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RACHEL
A pesar de que nací y fui criada en Montana, realmente, nunca entendí lo atractivo del circuito de rodeo. Los animales, el forcejeo, atar los tobillos de los terneros pequeños tan rápido como fuera posible. Sin embargo, mientras observaba a este vaquero montando al toro gigante, con los músculos de su pecho sobresaliendo por debajo de la tela de su camisa, sus brazos abultados debajo del material tenso, finalmente, lo entendí. Se sacudió hacia atrás y hacia adelante, balanceándose y moviéndose con los movimientos bruscos de la bestia furiosa, y un brazo voló por encima de su cabeza.
“Oh, Señor, sí lo entendí”, pensé.
Jadeé cuando el toro pateó sus piernas, no porque estuviera asustada por el vaquero, sino por la forma en que sus músculos se contrajeron debajo de esos pantalones para permanecer sobre el lomo del animal. Pantalones, debo añadir, que dejaban muy poco a la imaginación.
Todo en sí era estúpido, completamente estúpido, eso de permanecer sobre un toro por ocho segundos, pero de alguna manera, cada una de mis zonas calientes se estimulaban observando el festival de testosterona.
—Aquí tienes una servilleta. —La voz de mi hermana me hizo percatar de mi boca abierta, pasmada. Volteé para mirar a Emmy, quien todavía lograba lucir elegante y atractiva con una falda y una blusa suelta, incluso con ocho meses de embarazo. Ella sostenía una de las servilletas que había agarrado cuando fue a buscarse un cono de helado. Fruncí el ceño ante el gesto.
—¿Para qué es eso? —dije.
Emmy sonrió.
—¡Tienes un poco de baba ahí!
Mi ceño fruncido se convirtió en una mueca.
—No me estaba babeando. —Aparté la mirada y me limpié las comisuras de la boca sutilmente, solo por si acaso.
—Lo que sea que tú digas, hermana. —No tenía que mirarla para saber que estaba poniendo los ojos en blanco hacia mí. A pesar de que era más joven, Emmy tenía el aire de hermana mayor sabelotodo. Sin embargo, era la única que estaba felizmente casada y con un bebé en camino, mientras yo seguía echando raíces profundamente en mi soltería y sin una salida a la vista. De alguna manera, esto parecía darle una ventaja que negaba mis dos años de antigüedad.
Emmy tuvo una boda de Bridgewater, lo cual significaba que fue la afortunada novia de dos hombres dotados y protectores. Como todos mis hermanos, ella tenía un gran corazón y una buena cabeza sobre sus hombros, y yo le deseaba solo lo mejor. Excepto ahora. Mientras lamía su helado, luciendo imposiblemente presumida, me preguntaba por millonésima vez cómo mi pequeña y malcriada hermana se las arreglaba para lidiar, no solo con uno, sino con dos hombres, cuando yo no había logrado tener una segunda cita en más meses de los que podía admitir.
Si solo fuera Emmy teniendo un bebé, estaría bien, pero yo era la única de seis hermanos. Todos mis cinco hermanos estaban casados y con hijos, o en el caso de Emmy, con un bebé en camino. Dos de mis hermanos también estaban casados en Bridgewater, pero el resto había seguido los pasos de mis padres y habían escogido el camino tradicional. Un hombre, una mujer. Y cada uno había encontrado temprano a su “persona perfecta” o “personas perfectas”. Emmy solo tenía veinticuatro años y mi hermano Zach se había casado a los veintiuno. Mis padres siempre solían decir: “Cuando lo sabes, lo sabes”.
Bueno, yo aún no lo sabía.
Honestamente, no me importaba en qué tipo de relación me encontrara —tradicional, estilo Bridgewater u otras— yo solo quería estar en una. No es que estuviera desesperada por un hombre. No, no me sentaba en casa suspirando por uno. Además, yo no quería cualquier hombre, quería al hombre indicado…o a los hombres indicados. Tuve citas, pero hasta ahora no había habido ninguna chispa, ni nadie con quien hubiese querido pasar a una segunda cita. Así que básicamente me rendí. No era que alguna vez no hubiera estado al acecho, pero no iría a buscar amoríos en bares con mis amigas los viernes por la noche. Por cierto, nunca fui a buscar amoríos, pero había ido a buscar algo. Y no había funcionado.
Por esta razón, tampoco estaba exactamente loca por los hombres, pero definitivamente estaba loca por los bebés. No estaba vieja, de ninguna manera, pero pensaba que a los veintiséis estaría en el mismo barco que el resto de mi familia. Si no era casada y con hijos, al menos encaminada hacia ello. Diablos, Emmy iba a tener un bebé antes que yo. Sí, eso me dolía, aunque no lo decía ni lo demostraba. Era mi problema, y no el suyo. No era su culpa haber encontrado dos chicos que la amaban y querían tener una vida con ella, una familia.
Yo lo tenía todo planeado. La universidad, el posgrado, luego empezar una familia. Seguramente era joven aún, pero quería una prole grande, y eso significaba comenzar temprano. Sin embargo, de alguna manera, en algún punto, mi plan de vida se había desbaratado. Solté un suspiro mientras me volví para mirar a un vaquero guapo agarrar su sombrero del cuadrilátero sucio, lo levantó y lo sacudió en el aire. La m******d aclamó y aplaudió mientras caminó hacia el carril abierto. Incluso su espalda lucía jodidamente bien en los pantalones pequeños y apretados. Estaban bien desgastados y moldeaban su t*****o justo de manera perfecta.
“Maldición”, pensé. Emmy me empujó con su cadera, me capturó comiéndomelo con los ojos otra vez.
—Deberías ir allá. Preséntate.
La miré como si hubiese sugerido que me trepara a la espalda del toro y le diera una montada.
—¿Que me presente? ¿Al montador de toros? No podría hacer eso.
Emmy me miró. Nos parecíamos con nuestro cabello castaño claro y ojos color café, pero ella era unos cuantos centímetros más baja.
—¿Por qué no? —sugirió Emmy.
Me encogí de hombros. Porque no podía. Yo no era como Emmy. Ella no tenía problemas en acercarse a hombres extraños y coquetear —a decir verdad, no lo tenía antes de enamorarse de Rick y Kevin hacía dos años—. Ellos eran machos alfa de pies a cabeza y eran los únicos hombres con los que coqueteaba ahora. La bola de boliche que parecía llevar debajo de su camisa lo probaba.
Pero esa no era yo. Yo nunca había sido buena para coquetear y los hombres súper atractivos tendían a ponerme nerviosa. No, peor, siempre me volvía una idiota balbuceante. La razón detrás de mi soltería no era un gran misterio después de todo.
—Estás intimidada, ¿no es cierto? —continuó Emmy. Dios, ella estaba demasiado encantada con mi incomodidad. Algunas cosas nunca cambiaban.
—¿Por ese chico? —Señalé en la dirección que se había ido— Absolutamente. Tú lo viste. Él está… locamente bueno. Por supuesto que estoy intimidada.
No me molesté en negarlo. Las dos sabíamos que yo era la reservada de nuestra familia. Esa era la forma en que yo lo ponía. Emmy y mis otras hermanas me llamaban mojigata. Lo que ellas no sabían —lo que nunca les había dicho— era que mi recelo por los hombres ardientes, en verdad, prácticamente por todos los hombres, no solo era porque me intimidaban. La razón era más profunda que eso. Sabía que, si ellos se acercaban, iban a querer acercarse de otra manera. Yo solo había tenido un intento de sexo, precisamente, y había sido horrible. Aterrador.
Hacía tiempo, en la universidad, hubo un chico. Un buen chico… o eso había pensado. En nuestra tercera cita, él asumió que íbamos a hacer más que solo besarnos. Él lo asumió equivocadamente. Yo no estaba lista para llevarlo al siguiente nivel, pero él no me escuchó. Sus manos estuvieron por todas partes a pesar de mis protestas y de mis intentos frágiles de quitármelo de encima. Era muy fuerte, muy determinado.
Me estremecía al recordarlo ahora debajo del sol de junio. Gracias a Dios, mi compañera de habitación llegó cuando lo hizo o quién sabía qué tan lejos hubiese ido. Tal como estaban las cosas, él me había acariciado y manoseado bastante, pero nunca fue capaz de quitarme los pantalones. Aun así, la experiencia me dejó con un mal sabor en la boca cuando las citas comenzaban a volverse demasiado cercanas. Me congelaba. Me asustaba. Mi estómago todavía se revolvía cuando pensaba en cómo se habían sentido las manos de ese imbécil sobre mi piel, y no importaba lo atraída que estuviera hacia un chico, eso era en todo lo que podía pensar cuando había un hombre que se inclinaba para besarme.
No hace falta decir que la intimidad no era exactamente mi fuerte. Sin embargo, no le había dicho nada de eso a Emmy. No hubiese hecho ninguna diferencia. Su boca seguía formando una línea obstinada.
—Anda, di hola —dijo ella. Sus ojos estaban llenos de una malicia familiar. El tipo de mirada que solía darme justo antes de que entrara a cualquier trampa que me había tendido en nuestra habitación compartida.
—¿Por qué? —Mis ojos se estrecharon con recelo al pensar que ella, simplemente, no me empujaría a coquetear con cualquier hombre—. ¿Lo conoces o algo?
—O algo —Emmy asintió, apenas capaz de contener su risa—. Tú también lo conocerás. Él es nuestro nuevo jefe.
Parpadeé ante su perplejidad por un momento, pero después, sus palabras encajaron y mi cerebro registró su significado.
—¿Mi jefe? —“¿Ese perfecto espécimen de hombre era mi nuevo jefe?”, pensé. Emmy estaba trabajando como gerente de oficina para un rancho local de huéspedes, el Desembarque de Hawk, desde que se graduó en la universidad. Se iba a ir en cuestión de semanas para tener al bebé y no planeaba regresar al trabajo. Como justo me había mudado a casa, después de terminar mi magister en Denver, Emmy había convencido a sus empleadores para que me dieran el puesto de trabajo sin haber sido entrevistada.
Era un trabajo en mi campo y estaba agradecida por la oportunidad. Pero ahora… me quedé mirándola fijamente, después de que el hombre grande y masculino se había marchado hacia los establos, e intenté calmar las mariposas en mi vientre. Ciertamente, ahora estaba nerviosa por más razones.
No podría trabajar para un hombre como ese. ¿Cómo se suponía que iba a interactuar con un vaquero guapo y, aun así, mantener algún tipo de profesionalismo? Estaría tartamudeando y temblando como tonta alrededor de él.
—¿Él no es un montador de toros profesional? —Por la forma en que había girado y sacudido sus caderas sobre ese toro me hizo preguntarme cómo se vería usándolas montando algo más, como yo. ¿Era el sol que me estaba poniendo más caliente?
—No. Lo hace solo por diversión —dijo Emmy.
Diversión. Posiblemente para tentar a cada mujer consciente. La voz de Emmy estaba mezclada con risa.
—Si crees que él es hermoso, espera hasta que conozcas a su compañero de negocios.
Me volteé para ver si estaba hablando en serio. Lo estaba. Oh, m****a. —¿Había dos de ellos?— Mi mente tambaleó. Dos hombres atractivos serían mis nuevos empleadores. Oh, ayúdame, Señor.
Emmy asintió y enrolló un brazo a mi alrededor, mientras me guiaba en dirección a los establos.
—Ve —me apresuró ella—. Eventualmente, necesitarás conocer a los dueños. Ahora puedes presentarte a Matt por ti misma. Acaba con ese asunto de una vez.
Aparté la mirada con aprehensión.
—¿Por qué, es un cerdo o algo? —pregunté.
Su cabeza se tumbó hacia atrás mientras dejó salir una risa ruidosa, como si yo acabara de decir algo graciosísimo.
—¿Un cerdo? Nah. Matt es tan dulce como puede. Solo me refería a que sería mejor que lo conocieras ahora, en algún lugar casual, antes de que sea oficialmente tu jefe.
—No lo sé —dije y me cubrí, arrastrando mis pies mientras ella intentaba guiarme.
Se detuvo y yo casi me vuelco encima. Quitando Emmy su brazo de mi cintura, colocó sus puños sobre sus caderas, mientras se volteaba para mirarme con su mirada de sabelotodo que odiaba. Principalmente, porque cuando la usaba, con seguridad tenía razón. Como ahora.
—Rachel Andrews, si no superas tus nervios con respecto a conocer a este hombre vas a ser una inútil como su gerente de oficina.
Presioné mis labios, juntos, deseando que no tuviera razón. Necesitaba hacer esto. Tenía que arrancarme la tira adhesiva violentamente para superar mis miedos. Miedos que eran completamente infundados. Ella había trabajado para Matt por años, y nunca había escuchado que él fuera un imbécil. No dudaba que sus esposos lo tumbarían al piso si él lastimara los sentimientos de Emmy, mucho más por algo peor.
Valiente, así era yo. Bien, iría a conocer a mi hermoso e impresionante jefe. Asentí ligeramente antes de que pudiera cambiar de opinión y me dirigí hacia los establos. Cierto, podía hacer esto. Respiré profundamente.
“Puedo hacerlo, puedo hacerlo”. Recité esa línea una y otra vez hasta que entré al establo lleno de gente; el aroma poderoso a heno y caballos me hizo cosquillas en la nariz. Había un montón de vaqueros, llenos de tierra y sudados, pero tantos como conejitas vaqueras, con ropa ligera, revoloteándoles alrededor como insectos.
Justo como en cualquier otro deporte donde había hombres poderosos y atractivos, había mujeres que estaban buscando llevárselos a la cama. Yo estaba demasiado vestida en comparación. Tenía puestas unas botas, pantalones y una camisa de botones de color rosa pálido. No estaba desaliñada bajo ningún concepto, pero no dejaba todo expuesto en un rodeo lleno de tierra. No como estas mujeres. La mayoría llevaba camisolas o camisetas y pantalones cortos. Una rubia pechugona a mi derecha, claramente, no estaba usando s*******r. No estaba haciendo frío en lo absoluto, pero parecía que estaba por debajo de congelado si sus pezones puntiagudos fueran algún indicador.
Aparté la mirada, observé alrededor de las miles de personas, intentando encontrar a mi jefe nuevo. Como era la feria del condado, había más eventos organizados que solo el rodeo. No vi a Matt, solo me encontré con las miradas curiosas de otros vaqueros y de las mujeres que se les colgaban.
Tiré del borde de mi camisa y levanté la barbilla, mientras me adentraba más hacia la brecha. Me sentía ridículamente fuera de lugar. No era la única mujer con una camisa abotonada hasta abajo, pero era la única que no la estaba usando abierta hasta la mitad de mi pecho para mostrar un s*******r de encaje. Definitivamente, desentonaba, pero había llegado hasta aquí. No había manera de que pudiera regresar ahora. Emmy nunca me dejaría irme. Solo estaba conociendo a mi nuevo jefe. Eso era todo. Él no era un vaquero súper caliente. “Él es mi jefe”, pensé.
“Jefe. Jefe. Jefe”.