Hilda se quedó con la carpeta, pensativa, por varios minutos en la silla. Su hermano Luther fue quien la sacó de su trance y se levantó. Sin embargo, al hacer las actividades correspondientes, no podía concentrarse. Decidió irse a casa para ayudar a Helene y Herick con las tareas de la escuela. Los veía a ellos hacer sus pendientes, pero su mente estaba lejos. Divagaba en lo que le había dicho Héctor Dassault. Sus puños, de manera repentina, empezaron a temblar. Era claro que ese señor no podía ser el padre de sus hijos. Aquel hombre con el que se había acostado parecía ser más joven y no uno mayor. Además, que el aspecto físico no se parecía en nada a sus mellizos. Entonces, ¿por qué su corazón estaba agitado por pensar en esa propuesta que le había hecho? Era obvio que debía rechazarla,