POV ARTEM ROMANOV
—¿Por qué?
—Ansiedad y estrés. También Mamá me ha obligado a acompañarla a eventos, he conocido más gente de la que me gustaría y no puedo rechazarla. No quiero que se sienta mal, más cuando piensa que está todo bien conmigo —explicó, apretando los puños con fuerza, aunque su rostro seguía inexpresivo—. Si se entera, pensará que es su maldita culpa, cuando no lo es.
—¿Quiénes eran esas personas?
—Cinco de ellos eran mis guardaespaldas, y los otros, personas comunes —respondió, y su voz se volvió aún más fría y distante.
—¿Quieres ver a un psicólogo? Podría buscar uno discreto y tal vez te ayude —propuse rápidamente, sintiendo la necesidad de hacer algo, aunque fuera un intento débil por resolver aquel problema—. Es la única condición para que permita que vayas a Rusia.
—Está bien —aceptó, y sentí un ligero alivio ante su respuesta.
—Dos meses, ¿será suficiente tiempo? —pregunté, buscando confirmación, aunque en realidad no tenía idea de cuánto tiempo necesitaría para resolver sus problemas.
—Lo será —Nos pusimos de pie. Me acerqué a él rodeando la mesa—. No me mires así.
—¿Cómo te estoy mirando? —pregunté confundido.
—Como si fuera un problema que resolver —explicó, y lo abracé.
—No es así. Solo te miro como mi hermanito menor que necesita ayuda —aseguré, y lo solté—. ¿Podrías intentar no matar a más personas del común? Puedo realizar algunas peleas clandestinas y allí podrías matar a tus oponentes.
—Sí, seguro...estará muy bien.
[...]
—¿A dónde piensas llevarme? —preguntó Lia por quinta vez, su voz cargada de curiosidad y anticipación.
—Voy a ver algo y quiero que estés presente —respondí simplemente, abriendo la puerta del copiloto para ella y ofreciéndole mi mano para ayudarla a entrar—. Es algo para los dos.
Vi la emoción brillar en sus ojos, y una sonrisa se curvó en mis labios al contemplar la belleza que emanaba de su expresión.
—¿Qué pasa? —frunció el ceño, comenzando a tocarse el rostro nerviosamente—. ¿Tengo algo?
Sin decir una palabra, tomé su mano y la aparté suavemente de su rostro.
—Solo estaba admirando tu belleza —susurré, inclinándome ligeramente hacia ella y depositando un rápido beso en sus labios—. Eres perfecta.
Me aparté rápidamente y cerré la puerta, asegurándome de que no hubiera nadie alrededor. Todo estaba perfectamente.
Cuando entré al automóvil, noté que Lia aún estaba sonrojada y trataba torpemente de ocultarlo.
Encendí el automóvil y nos alejamos de la casa con calma. No tardaríamos mucho en llegar; la casa estaba a solo diez minutos de distancia, en el mismo vecindario. Esta proximidad era una precaución sabia en caso de que surgiera algún problema con cualquier m*****o de la familia.
—La salida está del otro lado —señaló, visiblemente confundida por la dirección que estaba tomando.
—Sé dónde está la salida —respondí con firmeza, sin apartar la mirada de la carretera.
—¿Entonces...? —preguntó, sin comprender del todo mi decisión.
Giré rápidamente para mirarla y bufé con frustración.
—¿Puedes esperar unos minutos?
—No —respondió de manera rotunda, cruzando los brazos frente a ella—. Odio esperar, odio ser paciente.
—Aprenderás conmigo —dije, sabiendo que mis palabras no cambiarían su opinión.
—Sí, claro —rió entre dientes, con un dejo de sarcasmo—. ¿Sabes dónde está Aleksey? No lo he visto desde que llegamos.
—De fiesta con Aleksander y Adrik.
—Entiendo, andan cogiendo como conejos —comentó con cierta envidia, lo que me hizo soltar una breve risa.
—¿Cuál es el animal que más coge en el mundo? —pregunté de repente, cambiando abruptamente el tema de conversación.
Vi de reojo cómo su ceño se fruncía completamente desconcertada por mi pregunta inesperada.
—¿Por qué debería saberlo? —respondió, con una expresión de confusión evidente en su rostro.
—Porque esos seremos tú y yo en un par de días.
—No me acostaré con alguien que no es mi novio —declaró de manera firme, y la miré de inmediato—. ¿Qué? ¿Mis principios pueden cambiar? —añadió con una sonrisa traviesa, como si estuviera bromeando.
No pude evitar soltar una risa ante su comentario. La espontaneidad de Lia siempre lograba sacarme una sonrisa, incluso en los momentos más inesperados.
No dije nada más mientras continuábamos nuestro camino. Habíamos llegado a nuestro destino, así que estacioné el automóvil y me apresuré a salir para abrirle la puerta y ayudarla a bajar.
—¿De quién es esta casa? —preguntó, mientras caminábamos hacia la entrada a su ritmo pausado.
—Es mía —respondí con calma, sintiendo su sorpresa al lado mío—. Y tuya.
Abrí la puerta y la dejé pasar antes de seguir detrás de ella. Observé cómo recorría la casa con asombro, notando cada detalle cuidadosamente seleccionado. Había contado con la ayuda de Ana para asegurarme de que todo encajara con los gustos y las preferencias de Lia.
—¿Cómo que mía y tuya? —preguntó, volviéndose hacia mí con una expresión de confusión en su rostro.
Sin decir una palabra, simplemente entrelacé nuestras manos y la conduje hacia el comedor, donde nos esperaba un almuerzo.
—Espero que la comida sea de tu agrado —comenté mientras sostenía la silla para ella y luego me sentaba a su lado.
Lia miró a su alrededor, sus ojos vidriosos reflejaban la emoción que sentía.
—Esto... es lindo —susurró, un nudo en su garganta dificultando sus palabras—. No sé qué decir.
—No tienes que decir nada.
—Gracias, es lindo. Pero... no me has respondido —insistió, buscando una respuesta a su pregunta anterior.
Miré a mi alrededor, luego la miré a ella directamente, reuniendo valor para expresar lo que había estado guardando en mi corazón durante tanto tiempo.
—Esta casa es mía y tuya —comencé, tomando su mano entre las mías—. La compré y la arreglé para nosotros.
—¿Nosotros? —susurró Lia, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y esperanza.
—Intenté sofocar mis sentimientos por ti, pero la distancia que puse entre nosotros solo los alimentó. Me engañé a mí mismo, creyendo que ya no sentía nada, que podía volver y todo sería normal, como debería ser. Pero fue una gran mentira. Has sido una constante en mi vida, y mi corazón solo reconoce un nombre, el tuyo. Así que sí, quiero un nosotros, ahora y en el futuro. Por eso quiero que me permitas ser tu novio.
Me levanté rápidamente de la silla al ver cómo las lágrimas caían de sus ojos. Con delicadeza, limpié su rostro, sintiendo el creciente estrés al no obtener una respuesta inmediata.
—No... tú no sabes cuánto yo... yo soñé con este momento —murmuró, su voz entrecortada por la emoción—. Y claro que también quiero que seas mi novio.
Al escuchar esas palabras, algo dentro de mí se desató. Un torrente de alivio y felicidad inundó mi ser, disipando el nudo de preocupación que había estado creciendo en mi pecho. Me acerqué aún más a Lia y la abracé.
Por un momento, sentí el impulso abrumador de contarle todo a Lia, de revelarle la verdad y liberarla del peso de lo prohibido que había estado cargando. Sin embargo, sabía que antes debía arreglar algunas cosas con Verónica.
Respiré profundamente, conteniendo mis emociones mientras trataba de encontrar la mejor manera de abordar la situación. No podía permitir que el secreto y la mentira se interpusieran entre Lia y yo, pero tampoco podía ignorar las complicaciones que se avecinaban si decidía revelar la verdad en ese momento.