Capítulo Diez
Jeremiel mantuvo la puerta de vidrio abierta para ella, a pesar de que probablemente podría haber pasado a través de ella. Cassie levantó la vista hacia el ángel que se alzaba sobre ella más de medio metro, repleto de armamento y hasta el último centímetro de músculo sólido como una roca, pero la forma en que tomaba su mano transmitía un tipo de fuerza diferente, no s****l (aunque tenía que admitir que se hacía más sexy por minuto), pero, bueno... angelical.
El aire en el interior olía a hoja perenne y canela, mezclado con ese peculiar olor de 'viejos' que siempre se adhería a los ancianos. Desde que murió, Cassie realmente no había notado mucho, salvo el ligero aroma de ozono que venía de cualquier dirección donde Jeremiel estuviera de pie, y en lugar de la usual sensación
