POV LIA ROMANOVA
—No estoy segura —respondí finalmente, dejando escapar un suspiro cargado de incertidumbre—. Todo esto es mucho para asimilar de repente.
Ana asintió comprensivamente, y pude ver en sus ojos que ella también estaba lidiando con sus propios demonios internos. Nos quedamos en silencio por un momento más, sumidos en nuestros propios pensamientos.
—No estás sola en esto, Lia —dijo finalmente, su voz llena de determinación—. Estoy aquí para ti, siempre.
Asentí con gratitud hacia ella.
—Mi amor por Artem será mi fin —musité con resignación.
—Posiblemente, pero... si es por amor, entonces vale la pena cualquier final.
Mis ojos se desviaron hacia su abdomen, y de manera instintiva, mis dedos buscaron el contacto con el mío. La situación era confusa; se suponía que yo era la embarazada, no ella.
—¿Quién es el padre del bebé?
—No hay bebé —declaró con calma, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
Una oleada de sorpresa me invadió ante la revelación.
—Tú... —comencé, pero ella me interrumpió con un susurro lleno de dolor.
—No, no lo hice. Lo quería y era algo loco porque el padre no es nadie, tendría que criarlo yo sola —confesó con sinceridad, desvelando la carga emocional que llevaba sobre sus hombros.
Mi corazón se apretó ante su angustia, y sin dudarlo, me levanté del sillón para sentarme a su lado y envolverla en un abrazo reconfortante.
—Lo lamento mucho, Ana. Tal vez aún no era el momento, pero llegará —le aseguré, tratando de infundirle un poco de esperanza en medio de la oscuridad que la envolvía.
Se acomodó contra mi pecho mientras la abrazaba con fuerza.
—¿Quién es nadie? —pregunté con curiosidad.
—Un compañero de la academia —susurró—. Creo que era mejor así. Ahora podré decirles la verdad a mis padres y a mi tía. Sé que me estás cubriendo.
—Si no quieres hacerlo, no lo hagas. No hay necesidad —respondí, ofreciéndole mi apoyo incondicional en cualquier decisión que tomara.
—Siempre cuenta conmigo, Lia. No importa qué me pidas, siempre te apoyaré.
—Lo sé, siempre juntas.
Después de ese momento, ambas nos dirigimos a la cocina y nos sumergimos en la tarea de cocinar, mientras compartíamos conversaciones sobre diversos temas y rememorábamos historias interesantes de nuestra infancia.
—Aun no puedo creer que tengas un griego tan espantoso. Tu pronunciación es horrorosa —se rió, mientras yo intentaba mantener una conversación en su lengua natal.
—¡Casi nunca quieres practicarlo conmigo! —me quejé, tratando de justificarme—. Pero no digas nada, tu italiano es aún peor y es muy fácil.
—Lo importante es entenderlo, no pronunciarlo, así que estamos bien —respondió con tranquilidad, quitándole importancia al asunto.
—Admite, perdiste —bromeé, empujándola ligeramente mientras continuábamos guardando la vajilla que acabábamos de lavar.
Me callé abruptamente cuando varios chirridos de neumáticos siendo frenados en seco resonaron afuera. Ambas nos observamos con ojos alarmados.
—¿Hay armas? —pregunté de inmediato, desenfundando mi arma, que siempre cargaba conmigo—. Necesitamos más que esto.
—En el sótano, hay un pequeño arsenal —respondió con urgencia.
—Tráelo todo —ordené con voz firme, mi corazón latiendo con fuerza mientras corría hacia la puerta, determinada a bloquearla con uno de los pesados sillones que encontrara a mi paso.
Con un esfuerzo concentrado, aseguré la puerta y luego subí rápidamente las escaleras, mi mente calculando posibilidades mientras mis sentidos permanecían alerta. Al observar desde arriba, conté cinco vehículos estacionados frente a la casa, un escalofrío recorriéndome la espina dorsal como un río de hielo.
Eran un total de veinticinco hombres.
Saqué mi teléfono rápidamente y marqué a Akin.
—¿Dónde están? —fue lo primero que preguntó, su tono grave resonando en el auricular.
—Necesitamos ayuda —susurré, mis palabras apenas audibles, cargadas de desesperación—. Hay cinco vehículos afuera.
Escuché mucho ruido de fondo, como si estuviera corriendo, y mi corazón se hundió aún más en mi pecho.
—¿En dónde están? —la voz de Akin sonaba urgente, su preocupación palpable incluso a través del teléfono.
—La casa de la colina —contesté rápidamente—. Empiezo a ver movimiento afuera.
—Las ventanas son a prueba de bala, lo que les deja dos posibles entradas—. Hablaba con calma, pero su urgencia era evidente—. Tienen que asegurarlas, cada una en una entrada con el suficiente arsenal para aguantar hasta que lleguemos.
—Está bien —respondí, mi mandíbula apretada con determinación, mi mente ya trazando un plan de defensa.
—Lia —susurró con un tono lleno de promesas—. Resisti sorella, stiamo arrivando. (Espera, hermana, ya vamos en camino).
Colgué el teléfono y descendí las escaleras rápidamente, encontrándome con Ana, quien ya había reunido todas las armas disponibles en el lugar.
—¡Romanova! —Escuchamos un grito, y apreté los labios con determinación—. ¡Sal ahora mismo, o juro que tu prima no saldrá viva!
Cada una de nosotras empuñó una M16 y un subfusil, mientras los cartuchos tintineaban en mi cadera y mis dedos se cerraban en torno a dos granadas.
—Ni siquiera lo pienses —advirtió Ana, su voz firme y decidida, asentí con la mandíbula tensa —. Nosotras podemos con ellos, con todos.
—Son aproximadamente veinticinco hombres —informé, cargando mis armas con precisión—. Hablé con Akin, estarán aquí pronto. Mientras tanto, cubriremos las dos entradas.
—Siempre anhelé estar en una misión contigo —Ana sonrió con un brillo desafiante en los ojos, levantándose y aferrando su M16 con confianza—. Esto es como un sueño hecho realidad.
—Entonces, haré que valga la pena —respondí con determinación, mis ojos centelleando con intensidad.
—¡Última advertencia o más personas pagarán con sus vidas! —la misma voz retumbó una vez más.
—¡A tu posición! —ordené, posicionándome cerca de la entrada con la espalda pegada a la pared que utilizaría como resguardo—. ¡Estoy deseando acabar contigo, maldito hijo de puta!
—¡Acabaré contigo, así como acabé con la mitad de tu maldito equipo! —Mi ceño se frunció con determinación—. ¡Charlie luchó valientemente, lo hizo muy bien!
Apreté aún más el agarre de mi arma y tomé una respiración profunda, intentando mantener la calma, pero la preocupación por Charlie aún no se había disipado. No se había reportado el día de hoy.
—¡Los mataré a todos! ¡Lo prometo! —gruñí, dejando escapar la furia que bullía dentro de mí.
Apenas segundos después, una lluvia de disparos estalló contra las ventanas y la puerta, llenando la habitación con el estruendo ensordecedor de la batalla.
Mi celular sonó y lo saqué rápidamente, observando el nombre de Artem en la pantalla.
—¡Me pillas un poco ocupada! —grité, colocando el teléfono entre mi hombro y cuello mientras mantenía la mirada fija en la puerta que en minutos se derrumbaría.
—Si dejas que algo malo te pase, te juro que yo mismo te mato, Lia. ¿Entendiste? —su voz sonaba urgente y llena de preocupación.
Sonreí inevitablemente ante su amenaza.
—No podría irme de este mundo sin probar la polla de mi Pakhan —respondí con un toque de picardía, comenzando a disparar contra la puerta que se tambaleaba—. Con lo que sentí, supe que era muy prometedora. ¿Cuánto mide?
—No te diré nada por teléfono —amenazó, su tono de voz lleno de advertencia.
Cuando el fuego enemigo comenzó a intensificarse, me agaché rápidamente junto a la pared, recargando mi arma.
—¡Necesito una maldita motivación! —grité, sintiendo cómo el celular comenzaba a molestarme. Sabía que tenía que colgar, pero no lo haría hasta escucharlo, demonios, no.
—¿Qué te parecen veinticuatro centímetros? —propuso con una insinuación en su voz.
Agarré lentamente las dos granadas y les quité el anillo de seguridad, comenzando a contar mentalmente.
—El jodido paraíso —murmuré para mí misma mientras me levantaba, pero en ese momento el celular se me cayó de las manos y lancé las dos granadas hacia la puerta, donde más de cinco hombres estaban entrando a toda prisa.