Isabella supo en ese momento que John no iba a hacer lo que ella le pidió, era lógico, perder su presencia de padre y esposo abnegado era como perder su orgullo, sin embargo, lo confirmaría ella misma. Sabía que John entraría a trabajar a las seis de la tarde y que su mayor debilidad en ese momento era Greta, la humilde empleada de la cafetería, una buena excusa para que él llegara temprano. Isabela llamó a su oficina a la pobre mujer. Cuando Greta ingresó a su oficina, sus ojos estaban llenos de lágrimas, su rostro enrojecido y cabizbaja llena de vergüenza. —¿Me mando a llamar señora Isabela? —Greta preguntó con su voz entrecortada. —Greta, la mande a llamar porque es muy importante que hablemos sobre lo sucedido en el parqueadero —La voz de Isabela se suavizo, en contra de la muje