POV ARTEM ROMANOV
Inhalé profundamente antes de acercarme a Darko, preparado para el inevitable encuentro.
—¿Y qué te pareció tu padre? —preguntó en cuanto estuve a su lado.
—Él no es mi padre —respondí con firmeza.
Él rió amargamente y negó con la cabeza con un gesto apenas perceptible.
—Es tu verdadero padre, yo solo te adopté. —Se encogió de hombros—. Espero que haya valido la pena la reunión familiar.
Apreté los labios para evitar soltar alguna respuesta impulsiva. Era evidente que estaba herido, aunque tratara de ocultarlo.
—Solo es un donante de esperma, tú eres mi verdadero padre y no pienso volver a discutir esto contigo —afirmé con determinación—. Solo... tuve que verlo porque tenía información sobre la misión de Lia y necesitaba saber con quién nos enfrentamos. No fue por elección.
—Sabes que solo utiliza esa información para buscarte y, supongo, para meter cualquier mierda falsa en tu cabeza.
—Sí.
—¿Qué te dijo?
—Que se está muriendo. Quiere que me haga cargo del cartel y que cuide a su hijo.
—Si está muriendo, muy bien pudiste haberlo matado tú mismo, o puedo hacerlo yo mismo. Me roba el maldito oxígeno —bufó.
—Hazlo si quieres, no me importa, pero a ese niño nadie lo toca. Le prometí que lo cuidaría una vez muera su padre —alegué, sin retroceder ante la posibilidad de conflicto.
Un cambio sutil pero perceptible cruzó su mirada, antes de que su rostro se endureciera y ocultara cualquier rastro de emoción.
—¿Cómo piensas traer a ese niño a la Bratva? —preguntó, cruzando los brazos y observándome con atención.
—No lo sé aún, pero le hice una promesa y no pienso romperla —respondí con sinceridad.
—Está bien, solo espero que la llegada de ese niño no se convierta en un problema —su tono era calmado, lo que me preocupaba—. Hernández estaba en mi lista de muertos, pero no había hecho nada estúpido para merecer ser asesinado. —Una sonrisa siniestra se abrió paso en sus labios—. Ahora lo ha hecho al reunirse con mi hijo, así que quemaré todo.
—No me importa —respondí con indiferencia, encogiéndome de hombros—. ¿Podemos abordar lo más importante aquí?
Negó ligeramente con la cabeza.
—Aún no he terminado. Entra al automóvil, seguiremos esta conversación adentro —ordenó con su habitual autoridad.
Suspiré resignado y obedecí, seguido de él, mientras Pasha arrancaba el motor y nos poníamos en marcha.
—Quisiera saber cómo murió la mujer que me trajo al mundo —le pregunté directamente, enfrentando su mirada.
—Ella murió en el camino. Tenía heridas y no fue tratada a tiempo. Era maltratada por Hernández; su cuerpo tenía múltiples hematomas.
No sabía cómo reaccionar ante esa revelación. En mis sueños siempre veía a alguien muy parecida a mi madre, y seguramente era ella, mi madre biológica. Recordaba sus ojos llenos de amor, pero también había miedo en ellos. Saber que sufrió a manos de alguien que debería haberla protegido me llenaba de rabia. Tenía que matar a Hernández yo mismo.
—¿Por qué decidieron adoptarme? Es una pregunta que siempre he querido hacerte —noté el conflicto en sus ojos y me apresuré a insistir—. Por favor, dime la verdad.
Vi cómo inhalaba hondo y desviaba la mirada hacia los edificios que pasaban rápidamente.
—Cuando el cargamento de mujeres llegó, también llegaste tú, enfermo, hecho una mierda, con una mirada de súplica en los ojos. Viste a Isabella y pensaste que era tu madre biológica. Te aferraste a ella con fuerza, y eso destrozó a Isa. Supe desde ese momento que no sería capaz de separarte de ella. El adoptarte nos llevó tiempo en estar de acuerdo, porque se esperaba que mi heredero fuera de mi sangre y tú no lo eras. Pero tu madre ya te amaba tanto que luchó por ti. Y eventualmente, no pude hacer más que aceptar que la vida me había entregado un hijo de repente. —Sus palabras eran pausadas, cargadas de emoción—. Agradezco que Hernández sea un hijo de puta que golpeaba a tu madre, agradezco que ella haya tomado la decisión de huir y, aún más, agradezco que haya muerto. Porque de lo contrario, no hubiera sido padre de alguien tan jodidamente maravilloso como tú. Eras lo que me faltaba, encajaste perfecto aquí —señaló su corazón con un gesto sincero.
Tragué con fuerza y parpadeé varias veces, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos, mientras el nudo en mi garganta se hacía más profundo.
—Gracias por ser sincero —susurré con voz temblorosa—. Y gracias por nunca haberme tratado menos, por amarme.
—No lo agradezcas, uno no agradece porque el otro lo ame —respondió con su habitual dureza.
—Aun así.
Deslizó una navaja de su saco, su hoja reluciente destellaba dentro del automóvil. Su gesto fue tan preciso como macabro mientras extendió su mano derecha y cortó su palma. Observé con desconcierto, sin comprender del todo su propósito.
—Dame tu mano —ordenó con voz grave y autoritaria.
No hubo margen para la negativa, así que obedecí, extendiendo mi propia mano derecha hacia él. La navaja se deslizó sobre mi palma, cortando mi palma con precisión quirúrgica, y el dolor punzante se apoderó de mí mientras la sangre brotaba. Era un corte profundo.
—Eres mi maldito hijo, Artem —proclamó con una solemnidad sombría, y su mano se unió a la mía en un apretón—. Sangre de mi sangre, y aquel que se atreva a contradecirlo conocerá el peso de mi ira. A partir de este momento, y hasta que tú mismo realices este rito con tu propio hijo, serás el pakhan de la bratva.
La revelación me golpeó como una marea violenta, inundando mi mente con una mezcla de incredulidad y responsabilidad aplastante. No era el momento que esperaba, pensé que para él aún no estaba listo.
—Papá... —comencé, pero fui interrumpido por su mirada feroz.
—La bratva es nuestro linaje, nuestra historia escrita en sangre. Nosotros somos los arquitectos de nuestro propio destino, los señores de un mundo que se doblega ante nuestra voluntad. Así que toma este legado que te entrego con honor y con muchas vidas arrebatadas. Que tu reinado sea largo y próspero, y que la bratva florezca bajo tu liderazgo, como ha hecho desde tiempos atras.
Asentí con determinación, sintiendo el peso de su legado aplastándome. Nuestro agarre se intensificó, como si tratáramos de aferrarnos mutuamente en medio de la oscuridad que nos rodeaba. En ese instante, supe que había cruzado un umbral del cual no habría retorno.