La extensión de tierras rodeadas de alambre electrificado, comenzaron a pasar hace como diez kiletros y aún no llegó a la entrada del campamento.
Desde la ruta solo pueden verse árboles por doquier o grandes extensiones de pasto, sean praderas preparadas, o pasto quemado por el abundante sol. No hay casas en ninguno de los horizontes, ni derecha ni izquierda. Se que la entrada está a la mitad del cercado, por lo que deduzco que el mapa que me dio el general Migues no es actual. Según el documento, la extensión frontal es de 10 kilómetros, pero por lo visto, se duplicó o incluso triplicó con el pasar de los años. El dinero y el poder del gobierno, son infinitos.
¿Qué puedo decir del general? Primero que nada que es mi jefe inmediato. Vine con la especificación que solo sigo órdenes suyas. Supongo que tener el grupo más complejo de todo el campamento me da la ventaja de ser el superior a cargo en este lugar o al menos, decidir por mi propio pabellón a cargo. He de decir que fue el primero en negarse a darme la baja permanente por enfermedad.
-Usted puede servir desde otro lugar, Capitán. No puedo permitir que se valla sin darle opciones. - fueron sus primeras palabras al ingresar a la sala del hospital militar donde me encontraba finalizando mi fisioterapia.
-General- mis dedos rectos fueran derecho a mi frente en señal de respeto para el saludo que se merece. - Con todo respeto, si no sirvo para las misiones, no tengo intensiones de ir a ningún otro lugar que no sea mi casa.
Sus ojos inspeccionan mi cuerpo a detalle y toma la planilla para ver mi historial médico. Carraspea y se dispone a leer en voz alta.
-Accidente con Granada, laceracion del músculo de la pierna izquierda con trasplante exitoso, implante en el oído derecho por pérdida del setenta por ciento de la audición. Procedimiento exitoso. Su labor en la misión y su carrera en el país, dicen que está capacitado para obtener los méritos que quiera.
No objeto nada mientras mi superior habla, tampoco cuando me observa.
-El campamento en Rivera es un buen lugar para que no tenga que retirarse tan joven. ¿Lo pensó, Capitán Vaz? Allí puede incluso seguir creciendo en rango. Aspirar a mejores opciones.
Pienso en Carla. Sus motivos para no visitarme, para terminar con lo nuestro. Mi implante, la distancia. Pienso en todo antes de contestar.
-Realmente no, General. Mi futura esposa sigue estudiando en la capital y no estoy seguro que quiera irse para el norte.
-Usted volvió como un héroe. Solo por ser usted le voy a dar un mes para que lo piense antes de aceptar. Piense en su evolución personal y tambien en la prifesional- se para de la silla en la que se había sentado y pone firme su cuerpo- Nos estamos hablando, Capitán.
Levanto la perilla del señalero y dobló a mano derecha para detenerme en la garita de control.
-Buenos días. Capitán Cristian Vaz- extiendo los papeles al cabo que me recibe.
-Buenos días, Capitán. Bienvenido. Cabo segundo Ruiz, para servirle. - firma y sella los documentos antes de regresarlos- Siga el camino unos cinco kilometros y se encuentra con la base.
-Muchas gracias, Cabo. - realizo el saludo militar y Levanto los vidrios para continuar mi recorrido.
Por supuesto que nadie quiere venir acá. Ochocientos kilómetros por ruta desde la capital para encontrarse en el lugar más inhóspito de todo el Uruguay, donde la ciudad más cercana está a unos doscientos kilómetros y tienes cinco extras de pura tierra y sierras.
Carla no iba a venirse para acá ni de a rastras.
Carla. La mujer por la que me quedé tres en largas misiones. El motivo para esforzarme a subir de rango antes de tiempo e irme al Congo como un Capitán con la mejor paga a la que se piede aspirar. Ese tiempo, ese rango, ese sacrificio, eran nuestro futuro. Ahorrar para comprar una casa, mandar el dinero para que estudie medicina y tenga su propio apartamento frente a la universidad y todas las comodidades que el dinero de un m*****o del ejército le podía brindar. ¿Todo para que?
Todo para regresar herido, recuperarme solo, salir a buscarla y encontrarla embarazada, casi al punto de dar a luz. Hijo que por supuesto no es mío. Es de mi mejor amigo, ese compañero que me acompañó a dos de las misiones y se regresó porque su madre enfermó. Obviamente la culpa es mía.
-Te quedaste por casi tres años, Cristian. ¿Qué esperabas que hiciera?- recrimina apenas la encuentro a la salida de su apartamento.
-Esperaba respeto, Carla. Tuyo y de Milton. Estuviste de acuerdo con esto ¿Qué es lo que pasó?- a este punto lloraba de rabia.
No es lo que esperaba encontrar al salir del hospital después de tres meses de fisioterapia. Después de múltiples llamadas pidiéndole que valla a verme.
-Pasó que me dejaste sola y todavía vuelves así.- me señala el cuerpo completo- Merezco más. Mucho más.
-¿Crees tú que yo quería esto? ¿Qué yo esperaba que una Granada me dejara prácticamente sordo y casi me arrancará una pierna? - Le cuestiono enfadado.
-Pues pudiste haberte ido- reclama como si nada y cruzando sus brazos.
-Pues te aviso que ese embarazo es de más de tres meses y antes de que digas que es porque te dejé sola, bien que seguiste con todo después de que me quedé.
-Te quedaste por ambicioso, porque no te importó y me dejaste sola, Cristian.
-¿Sola? ¿Ambiososo? Debo recordarte que te llamé- apuntó a mi pecho y luego a ella- Lo hablamos y me dijiste que estaba bien, que era lo correcto por nosotros.
-Esto es todo tu culpa- me recrimina. -no hay un nosotros.
Antes de seguir discutiendo preferí irme. Tenía razón. Ya no hay un nosotros.
-Espero que seas muy feliz, Carla. Los dos.
De frente me encuentro con una base enorme. Puedo diferenciar los pabellones numerados con números romanos del uno al cinco. Corroboro mi reloj y veo que son las mil seiscientas. En media hora ya se oculta el sol.
Un pelotón se acerca al ingreso y el Capitán a cargo se detiene frente a mi.
-Buenas tardes- saludo formalmente y me responde del mismo modo- Capitán Cristian Vaz. Asignado al pabellón cuatro.
-Buenas tardes. Capitán Pereira del batallón uno y dos. Bienvenido. Cabo Díaz, acompañe al capitán a su pabellón y enseñe las instalaciones.
-A la orden, Capitán.
Un joven de unos diecinueve años, rubio de un metro ochenta se para firme con el saludo formal frente a mi. Devuelvo el saludo y lo sigo con mi cargamento a cuestas.
-Este es el batallón cinco, Capitán. El grupo llega mañana a las seiscientas horas. - lo sigo por el pasillo rodeado de camas cuchetas a ambos lados, cada una de ellas tendidas rigurosamente con sabanas blancas y una frazada gris, hasta unas escaleras de material en el fondo del batallón- Su dormitorio, su baño y su oficina.
-Gracias, Cabo.
-A su servicio, Capitán. - saluda y a mí seña se da la vuelta para retirarse.
Observó mi cama de plaza y media, el baño completo y la oficina con escritorio de madera, biblioteca y una ventana que va de extremo a extremo.
Desde adentro puedo ver todo el espacio. Control absoluto de lo que pasa del otro lado, donde la fila de camas me saluda. Desde el otro lado es un simple espejo.
Hogar, dulce hogar y aun no se por cuanto tiempo lo será.