Capítulo 1 ¡No me dejes por favor!

1582 Words
En el oscuro rincón de la mansión donde la opulencia y la miseria se entrelazan como hilos de un tejido inescrutable, Isabella parecía haber perdido el norte de su existencia, mientras limpiaba una mesa, el reflejo de su pálido rostro llamó su atención, ella misma se sorprendió de lo que veía, acarició su mejilla y cabizbaja supo que algo andaba mal. Llevaba tres años de casada con el amor de su vida, Charles Anderson, un famoso inversionista, muy guapo por supuesto, pero con una pésima personalidad, sin embargo, una mujer enamorada no distingue entre buenos o malos tratos, Isabella solamente se conformaba con estar a su lado. —¡Isabella! ¡Isabella! —los gritos de Elise no se hicieron esperar, sacándola de sus pensamientos —Muévete ¿Qué esperas? Ven a servir el desayuno —Su suegra la trataba peor que si fuera la empleada de servicio. El desprecio por la persona que era Isabella era más que evidente. Isabella pasó una última vez el trapo sobre la mesa para sacarle brillo, se olvidó por completo de su desdicha, y sonrió satisfecha con el resultado, debía atender a la familia. —¡Un momento por favor! —Isabella se fue a la cocina y sonriente empezó a preparar rápidamente el desayuno para todos, los Anderson, eran una familia de cuatro, la madre, el padre y los dos hijos, el mayor de ellos era su esposo. Habían pasado quince minutos desde que Elise ordenó el desayuno, pero aún no llegaba al comedor, haciendo que Charles se enfureciera, fue ahí cuando se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina, miró a su esposa con enojo y le gritó: —¡¿En dónde está mi desayuno Isabella?! —Mi amor, es que…—Isabella tartamudeo —Aún me demoro un poco Charles la tomó por el mentón causándole un poco de dolor, su mirada estaba llena de odio, y en sus ojos no había una sola pizca de amor. —¡Eres una inútil Isabella! No sé en qué momento decidí casarme contigo, si es que no sirves para nada, eres una deshonra para mi familia. —Pero mi amor, ¿Por qué me estás diciendo eso? —la voz de Isabella se quebró completamente, un duro nudo se atravesó en su garganta, por poco y arribaba el llanto. —Porque es cierto Isabella, llevó tres años aguatándote, cuando no te soporto —Charles la miro de arriba abajo con un inminente odio, mientras que Isabella sintió como su corazón se partía en mil pedazos. —¡No te amo Isabella! —No me digas eso cariño, por favor—Ella suplicó herida —Me fastidias Isabella, pero pronto todo esto acabara—Respondió el hombre lleno de ironía, Charles salió de la cocina, dejando un sin sabor en Isabella, unas cuantas lagrimas rodaron por sus mejillas, pero debía controlarse y acabar su cometido, unos cinco minutos más tarde, ella sirvió el desayuno, pero su esposo no estaba en la mesa, sin embargo, su suegra no perdió la oportunidad para reclamarle. —¿Otra vez huevos? ¿No sabes hacer nada más? —Preguntó Elise eufórica. —Suegra, en la cocina no había nada más, he hecho lo que he podido —Respondió Isabella, sus palabras fueron una ofensa para la familia, atravesaban una crisis económica desde que su gran compañía cayó en la quiebra, y ahora recuperarse estaba difícil. Elise llena de ira tomó el plato del desayuno y lo estrelló contra el suelo, la comida voló por los aires ante la atónita mirada de Isabella. —No sé cómo mi hijo se pudo casar contigo, si es que no sirves para nada Isabella, ¡Recoge todo esto!—Gritó Elise furiosa, ante la mirada confusa de su hija menor Diane y su esposo John. John se levantó de la mesa también y dejo servido el desayuno. —Espero mi hijo se divorcie de ti muy pronto, es mejor que no pertenezcas más a esta familia—Dijo el hombre. Isabella no pudo evitar que el llanto corriera por sus mejillas como si fuera un río, ¿Divorcio? Pero ella no quería separarse de su esposo, sí es que ella era la mujer perfecta para él, lavaba su ropa y la de su familia, limpiaba la casa, le hacía de comer y todas las noches lo esperaba complaciente después del trabajo ¿En que estaba fallando? ¿Tal vez no merecía ser su esposa? Todos se fueron dejando el desayuno servido, Isabella con tan solo veinte seis años, soportaba la humillación de una familia que no era la suya y todo por amor, o eso pensaba. Después de un largo día, se sentó frente al espejo, soltó su cabello y pasó un cepillo por su rubia melena, sus ojos verdes estaban rodeados por un par de oscuras ojeras que opacaban su belleza, y su pálido rostro estaba falto de luz, pues ella no salía de la mansión, ni siquiera para tomar el sol. Isabella, sin embargo, se sumía en las faenas domésticas con la esperanza de ganarse el afecto que le era esquivo. Pero ¿a quién le importaba? Su única medida de felicidad descansaba en la presencia de su esposo. Se recostó en la cama a leer un libro tratando de no quedarse dormida antes de que llegara Charles, debía servirle la comida y atenderlo como debía ser, todo esto a cambio de que durmiera a su lado, pero esa noche fue diferente en la mansión de los Anderson, una densa vibra se apoderó del lugar e Isabella sentía como un escalofrío recorría sus huesos a medida que su esposo se acercaba a la habitación. La puerta de la habitación se abrió para darle paso a Charles, su mirada carecía de cualquier expresión y en su mano habia un sobre, Isabella lo vio y enseguida se levantó de la cama. —Buenas noches querido, ya voy a calentar tu comida. —Ya cené Isabella—Cabizbaja aceptó lo dicho y se fue a quitarle los zapatos, pero él la apartó bruscamente y le tiro el sobre en el pecho. —¿Qué es esto? —Preguntó Isabella confundida. —Los papeles del divorcio ¿Acaso eres ciega o qué? —Isabella sintió como el mundo se desmorono a sus pies, y su frágil cuerpo sucumbía ante el frío de la noticia, sus manos empezaron a temblar, y de nuevo el llanto estaba inundando su rostro. —¡No mi amor! Yo no quiero divorciarme, por favor —Ella dejó la carpeta sobre la mesa y se lanzó a Charles, pero él la empujó, quitándole de su frente —¡No me toques Isabella! Ahora firma y lárgate de mi casa. —No, no me dejes por favor, haré lo que sea por ti, ¡Yo te amo demasiado! Pero por favor no me hagas esto cariño, ¡Por favor! —Isabella entró en una crisis de desespero, el divorcio no era lo que ella tenía planeado, no por ahora, no le importaba aguantar lo que fuera. Así que se arrodillo ante su esposo, rogando que no la dejara, se aferró a sus piernas, mientras que desgarrada lloraba. El hombre, sin ningún tipo de empatía, se zafó de su agarre se acercó al armario y sacó una maleta, comenzó a descolgar la ropa de Isabella y se la botó al piso, ante la mirada desconsolada de ella, que entristecida no comprendía cómo después de tanta entrega, su esposo le estaba haciendo eso. —¡Lárgate ya! Pinche campesina —Charles le señaló la puerta —Es casi medianoche, ¡No me hagas esto por favor! —Isabella seguía suplicante —No tengo a donde ir —¡Que te vayas te he dicho!—Charles la miró con furia y en un tono amenazante. —Por favor, Charles, dame una segunda oportunidad mi amor, prometo que haré las cosas mejor. —Insistió de nuevo la pobre mujer —¡Eres increíble! ¿Qué parte no entiendes de que no quiero seguir casado contigo? Isabella recogió sus pocas pertenencias y al ver el enojo de su esposo, no tuvo más opción que salir de la mansión, sin un solo centavo en el bolsillo y con el alma hecha pedazos, toda la familia Anderson se dio cuenta del suceso y nadie abogó por ella, lo contrario, en su cara las risas de la madre y la vergüenza del padre hicieron estragos, completando la desgracia de Isabella. Con la dignidad por el piso, ella no tuvo más opción que regresar al seno de su hogar, de donde nunca debió salir, pero estaba tan lejos y desprotegida, que ni siquiera sabía cómo la iban a recibir, se casó enamorada, de un Charles dulce y entregado, pero con el paso de los meses se convirtió en su verdugo, uno que no la soportaba, ni soportaba su amor. Ella nunca se explicó el porqué de su actitud, lo que estaba lejos de imaginarse, era que él le entregaba su corazón a otra persona, y por eso odiaba estar casado con ella, en los azares del amor, solamente manda el verdadero sentimiento. En la estación del tren, mojada por la lluvia, sin abrigo y sin consuelo, una mujer por piedad se acercó a Isabella y le regalo para un tiquete, abordó el primer tren del día, dejando atrás todo lo que conoció en los últimos tres años…No podía cree lo que su esposo le había hecho.
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