Capítulo 35. El intercambio

1181 Words
“Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión a la propia autoestima. Es por ello que los ni-ños chicos aprenden tan rápido antes de ser conscientes de su propia importancia”. —Thomas Szasz. 25 de septiembre de 2018 La oscuridad de la noche era intensa en aquel barrio bajo en las afueras de Kansas, un hombre de porte elegante y gran altura se habría paso a través de la lluvia, su vestimenta hacia un marcado contraste con el paisaje derruido y las paredes decoradas con el arte propia de aquellos personajes que utilizan los muros para liberar su creatividad y expresar su descontento con el rol social que les toco jugar en este país capitalista. A lo lejos se escuchan las ya tan acostumbradas sirenas de policía que múltiples veces irrumpen el silencio de la noche, y que aquellos que moran tras las paredes que rodean el laberintico complejo de apartamentos están tan acostumbrados a escuchar que ya ni siquiera puede perturbar sus sueños. Aquel hombre de pantalón lizo y fina gabardina cierra su paraguas al llegar al estacionamiento, lo coloca debajo del hombro de la mano izquierda en la que carga un pequeño portafolio, hay muy pocos vehículos, la mayoría son inservibles, han sido abandonados ahí, incluso en algunos se aprecia la huella del tiempo y en otros los espantosos resultados de la ultima batalla que les toco librar. Ciertamente aquello huele a abandono, un grupo de personas desafortunadas, de esas a las que la vida condeno a la vagancia tiene una amena conversación en la entrada del complejo, pero callan y retroceden ante la presencia de aquel hombre que ha puesto su mano en la pistola que lleva al cinto. No cruzan con la una sola palabra, como tampoco lo hará el otro grupo de personas que esta mas adelante, aquellos que presos de sustancias sintéticas, tienen sueños vividos y a la vez profundos en los que su vida es mejor, ya no sienten el hambre, ya no sienten el frio, ya no tienen dolor, podría pensarse que han muerto, pero siguen respirando. Al fondo a lo lejos ya hace un vehículo con las lucen encendidas, su color n***o hace que el modelo sea imperceptible, acercándose un poco mas en medio de aquel lugar en donde la electricidad es inexistente aquel caballero se percata que recargada en la cajuela hay una silueta negra. Tan negra como la oscuridad misma, por sus contornos perfectamente delineados puede darse cuenta de que es una mujer, su vestimenta es formal y la negra cabellera le cubre un rostro blanco como la nieve, que ciertamente en momentos parece flotar. –General Simons, lo esperaba con ansia, –dijo aquella voz femenina en un tono neutral, y a pesar de que el volumen no ha sido tan alto el eco de aquel lugar ha hecho lo propio. –¿Cómo sabe mi Rango?, todo el mundo me llama Capitán ahora, –Pregunto Simons con curiosidad –Ah las mismas mañas de siempre, querer encubrir que hay un militar en la NASA, alguien debería decirle a inteligencia que esos trucos ya no son tan inteligentes. –Dijo la chica con ironía. –Bien supongo que no importa, tiene lo que le pedí. –Pregunto Simons con nerviosismo. –Ah adoro esos hombres que van directo al grano, –Respondió la Chica con voz sensual–, aquí esta. Abrió la cajuela del auto, para descubrir un hombre atado de pies y manos con una mordaza que se retorcía dentro de ella, cuando vio a Simons su cara se torno en terror, sus ojos se desorbitaron y sus movimientos se hicieron más bruscos. –¿Acaso no es lindo?, –dijo ella con ironía. Simons esbozo una sonrisa malévola. –No tan rápido, hermoso, –dijo ella entrecerrando la cajuela y extendiendo la mano. Simons saco un folder de su portafolio y lo entrego, el grosor del fajo de documentos era tal que el folder quedaba muy pequeño, ella le dio un vistazo rápido. –Prometeo… mmm interesante, adoro los mitos griegos, –dijo–, me pregunto ¿Qué fuego estarán intentando robarle a Zeus? O ¿tal vez deba llamarlo Júpiter? Como en la antigua roma. Simons estaba impresionado con aquella mujer, parecía saber mas de lo que el creía, no dijo nada para no revelar más información, le parecía suficiente con la que ya había entregado. Ella abrió la cajuela y aventó el folder más allá del cuerpo de aquel desafortunado, de las sombras emergieron dos hombres, ambos vestidos con traje azul oscuro quienes se acercaron a la cajuela al tiempo que ella se retiraba y caminaba hacia la espalda de Simons. Este se giro al ritmo que ella caminaba para no perderla de vista. –Sabe general, adoro a los militares, –Recupero el tono sensual, mientras le acariciaba el pecho a través de la gabardina–, si necesita algo mas no dude en buscarme, –dijo mientras le colocaba una pequeña tarjeta negra en la bolsa interior de la gabardina. Acto seguido camino hacia el auto con un movimiento de caderas ligero y ala vez sensual, mientras Simons no despegaba la vista de ella. Abordo el asiento del copiloto, mientras los dos hombres que habían emergido de las sombras habían bajado al tipo de la cajuela y lo habían colocado a un lado del vehículo, acto seguido abordaron por las puertas traseras revelando que había una cuarta persona que se encontraba al volante. Antes de subir al vehículo hizo un sutil gesto de despedida con la mano derecha al mismo tiempo que decía: –¡Adiós Chicos!, que se diviertan, –Dibujo una sonrisa perversa en su cara para luego desaparecer tras el polarizado de los vidrios, el vehículo se puso en marcha dejando atrás a ambos sujetos y saliendo por la puerta trasera del estacionamiento. El silencio de la noche se vio interrumpido por el estruendo característico de una SIG Sauer P226, ninguno de los vecinos de la zona se inmuto, esos sonidos igual que los de las sirenas policiales, eran comunes en la madrugada. Ya en su apartamento Simons tomo un trago, lo necesitaba, habían sido muchas emociones y una gran tención, reviso la pequeña tarjeta, del bolso de su gabardina, era una impresión negra con letras en blanco que decían: V105-089. Al dar la vuelta a la tarjeta Simons encontró algo similar a un correo electrónico: V105-089@confirm.oni, además de la inscripción: “Estoy en todos lados, mira por tu ventana y me encontraras” Simons se quedo viendo unos instantes hacia la ventana, –no, es paranoia mía, –pensó. Al final la curiosidad lo pudo más, asomo la cabeza por la ventana, se dio cuenta de que había empezado a clarear y la gente comenzaba a salir, pero se quedó atónico cuando allá a lo lejos en la otra esquina observo una figura femenina de ropa negra con un casco, haciendo el típico ademan de enviar un beso en el aire, acto seguido subió a una motocicleta y se fue.
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