Al terminar de merendar, guardamos las frutas y verduras en dos bolsas igual que un par de cubiertos y algo de pan.
-Jaime, carga esos dos bidones con agua y Michel esos otros dos- ordeno.
-Si, capitan- contestan al unísono y se disponen en la bacha para llenarlos.
-Agustina, llevas las frutas y verduras- se las entrego- Laura el botiquín de emergencia y los utensilios de cocina.
Cada una toma lo que le he asignado y tomo el bolso con las armas de pintura.
-Lorenzo, este lo llevas tú. - se lo señalo.
Con el Cabo cargamos un arma real y el resto de los implementos como techos, la cafetera, linternas con carga y la carpa grande por si llueve.
-Andando, muchachos. - ordeno- Cabo, valla adelante y nos lleva al mejor terreno con agua disponible y donde podamos hacer fuego.
-Tengo el lugar ideal, pero no es cerca, capitán. - aclara con una ceja levantada.
-Justo para ahí vamos, Diaz- asiento con una sonrisa.
Se posiciona adelante y comenzamos a marchar. La noche está próxima a caer y puedo asegurar que si no llegamos en menos de una hora, vamos a tener que organizarnos en medio de la oscuridad.
Se nota el conocimiento del Cabo con respecto al terreno, porque nos guía sin titubear por todo el lugar.
En mi mente voy registrando el recorrido. Salimos de la cocina y tomamos a mano izquierda, volviendo hacia los pabellones y pasando por ahí, caminamos unos quinientos metros antes de tomar el rumbo sur con una vuelta de sesenta grados.
En algunos árboles, cada cien metros, de observan distintas marcas, hasta que más adelante, avanzamos entre medio del monte sin marca alguna, para salir a un claro que no tiene el camino trazado.
Después de caminar por cuarenta minutos, con los últimos restos del ocaso y la luna llena en su punto máximo, llegamos a un claro con rocas serranas, un arroyo a unos 20 metros y un monte de coronilla del otro lado.
-Podemos acampar de este lado o debajo de los coronillas, Capitán. - aporta señalando hacia el lugar.
-Que sea de este lado, así podemos armar fuego en las rocas. - El asciente y yo inspecciono el lugar- desempaquen y busquen leña para armar fuego.
-Si, Capitan- dicen al unísono.
-Después de hacer eso pueden distenderse. Se lo han ganado.
-Capitan- el Cabo me habla. - Si quiere podemos organizar para que algunos busquen leña y otros preparen la cena.
-Bien. Por el fin de semana vamos a olvidarnos de los títulos. Organice tranquilo.
-Gracias Cap.. - lo miro con los párpados entrecerrados- ¿Voluntarios para cocina?
-Nosotras- dice Agustina y levanta la mano de su compañera que se ve poco convencida, pero no se queja ni se niega.
-Bien. Caballeros, vamos a buscar leña.
Ellos se retiran y las chicas comienzan a desempacar el cargamento.
-Esto también lo pueden acomodar- les extiendo los tachos y me dispongo a armar la carpa grande.
El cielo está despejado, pero mañana vamos a necesitar sombra y hoy un lugar donde guardar los restos de comida y los bolsos.
Cuando termino, los chicos ya habían llegado con una tanda de leña y el Cabo se encuentra encendiendo el fuego con las muchachas mientras el resto va por más.
La leña de coronilla arde con facilidad, por lo que aprovechamos las ramas caídas del monte para avivar el fuego con mayor facilidad.
-Fideos ¿Con qué?- pregunta Laura entre risas.
-Salsa Carusso. - Agustina corta unas fetas de fiambre y cebolla sobre una tabla, mientras la anterior coloca agua de uno de los bidones a hervir.
-Yo ni sé hacer eso- murmura.
-¿La princesita sabe cocinar? - Lorenzo tira un alto de leña con el resto.
-Vamos a llevar la fiesta en paz si quieren que esto se repita, gente. - trato de mediar con pocas ganas de aguantar impertinencias- Somos todos grandes.
-Disculpe Capitán. Solo bromeaba. - trata de arreglarlo.
Cada uno se concentra en lo suyo y cuando queremos acordar estamos todos cenando y yo hablando con el Cabo.
Como todos los que ingresan, sus ambiciones de crecer dentro del ejército, están arraigadas ahí, por lo que no duda de preguntar por mi experiencia, lo que hice y lo que en verdad se puede hacer.
-No sabía que se podía estar en misión durante tanto tiempo.
-En realidad pasé por varios estudios. Si tu salud o tu mente no están bien, te obligan a volver. - aclaro.
-Debe de ser bueno- lo miro- Digo, la plata.
-En realidad si, pero no se si vale la pena con todo lo que se ve. - miro a los chicos hablar entre ellos y a las chicas haciendo lo mismo.
-¿Qué tanto? si se puede saber- vuelvo la vista a él- Yo quiero enlistarme para ir a una misión.
Lo detallo y es como ver un reflejo de mi mismo hace ocho años. Las ganas de buscar en que se es bueno. Esa necesidad de ayudar a los demás, buscar la paz del mundo. La ignorancia de no reconocer que las guerras no son mas que luchas de poder entre las grandes potencias y nadie se salva de ellas.
En esa miseria caen los que están a favor, en contra e incluso los que no desean tomar partido por ninguno.
Daños colaterales, les llaman la mayoría de las veces. No les preocupa cuanta sangre se derrama, solo se interesan en la conquista de un territorio, en la aniquilación de una cultura que piensa diferente, el hacerse de un recurso natural como el petróleo o simplemente demostrar que tienen mejor armamento. Muchas veces critiqué lo que nos rodea. Mi país, lo que hacemos los soldados en el campo de acción y las decisiones de mis superiores. Definitivamente, somos blancas palomas en comparación con otros regimientos.
-Allá vas a ver niños con armas, dispuestos a disparar por un trozo de pan. - Las imágenes de esos tiempos llegan una tras otras- Madres prostituyendo a sus hijos por un par de dólares. Colegas capaces de formar parte de eso y a ti mismo decidiendo de que quieres formar parte y de que no. - miro mis manos convencido de la firmeza de mis propias decisiones- Esta en ti lo que crees bueno y lo que no.
-No sabía que fuera tan cruel. - comenta con una mueca en los labios.
-Cuando tengas que decidir si disparas a un adolescente que te apunta o entregas todo lo que tienes, ahí te das cuenta cuán cruel puede ser.
-¿Volvería? - lo miro a los ojos- A las misiones- aclara.
Observo los cinco adolescentes que tengo a la vista. Lorenzo y Michael hablan en secreto, Jaime lee un libro con su cabeza hacia la hoguera, Laura hace lo mismo sentada en posición de indio y Agustina esta acostada con auriculares mirando las estrellas.
Es incontable la cantidad de adolescente de sus edades con las que interactué. Adolescentes prostituyendose. No importaba el género solo hacerse de unos pesos. Otros cargando armas amenazando con secuestrar a colegas lanzar alguna Granada robada a alguna torre de vigilancia. Otros rezando por un día más de vida, por conseguir algo de alimento o una medicina para sus hermanos más chicos.
Recuerdo todo lo que viví en la misión, mis compañeros, subordinados y superiores. La gente que nos rodeaba y los focos apuntando afuera de los muros. Los sonidos de los disparos en plena madrugada para evitar que nos roben todos los insumos que nos llegaban para el resto del mes. Recuerdo los cuerpos de los niños grandes y pequeños rodeados de piel y huesos y el nudo en mi garganta se hace más profundo.
-No, Cabo. No volvería a las misiones.