Narra Elga Cuando Noah llega a casa, es como si un tornado hubiera aterrizado en la casa. Estoy acostumbrada a saludos distraídos y a que los padres sean culpables de llevarse el trabajo a casa, pero esto es otra cosa. Aunque esta vez no está hablando por teléfono, sus respuestas a cualquier cosa que Elías o yo le preguntemos vienen en forma de oraciones de una sola palabra y sutiles movimientos de cabeza. Noah tiene los labios apretados y es estoico, pero puedo sentir el mal humor que irradia de él. Y sigue moviéndose, sin quedarse nunca en la misma habitación conmigo por mucho tiempo a menos que Elías esté allí. Me alegra que llegue temprano a casa, pero durante la cena, apenas me gruñe cuando le hablo y apenas puede concentrarse en lo que su hijo dice sobre su día en la escuela. M