Tuvo que dejar de pintar y salir de allí antes que su cabeza explotara por toda aquella estúpida situación. No, no caería de nuevo, no dejaría que le rompieran el corazón otra vez.
Se cambió rápidamente una vez que estuvo limpia de toda aquella pintura, y se puso camino al teatro, seguro que estar allí unas cuantas horas la distraería lo suficiente como para no seguir pensando en el imbécil y sus ojos del dolor. ¡Lo odiaba! Se repitió una y otra vez mientras caminaba a paso rápido por la calle, ignorando el calor insoportable y la humedad que le pegoteaba el cuerpo.
En cuanto estuvo a unos cuantos pasos se insultó por lo bajo. Mierda, parece que iba a ser un día de mierda, quisiera o no. En cuanto los ojos miel del estúpido de Esteban la vieron, se encaminó directo hacia ella, destilando esa rabia inmunda de creerse dueño de algo que no le pertencía, que jamás iba a ser suyo.
—¿Dónde mierda estabas?— le gruñó pegándose a la mujer.
—No te importa — respondió despectiva e intentó rodearlo para, por fin, llegar al teatro. No, no le tenía miedo, solo sentía asco, asco por él y por ella, por haberse dejado tocar por tal imbécil.
—Sé que andás teniendo cenitas románticas con el porteño ese, y que un tipo ha estado preguntando por vos acá en el teatro. ¿¡Tan puta vas a ser!? — gritó con asco sosteniéndola de las mejillas con una sola mano, ignorando los ojos cargados de desafío y furia de aquella morocha.
—Dejame en paz, Esteban — masculló con odio Martina, con la cara deformada por la ira y aquella mano que presionaba con demasiada fuerza.
—No te dejo una mierda. No voy a permitir que hagas estas cosas, que me dejes como un pelotudo — gruñó con ira.
—Mejor la soltás.
Esa voz, con aquella mezcla de acentos, los hizo girarse para ver a ese enorme hombre que los contemplaba con las manos en los bolsillos y la mirada inyectada de furia.
—¿Este es el otro pelotudo que te coge?— preguntó con furia Esteban, casi gritándole aquello a la cara de Martina que aún se mantenía atrapada en la enorme mano del sujeto.
—O la soltás por las buenas — murmuró Vitali acercándose un pasito —, o lo arreglamos de otra forma — invitó sacando sus manos de los bolsillos, dejando ver aquellas manoplas de metal colocadas cuidadosamente en los puños del italiano.
—¿Otro mafioso tenés? — indagó soltando a la mujer, ignorando a Vitali — ¿Tan bajo caíste? — susurró con odio.
—Andate — ordenó Martina y se alejó dos pasos del idiota, sin dejar de mirarlo, sin dejarse amedrentar.
—Lo vamos a arreglar, Martina, tenelo por seguro que lo vamos a arreglar — juró señalándola mientras se alejaba hacia la vereda de enfrente.
Martina se giró y encaminó sus pies hacia el interior del teatro, caminó directo hacia la oficina de su hermana e ingresó derecho en busca de algún licor que le bajara los nervios, que le calmara la furia.
Vitali la siguió sin dudarlo y entró a aquella oficina segundos después de la morocha. La vió beber de un solo trago el licor y luego mirarlo de frente, con los ojos brillantes de odio, de impotencia, de ganas de incendiar todo y que se vayan a la mierda quienes la señalaban.
—¿Quién es ese imbécil?— preguntó sin acercarse.
—No es asunto tuyo. Te pedí perdón por algo que debía, pero eso no te da permiso de meterte en mi vida sin mi permiso. Entendé que no te debo nada, ni a vos ni a nadie, asique dejénme en paz de una buena vez — le gruñó aplastando su dedo en el pecho firme de aquel hombre.
—Te puede hacer daño — rebatió el hombre.
—¡Me importa una mierda!— gritó completamente enojada alejándose unos cuantos pasos —. Yo me cuidé sola por años, Esteban es un imbécil más. No te metas — ordenó volviendo a señalarlo.
—Solo quiero ayudar.
—Ayudás más si no te metés — sentenció clavándole esos ojos fríos, sin vida, sin nada, directo en los de él.
—Martina…
—¿Qué hacés acá? — interrumpió de forma brusca y volvió a servirse algo de licor.
—Quería una entrada para la función de esta noche — explicó con cautela.
—¡Estella! — gritó llamando a su amiga, destilando su mal humor en aquel tono furioso.
A los pocos segundos la castaña apareció por la puerta, con esa sonrisa divertida y las manos tras la espalda. Sí, era todo un show ver a su amiga en aquel estado, el cómo intimidaba a cualquiera que se le acercara, el cómo nadie se atrevía a ir en contra de alguna de sus órdenes. Martina era poder puro, autoridad aplastante, enojo limpio.
—Decime — respondió con esa sonrisita extraña, aguantando la risa.
—Dale a Vitali las entradas que desee para esta noche. Que sean buenas ubicaciones — ordenó dejándose caer en el sillón.
—Perfecto. Señor, ¿me acompaña? — invitó cuando notó que aquel italiano no se movía de su sitio sino que mantenía sus ojos clavados en Martina, hundido en alguna cosa que ella desconocía.
Vitali parpadeó un momento y luego asintió, moviendo sus pies en dirección a la taquilla, ordenando los pensamientos que lo asaltaban uno tras otro de manera desordenada. Esa mujer no era Lucía, al parecer ya no quedaba mucho de esa mendocina de tonos suaves y carácter dócil.
—¿Impactado? — indagó la castaña una vez en su puesto, buscando las entradas de la función de la noche.
—¿Siempre es así? — indagó aún metido en sus pensamientos.
—Desde que la conozco, sí. Hay que tener carácter para abrirse paso en el mundo que ella y Clara lo hicieron. ¿Qué pensabas? — indagó divertida.
—Nada, nada — susurró —. Una sola entrada —pidió al ver a la mujer con aquel montón de papelitos en la mano.
Estella asintió y le entregó una entrada, acompañando todo con esa sonrisa de completa diversión.
—¿Quién era el hombre que la abordó en la puerta? — indagó sabiendo que la castaña los había visto a través del enorme cristal de las puertas de ingreso.
—Esteban. Un idiota con el que se encontró en algunas citas y ahora él está obsesionado con Martina —explicó volviendo a guardar las entradas en el cajón.
—¿Dónde se puede encontrar? — preguntó.
—¿Le vas a hacer pagar por los problemas que ha causado? — indagó apoyándose en el mostrador, ampliando su pícara sonrisa a modo de complicidad.
—Puede. ¿Sabés dónde lo puedo encontrar? — indagó nuevamente.
—Siempre está en el bar cerca de la catedral o en su oficina. Esta es la dirección — le dijo pasando un papel escrito con la dirección del imbécil —. Espero que tenga lo que merece — susurró antes de guiñarle el ojo.
—Gracias. Te debo dos con esta — afirmó divertido el italiano.
—Con una cena se arregla — invitó con descaro.
Vtali dejó salir una carcajada masculina, completamente divertido por esa mujer que parecía ser mucho más de lo que mostraba.
—Después regreso y arreglamos una cena — afirmó antes de salir de allí, antes de ir directo al hotel donde se alojaba. Algo, no sabía qué, le indicaba que debía poner a Ramiro al tanto de todo esto.
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Ramiro escupió unos cuantos insultos por lo bajo mientras su primo lo observaba con calma desde aquel sillón donde bebía whisky.
—Le dije que se mantuviera alejado — gruñó el castaño.
—Bueno, no le llegó el mensaje al parecer — bromeó el otro y se ganó una mirada cargada de reproche por parte de su primo.
—¿Tus hombres lo pueden llevar a un lugar más… privado? — indagó con malicia.
—Claro, hasta sé dónde encontrarlo y todo.
—Pediles que lo lleven y me avisen. Ese imbécil no se va a quedar sin su castigo por desobediencia — gruñó el castaño y salió de la habitación de su primo, si se quedaba dos segundos más allí seguro terminaría peleando con Vitali y no quería aquello.
Vitali sonrió y se puso de pie, en menos de diez minutos ya tenía a sus hombres en movimiento, buscando al imbécil para que obtuviera su merecido premio por tal acto de rebeldía.
Resulta que ni bien el italiano puso un pie en aquel hotel mandó a llamar a su primo, sin saber nada certero, pero con una leve espinita que le decía algo al oído, que le susurraba una verdad tan gigante como su propia casa. Le dolía pensar que aquello fuese cierto, pero debía aceptar que el encanto de Martina se comenzaba a resquebrajar por esas actitudes completamente desconocidas para él, completamente distantes de la Lucía que lo había encantado hace tantos años, pero viendo a su primo, a ese instinto que surgía en él cada vez que la nombraban, cada vez que ella aparecía entre alguna charla, ese dolor que emanaba el cuerpo de su primo cuando Martina se colaba entre palabras amistosas o de reflexión, supuso que debía darle a conocer tal información. Sí, algo importante había allí, no sabía si amor u otra cosa, pero sí estaba completamente seguro que aquello era enorme.
Ramiro masculló unos insultos más y se encerró en su habitación, a la espera de novedades. Media hora después ya estaba camino a un depósito en las afueras de la pequeña ciudad. Ahora sí ese imbécil iba a entender que no debía volver a acercarse a Lucía, a su preciosa Lucía, y mucho menos, intentar tocarla.
Llegaron en unos pocos minutos e ingresaron a ese galpón oscuro y maloliente, con los chillidos de las ratas acompañando el resonar de sus pasos. José tomó un enorme balde de agua fría y la arrojó sobre el sujeto que, inconsciente, estaba amarrado a una silla maltrecha.
Esteban despertó sintiendo el agua lastimarle el interior de la nariz e impidiéndole abrir los ojos. En cuanto enfocó su mirada, vio a aquellos tres hombres delante de él. El italiano y aquel porteño lo miraban con furia, sobre todo éste último. Tosió un poco más y esperó que le hablaran.
—Te dije que no te acercaras más. ¿Me hiciste caso? Claramente no. Encima, le dejaste unas lindas marcas en el rostro. ¿Creés que vas a salir como si nada de esta situación? — indagó Ramiro con esa voz oscura, tenebrosa, malvada.
—Ella está conmigo, es nuestra relación — respondió con odio.
—Yo no lo veía así en la puerta del teatro — dijo Vitali casi como desinteresado —. Es más, ella te dejaba bien en claro que no son nada — agregó con malicia, sabiendo la tensión que se desparramaba por el cuerpo de su primo. Sí, eso, según su perspectiva, debían ser los puños más apretados que jamás existieron.
—No tenés idea de nada. No…
Y no pudo terminar de decir aquello porque el puño de Ramiro descargó con fuerza en la mejilla del idiota. Ya no toleraba escuchar tanta estupidez junta.
—Te vamos a dejar bien en claro que no la vas a volver a tocar, que no la vas a mirar, que ella está vedada para vos — explicó Ramiro arremangándose la camisa mientras Jose se acercaba con un estuche n***o hasta su hermano.
—¿Qué me van a hacer? — preguntó con temor.
—Es solo un recordatorio que no podrás ignorar — explicó Vitali terminando de arremangar su propia camisa —. Vos relajate — ordenó con una suavidad ajena a toda la situación.
Esteban abrió bien grande los ojos cuando vio esas pequeñas pinzas en las manos del castaño, gritó cuando Jose le sujetó las muñecas, y suplicó cuando Vitali lo agarró por los hombros con fuerza, aplastándolo contra la silla.
Bueno, si las palabras no eran suficientes tal vez la falta de sus dos meñiques se lo recordarían a diario.