POV LIA ROMANOVA
—No sabes lo que estás pidiendo —negó con un susurro casi amenazante, sus palabras cargadas de advertencia y deseo reprimido—. No creo que pueda detenerme una vez que pruebe tus labios. Una vez que comience, no habrá vuelta atrás, y nos van a condenar por ello.
Sí, claro que lo harían, pero en este momento me importaba menos que la oscuridad misma. Desde el principio, comprendí que mi amor por Artem estaba condenado, una maldición que sería mi perdición, mi ruina, pero en aquel instante, aquella verdad me resultaba insignificante. Sabía lo que deseaba y anhelaba, aun cuando las consecuencias fueran desastrosas.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando su mano viajó hasta mi cuello, donde la sostuvo con firmeza. Podía sentir el pulso acelerado de Artem resonando a través de su tacto en mi cuello, un eco del tumulto de emociones que arremolinaban dentro de ambos.
—¿Quién dice que te detengas? —pregunté en un susurro—. Estamos condenados desde hace años.
En su mirada, vislumbré la lucha interna entre el deseo y la razón que clamaba por contenerse. Pero en ese instante, el deseo ganó, y sus labios buscaron los míos con una intensidad que encendió fuego en mi interior. Cada roce de sus labios contra los míos encendía una chispa de fuego que amenazaba con consumirnos por completo, y estaba dispuesta totalmente a que eso sucediera.
Gemí entre sus labios cuando nuestras lenguas se encontraron. Me aferré a sus brazos, buscando estabilidad en medio del torbellino de sensaciones que me envolvían. No había nada de cariño en este beso; era desesperado, intenso, brusco, como si el tiempo se hubiera detenido para concedernos este momento de éxtasis prohibido que tenía un límite de tiempo.
Durante tanto tiempo había deseado este momento con una intensidad que superaba cualquier límite de lo racional. Ahora que se estaba volviendo realidad, se sentía como un sueño, un sueño del que nunca quería despertar, incluso si eso significaba desafiar las normas que nos rodeaban.
—Jodidamente mía —murmuró, su aliento cálido acariciando mi piel mientras mordía mi labio inferior y luego lo succionaba con fervor—. Lo sabes, ¿verdad?
Abrí mis ojos para encontrarme con los suyos, que brillaban con una fuerza mortal, un tono más oscuro que contrastaba con su usual claridad.
—Sí —susurré, dejando que mis labios buscaran los suyos nuevamente, anhelando su contacto, su calor. Me acerqué aún más a su cuerpo, deseando perderme en la profundidad de su ser.
Quería sentir sus manos sobre mí, explorando cada centímetro de mi piel, pero el tiempo parecía estrecharse, y la desesperación comenzaba a envolverme.
—¡Chicos! —un grito estridente nos sacudió de nuestra intimidad repentinamente, obligándonos a separarnos con brusquedad.
Mierda. Mierda. Mierda.
—Tía Lena —susurré, pronunciando su nombre con reverencia y temor, consciente del vendaval que se avecinaba.
Una mezcla de enojo y sorpresa cruzó su rostro, dejando tras de sí una estela de emociones que se arremolinaban en sus ojos.
—Artem, una mujer te está buscando... está en la entrada —anunció con voz cortante.
Fruncí el ceño y le lancé una mirada de soslayo, notando la falta de expresión en su rostro, aunque su cuerpo delataba una tensión apenas contenida. Aquello había sido inesperado para él, lo comprendí de inmediato.
—¿Qué mujer te está buscando? —inquirí con curiosidad—. No me digas que...
—Artem, vete y déjame con Lia —ordenó Lena con firmeza, su voz resonando con autoridad absoluta—. Después hablamos tú y yo.
Él abandonó la habitación sin siquiera dirigirme una última mirada, dejándome atrapada en un silencio cargado de preguntas sin respuesta. Me preguntaba si la mujer en cuestión era la misma que aparecía en las fotos que Adrik se negaba a mostrarme.
Cuando Lena cerró la puerta con delicadeza tras la ida de Artem, supe que estaba al borde de la ira.
—¿Desde hace cuánto? —preguntó con voz tensa.
—Es la primera vez que ocurre —respondí, tratando de mantener la calma ante su reacción.
Ella asintió lentamente, sus manos buscando apoyo en su cintura, su rostro pálido denotaba el impacto de mis palabras.
—Entonces, Artem es el padre y no Esteban. ¡¿Qué mierda, Lia?!
La observé confundida por varios segundos que parecieron eternos, sin comprender completamente lo que estaba insinuando.
¿Artem como padre?
—No entiendo, Tía —respondí, buscando claridad en medio de la confusión.
Ella soltó una risa sarcástica, sus ojos centelleaban con una mezcla de incredulidad y desaprobación.
—Estás embarazada y de tu jodido hermano, ¡¿sabes lo asqueroso y depravado que es?!
Tragué saliva, luchando contra la oleada de emociones que amenazaban con inundarme. Siempre había evitado pensar en las implicaciones más oscuras de nuestra relación, en cómo sería percibida por los demás. Me había aferrado a la idea de que nuestras acciones más atroces, como el asesinato y la tortura, eclipsaban cualquier juicio externo.
—No estoy embarazada, me cuido porque no quiero un hijo tan pronto, y solo me he besado una vez con Artem —expliqué, defendiéndome ante sus acusaciones—. ¿De dónde sacas eso?
—Con tu madre hemos esperado que nos des la noticia, pero por lo visto hay que sacártela. —Sus palabras sonaron con un tono de frustración y decepción—. Compraste pruebas de embarazo y por seguridad te las hiciste en mi casa. ¿Acaso piensas que no te vigilan? Todo el maldito tiempo, todos ustedes están bajo escrutinio.
Una oleada de incredulidad me invadió. Había estado tan absorto en mis propios asuntos que ni siquiera había confirmado con mi prima lo que había sucedido. Había interpretado su silencio como una negativa, ignorando las implicaciones.
Por eso mamá había estado actuando de manera extraña —me di cuenta.
Dios, ¿cómo podría salir de esto sin dañar a Anastasia?
No, no podía revelar que era ella hasta que estuviera lista, no quería que emociones intensas la afectaran. Tendría que intentar mantener esta mentira tanto como fuera posible, incluso si me acababa en el proceso.
—Es mi privacidad —respondí con firmeza—. De quien sea, no es asunto de ninguno de ustedes.
Su rostro se descompuso de inmediato ante mis palabras.
—¿Qué puta mierda estás diciendo? —se llevó las manos a la sien, visiblemente frustrada.
—Es mi privacidad, y espero que nadie más se dé cuenta de... mi... de mi embarazo. Espero que tú y mi mamá puedan respetarlo —expresé, intentando mantener la compostura mientras caminaba hacia la puerta para salir de la habitación y averiguar quién era la mujer que buscaba a Artem. Sin embargo, Lena me detuvo.
—Eso no significa que permitiré lo que está ocurriendo aquí. Esta situación se termina ahora, Lia. Las consecuencias de sus actos podrían traer el infierno sobre la familia y la Bratva, y justo ahora, no podemos permitirlo. Además, estás embarazada de otro hombre.
Inhalé hondo y asentí lentamente, consciente de que estaba a punto de desencadenar una tormenta que arrasaría con todo a su paso. Sabía que arriesgábamos mucho, que dañaríamos a muchas personas y que la bratva no saldría ilesa, pero estaba dispuesta a correr ese riesgo.
—Lo amo —gemí, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar—. Lo amo, tía, como nunca he amado a nadie, y no sé por qué él. Te juro que intenté olvidarlo con otras personas, intenté amar a otras personas, pero no puedo obligar a mi corazón. ¿Cómo puedo dejar de amarlo y seguir adelante?
El semblante duro de mi tía desapareció al instante, y me abrazó con fuerza.
—El amor es una mierda. Aparece cuando no debería, en circunstancias difíciles, y solo los valientes se atreven a seguir adelante —susurró, su voz llena de comprensión—. Pero aun cuando sea posible, ambos saldrán heridos, mi niña.
Me separé un poco de ella, sintiendo un nudo en la garganta.
—La mujer que lo buscaba dejó en claro que era importante para él, y tú estás esperando un hijo de otro hombre. Su amor es imposible, así que es mejor terminar con esto antes de que salgas más herida.
Dejé de respirar en cuanto esas palabras salieron de su boca. ¿Cómo era posible?