POV LIA ROMANOVA
—La mujer que lo buscaba dejó en claro que era importante para él, y tú estás esperando un hijo de otro hombre. Su amor es imposible, así que es mejor terminar con esto antes de que salgas más herida.
Dejé de respirar en cuanto esas palabras salieron de su boca. ¿Cómo era posible?
"Créeme. Confía en mí, no tengo novia"
Y una mierda. Había confiado en él, le había creído, y él se estaba burlando de mí en mi cara.
—Gracias por tu consejo —dije con una sonrisa forzada.
Salí de la habitación rápidamente y bajé las escaleras aún más rápido. Tenía que verla, tenía que verlos con mis propios ojos y entender de una vez por todas lo falso que había sido Artem.
Cuando salí de la casa y me dirigí hacia el portón, lo vi a lo lejos. Estaba de espaldas, con unas manos femeninas aferradas a su cuello en un abrazo, en besos quizás. Desde mi posición solo podía verlo a él, pero estaba casi segura de lo que estaba presenciando.
Hijo de...
La ira y la traición inundaron mis venas mientras me acercaba a ellos. La única certeza que tenía mientras me acercaba era que la iba a matar.
Fruncí el ceño cuando de repente un auto se detuvo en la calle y ella corrió hacia él. Si no me equivocaba, era el auto de Sergei.
—Así que está al tanto de todo —susurré con amargura mientras observaba la escena con desdén.
Me detuve y crucé los brazos, observando cómo Artem pasaba repetidamente sus manos por su cabello. Su rostro era un enigma, ninguna emoción visible en él, lo que dificultaba aún más leer sus verdaderos sentimientos.
Cuando alzó la mirada y me encontró con los ojos, se detuvo un instante antes de seguir adelante, ahora con la mirada clavada en mí, sin un ápice de sorpresa o arrepentimiento.
—Qué grosero de tu parte, Artem. No presentar a tu novia ante tu familia, ¿está ella bien con esta situación? —espeté, manteniendo mi tono firme.
Se detuvo a escasos centímetros de mí, y me obligué a alzar mi rostro para enfrentarlo.
—¿Novia? —Una sonrisa torcida apareció en su rostro—. No tengo novia, Lia —respondió con calma, pero su mirada revelaba algo más profundo.
La ira me sacudió y me esforcé por mantener la calma.
—No volverás a jugar conmigo. Eres un maldito mentiroso.
Negó levemente con la cabeza.
—Un maldito, sí, pero mentiroso, no —respondió con un deje de cinismo.
Una risa incrédula escapó de mis labios, sin poder creer su descaro.
—Un mes para conocerte, y menos de uno para saber que no puedo confiar en ti.
—Lia, en estos momentos tengo muchas cosas que solucionar. Tengamos esta conversación más adelante, cuando ambos estemos tranquilos —intentó apaciguar la situación, pero su voz no lograba disipar mi indignación.
—Que deje pasar los días no significa que vaya a confiar en ti. Me dijiste que no había nadie en tu vida, pero acabo de ver que no es cierto. Hay una mujer, y me mentiste mirándome a los ojos —susurré, con amargura en mis palabras.
—Si no confías en mí, entonces no puedo hacer nada más por esto. —Se resignó—. Te dije que me dieras tiempo para poder hablar contigo, para revelarte todo. Pero si estás empecinada en ver algo donde no lo hay, justo ahora cuando no tengo ni el tiempo ni la disposición para hacerte ver la realidad, entonces no hay nada que hablar por ahora.
Pasó por mi lado con una determinación palpable, sus pisadas resonando en el suelo mientras se dirigía hacia la entrada de la casa.
—Si das un solo paso más, Artem, te advierto que lo que siento por ti morirá, me aseguraré de ello —susurré con un tono gélido, dejando que las palabras se deslizaran como afiladas cuchillas.
Sentía el calor de su cuerpo envolviéndome desde atrás y odie que me gustara tanto. Cerré mis ojos por segundos que parecieron eternos, como si estuviera tratando de aferrarme al último hilo de cordura que poseía en estos momentos.
—Lo importante ahora es saber quién y por qué razón te quiere muerta, ¿no lo crees? —su voz, suave pero llena de determinación, me hizo estremecer.
—Tienes asuntos más importantes que mis problemas —respondí, con un tono de voz que apenas lograba disimular mi dolor.
—Te equivocas. Tus problemas son mis asuntos más importantes, Lia.
Idiota —pensé, con un nudo en la garganta.
Mi corazón latía con furia. Me volteé hacia él con el ceño fruncido.
—Esa mujer es mi problema —espeté, una sonrisa sardónica curvando mis labios con amargura—. Así que encárgate de resolverlo y sacarla de nuestras vidas.
Artem arqueó una ceja, su mirada penetrante clavándose en la mía con una intensidad que me hizo temblar por dentro.
—¿Qué quieres decir con sacarla? —preguntó en un susurro.
—Cuando deseo algo, no hay límites ni restricciones que me detengan. Si alguien se interpone en mi camino, lo elimino sin dudarlo, sin piedad —murmuré, mis dedos aferrándose a su camisa con una fuerza que rozaba lo desesperado—. Y tú, Artem, eres mío. Siempre lo has sido y siempre lo serás, cuore mio. (mi corazón)
El cambio en su mirada fue instantáneo, un deseo oscuro que me hizo sentir viva de una manera que me aterraba.
—Me complace que lo reconozcas. Porque te diré algo que debes saber. He eliminado al verdadero obstáculo entre nosotros —su sonrisa fue siniestra—. Esteban. Consideré tu advertencia mientras lo hacía desangrarse como un puto cerdo, también cuando lo descuarticé. Pero hombre que llega a tu vida, hombre que muere de la peor manera posible, amore mio. (amor mío)
Lo solté de inmediato, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
—Te advertí sobre Est... —comencé, pero fui interrumpida por su voz fría y letal.
—No vuelvas a nombrarlo, porque si lo haces, te aseguro que las consecuencias serán devastadoras. Su sangre no será suficiente para saciar mi sed. También eliminaré a cada uno de sus malditos descendientes, hasta la última generación.
El aire se volvió pesado con su amenaza.
—Solo has conocido a este Artem, Lia. Procura que se así —advirtió—. No te atrevas a desafiar al hombre que está destinado a ser el pakhan. Porque no te gustará lo que encontrarás si lo haces.
—¿Y qué es lo que encontraría?
—Nada.
[...]
Dos días después
Subí las escaleras con la urgencia de encontrarlo. Su ausencia en el comedor y en su estudio solo me dejaba la esperanza de encontrarlo en su habitación. Aunque sabía que mamá ya había partido hacia su trabajo, aún sentía que él podría estar allí. Golpeé la puerta dos veces antes de entrar, disfrutando de la sensación familiar que me embargaba al adentrarme en la habitación de mis padres.
—¡Papá! —llamé con voz temblorosa mientras me deshacía de mis pantuflas y me sentaba en la cama, recostándome en el respaldo—. ¡Papá, ven!
Escuché sus pasos apresurados acercándose, y mi corazón se calmó al verlo. Estaba terminando de abotonar su camisa, su rostro preocupado mientras me examinaba detenidamente.
—Solnyshko Moye (mi pequeño sol) —me llamó cariñosamente, mirándome con inquietud mientras se acercaba—. ¿Qué sucede?
Mis ojos se empañaron con lágrimas y palpé el espacio a mi lado en la cama.
—Te necesito —susurré, mi voz apenas un susurro quebrado por la angustia que amenazaba con ahogarme.
El ceño de mi padre se frunció levemente, pero no pronunció palabra alguna. Se acercó a mí con pasos firmes, se sentó a mi lado en la cama, aún con los zapatos puestos, y me atrajo hacia su pecho, abrazándome con fuerza. Me aferré a él de inmediato, anhelando que este momento durara para siempre. Sus brazos eran mi refugio seguro, una certeza de que ningún problema era tan grande como para no tener solución.
—¿Quieres hablar? —Su voz era un susurro suave—. ¿Puedes hablarlo? —me encogí de hombros—. Entonces, solo menciona las partes en las que te sientas segura.