Herick puso las piernas de ella encima de sus hombros y comenzó a darle suaves y eléctricos ósculos en la parte interna de los muslos, mientras Hilda se apoyaba con los abrazos en la mesa y veía con anhelo lo que él le hacía. Acercó su cara a aquel apetitoso lugar y con su lengua hizo un lento movimiento para degustar en su paladar la miel que había emanado directo de la fuente de la manzana prohibida, como caramelo viscoso y derretido. Separó más sus labios y empezó comer del blando y mojado festín que estaba servido en bandeja de plata, dispuesto solo para él. En todos sus encuentros anteriores no había instado la opción de hacerlo, pues iban directo al punto final. Sin embargo, el muro que los contenía había desaparecido entre ellos. Antes habían sido amantes novatos y primerizos. Ahora