Capítulo 5

1672 Words
Norman Stone Entro a la ducha y me tomo un poco más de tiempo de lo normal bajo el agua tibia recordando todo lo que hicimos con Dora el sábado a la noche. Esa mujer sí que me enciende como un volcán en erupción y saber que fui el primero en tomar su cuerpo me hace sentir posesivo, aunque no debería. Esto será solo por un año y cuando me vaya y retome mi vida en Alemania, ella conocerá a otro hombre que le dé todo aquello que yo no puedo ofrecerle. «No quiero pensar en eso, ahora» sacudo mi cabeza para dispersarme. No quiero imaginar que otro hombre podrá ocupar su corazón y su cuerpo en el futuro. El solo pensarlo me produce rabia. Me hubiera gustado pasar todo el domingo con ella, pero su madre ya le había escrito un par de veces y no quiso seguir mintiéndole sobre su paradero, por lo que después de desayunar el domingo ya se tuvo que ir. Un suspiro impropio se escapa de mi pecho al recordar su cuerpo y todas las formas que hicimos el amor. Es extraño, pero, aunque tuve muchas mujeres en mi cama antes que ella, Dora hace vibrar cada partícula de mi ser de manera sorprendente. Todo de ella me gusta, su forma de ser, su inocencia, su temple, su manera tan única de entregarse por completo a su trabajo y sobre todo su sonrisa. No hay nada más hermoso que su sonrisa. Una vez fuera de la ducha, me visto de manera calmada mientras pienso en nuestro próximo encuentro el fin de semana que viene. Dos días enteros parecen no son suficientes para las ganas que le tengo y debo planearlo bien para que esta vez sí decida quedarse conmigo hasta el lunes. Una corta caminata hasta la clínica me despeja la mente por unos minutos. Hoy tenemos una cirugía mayor programada y muy probablemente nos tomará horas en el quirófano. Necesito estar relajado y concentrado para ello. Llego unos minutos antes de la hora y luego de colocarme la indumentaria y desinfectar mis manos voy hasta el quirófano. Lo primero que hago al entrar es voltearme al puesto de Dora. Me es imposible ocultar la emoción al verla. Sonrío solo un poco, para hacerle saber que la extrañé ayer, aunque nos hayamos pasado mensajeando anoche antes de dormir. Luego de ayudarme a colocar los guantes y de intercambiamos algunas que otras miradas cómplices, todos nos disponemos a hacer nuestra tarea. Tal y como lo tenía previsto, la cirugía termina luego de siete horas. Soy el primero en salir del quirófano una vez que terminamos el procedimiento; tengo una consulta postergada antes de almorzar. Cerca de las 15:35hs, tomo mi lonchera y camino hasta el patio lateral donde la semana pasada comimos con Dora. Lo más seguro es que todavía esté ahí y quiero compartir con ella lo que nos queda de nuestro descanso. Desde lejos la veo sentada en el mismo banco, pero me sorprende que no está sola como siempre. Camino a pasos más pausados ahora y con una molestia que entiendo perfectamente de donde proviene. Habla muy amenamente con un enfermero y este la corresponde con risitas. Lo reconozco del equipo de neonatología porque lo he visto allí un par de veces. «Quizás deba volver y almorzar en mi consultorio» pienso indeciso a medida que me acerco, pero ¿por qué? ¿por qué debo irme y dejarla con ese tipo? ¿no tenemos acaso un acuerdo de exclusividad en estos meses? Ella es mía y no debo dar explicaciones de porqué vengo a interferir en su cháchara con ese sujeto. —Hola —Saludo al llegar y ambos voltean a verme sorprendidos. Al hombre se le borra la sonrisa en un nano segundo, es obvio que estaba coqueteando con mi mujer y yo vine a arruinarle sus planes. —¿Puedo sentarme con ustedes? —Hola —Dora contesta con el ceño fruncido cuando nota mi mirada asesina hacia su compañía. —Pensé que ya no venias a comer. No espero a que me conteste si puedo sentarme. Me coloco a su costado, muy muy cerca asegurándome que mi hombro roce con el de ella y abro mi lonchera sin prestar atención al saludo de su acompañante. A él parece no gustarle mucho mi presencia tampoco, porque su emoción disminuye al noventa por ciento, especialmente cuando corto cada conversación que inicia con ella, respondiendo a sus preguntas tontas antes de que ella lo haga. Estoy actuando como un maldito celoso, lo sé, pero no me importa. Unos minutos es lo que le toma darse cuenta que aquí nadie lo quiere y se despide y se va. —¿Qué haces? —Dora me mira… ¿molesta? —Eso fue muy descortés. Lo sabes, ¿verdad? —¿Qué cosa? —Replico concentrándome en mi sándwich. —Yo no hice nada. —¿Cómo que no? Lo corriste. —Yo no hice nada, preciosa —Me hago el tonto y le sonrío. —Solo pasé para almorzar contigo ¿Acaso te molesta que haya venido? —No es eso, Norman. Sabes bien de lo que hablo. No me molesta que lo hayas hecho, sino la forma en que te comportaste frente a Claudio. —Aaaah, Claudio —«Alias imbécil» pienso. —Con que así se llama. —Sí, Claudio es mi compañero de facultad y amigo desde la época de la escuela. Se sintió incómodo contigo. —Disculpa que haya interrumpido tu hermoso encuentro con él. Pensé que te gustaría pasar la hora del descanso conmigo, pero parece que no. —No tergiverses las cosas que digo, Norman. Es la forma en que contestaste a todo lo que él me comentaba. Se dio cuenta que pasa algo entre nosotros. —Mejor. Así ya sabe que eres mía. —Pensé que dijimos que en nuestro trabajo nos comportaríamos solo como compañeros —Se le escapa una sonrisa involuntaria. Le gustó que le haya dicho que es mía. —Así es, pero eso no significa que durante la hora del trabajo no seas mía, preciosa. —Pero… —Pero repito que no hice nada —La interrumpo. —Solo vine a comer contigo y decirte que te extrañé ayer. —Yo también —Susurra limpiando una miga de pan de mis labios con su pulgar. Eso tiene una repercusión instantánea en mi zona sur. Me quedo mirando su boca por unos segundos y el deseo por ella se acrecienta. Tengo ganas de besarla, aquí y ahora. Devorarla hasta quedarme sin aliento, pero no puedo. Gracias al cielo se olvida de ese “Claudio” y hablamos de algunas cosas que tiene planeado para el fin de semana, de los lugares que le gustaría mostrarme de la cuidad y así se nos pasan los minutos. Si supiera que el único lugar que quiero recorrer es su cuerpo no estaría haciendo tantos planes que definitivamente no vamos a cumplir. Volvemos a la sala y continuamos con nuestro ajetreado día. Como cada lunes el trabajo es mucho mayor en quirófano, así como el flujo de pacientes en urgencias. Llego a casa exhausto. En la ducha me siento ansioso. Mi cuerpo reclama por ella, por poseerla. Estoy semiduro desde la siesta y quiero tenerla en mi cama hoy. Tomo mi toalla y salgo en busca de mi teléfono y sin pensarlo demasiado le pido que venga, pero mi ánimo decae cuando me contesta que no puede venir porque debe estudiar. No insisto, porque sé que su respuesta será la misma. Me tiro a la cama aturdido, ni yo mismo se lo que me sucede con ella, pero la necesito. Cierro los ojos y me dejo llevar por mi instinto más pervertido y lujurioso. Paseo mi mano por mi m*****o erecto y empiezo a tocarme sin pudor, imaginando que es ella quien me toca. Necesito alivio urgentemente y no creo que los fines de semana sean suficiente. Tras el arduo trabajo que no consiguió satisfacerme por completo, quedo dormido profundamente hasta que mi despertador suena en la mañana. Esta vez no me afano en la ducha, por el contrario, salgo a los pocos minutos y tras ponerme mi uniforme, tomo un taxi para llegar más rápido a la clínica. Voy directo a la sección de cardiología y en el vestidor la oigo conversar con una amiga suya. Para evitar interrumpirla, como ayer, le envío un texto diciendo que la espero en mi consultorio. Cinco minutos después toca la puerta y entra. —Buenos días, preciosa —Dejo un beso corto en sus labios después de cerrar el acceso con llave. —Buenos días. ¿Qué es eso tan urgente que querías decirme? No contesto. No es necesario y tampoco tengo ganas ni tiempo para eso. La subo en brazos y la llevo hasta el escritorio sin dejar de besarla. —Norman, alguien puede venir —Gime entre besos. —Por favor… —No te preocupes —Abro su blusa y dejo sus pechos expuestos para mí. —Nadie va a venir. Además, la puerta está llaveada. Me apodero de uno de sus pezones y succiono con desespero mientras bajo su pantalón y ella me ayuda a bajar el mío. Sin mucho preámbulo, me posiciono entre sus piernas y empiezo a incidir dentro de ella, primero lento, luego a un ritmo más apresurado y urgido. Nuestros jadeos no se hacen esperar con el constante golpeteo entre nuestros cuerpos y el escritorio retumbando bajo nosotros con cada movimiento. Acelero mis embistes sin importar el temblor que se produce en el recudido habitáculo y del hecho que quizás alguien pueda escucharnos. Nada de eso importa ahora, solo sus ojos mirándome fijamente y su boca jadeando mientras entro en ella más profundamente. Unos minutos después ambos llegamos al clímax, completamente exhaustos y jadeando por un poco de oxígeno. Esta pequeña sí que me tiene quemando las entrañas y estoy seguro que me costará desprenderme de ella cuando llegue el momento de volver a mi país.
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