CAPÍTULO 12

1725 Words
POV ARTEM ROMANOV  El aire espeso parecía embotar mis sentidos mientras atravesaba el camino hacia el estudio. —El señor lo espera adentro. —Observé el gesto imperativo de la mano derecha del capo—. Solo. Él se tiene que quedar acá. —Si no salgo en menos de una hora, mátalos a todos —una ojeada de soslayo a Sergei y mi asentimiento reafirmaron la orden. Empujé la puerta entreabierta y me adentré en lo que parecía ser su oficina. Aun no entendía qué demonios nos había llevado a reunirnos en su maldita casa. Esa situación nos ponía en desventaja; conté más de treinta hombres vigilando sus terrenos. Pero intuí que había más, siempre había más. Nos dejaba con un promedio de hombres no muy favorables para cada uno. Sin embargo, habíamos sobrevivido a batallas peores; esta sería solo otra más para nuestra lista. Mis botas resonaron en el suelo de madera pulida mientras avanzaba hacia el hombre que aguardaba en el centro de la habitación. Al encontrarme con sus ojos, experimenté una extraña sensación de familiaridad por primera vez en mi vida. Sus rasgos faciales eran un reflejo de los míos; no había duda de que estaba ante mi padre biológico. Esperé algún atisbo de conexión, pero no había nada más que una simple herencia genética compartida con ese bastardo. —Mi Diego, hubo momentos en los que pensé que jamás te volvería a ver, pero aquí estamos. —Sus labios esbozaron una sonrisa mientras extendía las manos en un gesto de bienvenida. No pude evitar notar el muñón que marcaba su mano derecha—. Por fin los Hernández reunidos. —Artem Romanov —pronuncié mi nombre con una determinación fría, rechazando cualquier atisbo de familiaridad con el hombre que se atrevía a reclamarme como hijo—. Mi nombre es Artem Romanov. Él chasqueó la lengua en disgusto y señaló el asiento frente a su escritorio. —Chinga tu madre —refunfuñó, visiblemente molesto—. Hasta conservas el maldito acento de ese hijo de puta. Desenvainé mi arma con rapidez y lo apunté. —Hablas mal de mi padre de nuevo y no dudaré en matarte, sin importarme si tengo alguna oportunidad de salir de aquí —advertí. No toleraría ningún insulto hacia mi familia. Me senté frente a él, sosteniéndole la mirada con firmeza. —Tu nombre es Diego Hernández, así te bautizamos —comentó—. Seguramente crees que te abandoné, pero fue al revés. Tu madre escapó contigo, se fugó, y cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Te busqué por todo México hasta que supe que ella se había colado en el camión de putas que envié a Darko. Me llevó mucho tiempo descubrir que el hijo que de repente apareció junto a Isabella era mi hijo, mi propia sangre. Solo bastó ver las fotos que tomaron de ti para darme cuenta de que eras mío, pero no pude hacer nada para traerte conmigo. Te robaron, te arrancaron de tus raíces y te inculcaron malditas costumbres rusas. Aunque no puedo decir nada sobre las costumbres italianas; tu madre era italiana. Fruncí el ceño y una risa amarga escapó de mis labios. —Detesto que me hagan perder el tiempo. Vine aquí porque tienes información que necesito. Ahórrate esa mierda de cursilería —espeté con desdén, cortando su monólogo con un gesto de impaciencia—. Dame la información que realmente necesito. —Todo con paciencia —murmuró con una sonrisa—. Déjame saborear cada instante contigo, solo unos minutos más. ¿Cómo estás? —preguntó con un tono suave. Mi mirada se clavó en la suya, buscando cualquier indicio de falsedad en sus palabras. "¿Cómo estoy?", pensé con ironía. La ira bullía en mi interior, amenazando con desbordarse en una tormenta de violencia. Pero me obligué a mantener la compostura, a no revelar mi verdadero estado. Todo esto era por Lia, recordé con amargura. Todo esto era por ella. —Empiezo a enojarme —respondí con un gruñido apenas contenido, mis puños apretados con fuerza mientras luchaba contra el impulso de lanzarme sobre él y arrancarle la verdad con mis propias manos—. Solo espero que no haya sido mentira tuya sobre la información que necesito —añadí con un tono de advertencia, dejando claro que cualquier intento de engaño sería pagado con sangre. Observé cada gesto, cada tic nervioso en su rostro. ¿Estaba mintiendo? ¿O tal vez estaba diciendo la verdad? La incertidumbre me consumía, pero me forcé a mantener la calma. Por ahora. —Te pareces a mí —mis puños se cerraron con fuerza nuevamente, mis uñas clavándose en la carne de mis palmas mientras me obligaba a mantener la compostura. Lia, recuerda. Sí, todo por Lia. Todo por la mujer que amaba, por protegerla, por asegurarme de que estuviera a salvo. Aunque eso significara tratar con este despreciable individuo. —Como ves, solo diste tu esperma. El resto se encargó mi verdadero padre, la persona que te mutiló. —Señalé su mano con desdén—. Solo me parezco a él. Cada fibra de mi ser ansiaba desatar mi furia sobre él, pero me contuve. Por Lia, recordé por... ¿cuarta? ¿quinta? A la mierda, ni siquiera podía recordar. —Tú eres mi único heredero, Artem, y deseo que te hagas cargo una vez que haya muerto —fruncí el ceño—. No tengo que preocuparme por si lo harás bien o no, si algo debo aceptar es que Darko hizo un excelente trabajo preparándote. —¿Qué te hace pensar que lo haré? —lo desafié. —Tienes un hermano de diez años que mis enemigos matarán por tomar el poder. ¿Lo dejarás morir? —sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. —¿Dónde está? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme a pesar del torbellino de emociones que me invadieron. —En su cuarto, anhelando conocerte. —Se inclinó ligeramente hacia adelante, desafiante—. ¿Entonces? —Entonces nada. ¿Por qué hablas como si fueras a morir mañana? Noté un cambio en su mirada, una resignación que se filtraba entre las grietas de su dureza. ¿Había tocado una fibra sensible? ¿O era solo otra artimaña para manipularme? —Porque me estoy muriendo y lo más sabio que puedo hacer es darte todo a ti y que cuides a tu hermano, al menos hasta que pueda hacerlo por sí mismo. ¿Se estaba muriendo de verdad? ¿O era solo otro truco para ganar mi simpatía? —Pégate un tiro después de darme la información y creeré que lo que dices es real. Entonces, así protegeré a mi hermano y también al cartel hasta que él pueda hacerse cargo —dije fríamente. Una risa burlona escapó de sus labios, su mirada brillando con una mezcla retorcida de admiración. Bufé exasperado y me levanté. Había acabado con esta mierda. —¡Está bien! ¡Detente! —bramó, señalando nuevamente la silla, pero no me moví de mi lugar—. En la misión, tu hermana explotó un almacén. Un cargamento. —¿De qué era el cargamento? —pregunté con urgencia, mi mente corriendo con posibilidades mortales. Negó levemente, recostándose en su silla con una sonrisa sardónica. —No de qué, sino de quién —su sonrisa se amplió, llena de malicia—. Esa es la verdadera e importante pregunta. —Responde —exigí. —Los Yakuza —tragué saliva con dificultad. Si había una mafia en este mundo maldito capaz de desatar una guerra sangrienta con nosotros, eran esos malditos japoneses. La Bratva y ellos nunca se han llevado bien, pero hemos respetado los límites establecidos en el pasado, lo que nos ha permitido coexistir sin tener que recurrir a la violencia. Ahora, esos malditos límites estaban a punto de ser transgredidos. —¿Qué contenía el almacén? —interrogué. —No pude averiguarlo, pero tu hermana está en serios problemas. Ellos irán por ella y la asesinarán de la peor manera posible Golpeé su escritorio con fuerza, mi ira desbordándose. —Nadie la tocará —declaré entre dientes, saliendo del estudio en busca de Sergei—. Nos vamos ahora. Cuando caminábamos por el camino hacia la salida, el sonido de pasos rápidos resonó en el aire, haciéndonos girar en alerta. Al verlo, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal. —Pensé que vendrías a verme antes de irte, hermano. De soslayo, noté la mirada incrédula de Sergei. No tenía tiempo para explicaciones en ese momento, pero más tarde le aclararía todo. —Ven aquí —ordené, sacando un celular de mi bolsillo. Me agaché a su altura y apreté su hombro—. Escucha bien. Cuando tu padre muera, me llamarás y vendré por ti. Me miró confundido, pero asintió. —Lo haré —susurró. —Mientras tanto, entrena, sobrevive... hasta que yo regrese por ti —añadí, grabando su rostro en mi mente con cada detalle. Su cabello era castaño como el de su padre y como el mío, pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, más claros que los nuestros, con algunos motes verdes. Era un color espectacular, y al observarlo detenidamente, no pude evitar recordar mis propias fotos de niño, donde podía notar cierto parecido en ambos, aun así, tenía que hacer una prueba de ADN. Principio del formulario —¿Lo prometes? —su voz tembló, pero trató de ocultarlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y me pregunté por qué. —Lo prometo. [...] —Es una maldita desgracia, ¿sabes? Vas buscando una información específica y de repente descubres que tienes un hermano —negó con incredulidad, aun procesando la sorpresa que había irrumpido en nuestras vidas—. Y si la prueba confirma esto, ¿Qué harás cuando Hernández muera? —Cumpliré mi promesa —confesé, aunque el peso de las implicaciones me pesaba como una lápida sobre los hombros. —Entonces llevarás al niño delante de tus padres y les dirás: "Lo sé todo. He sabido que soy adoptado desde hace años, y aquí les traigo a mi verdadero hermano, al que cuidaré de ahora en adelante" —planteó, su mirada escudriñándome con una claridad mordaz mientras sus dedos se crispaban en el borde de la mesa.
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