columpio. La niña saltó, se paró frente a su madre, cruzó los braz