CAPÍTULO TRECE Rómulo estaba en el timón de la embarcación, mirando las olas espumosas del mar abierto ante él, agarrando el riel de madera y apretándolo tan fuerte que lo quebró por la mitad. Las astillas volaron alrededor de él e hizo una mueca hacia el mar abierto, maldiciendo a los dioses de la tierra, del viento, del mar —y sobre todo, de la guerra. Maldiciendo su mala suerte. Maldiciendo su derrota, la primera derrota de su vida. Rómulo reprodujo en su cabeza, una y otra vez, lo que había sucedido, cómo todo había salido tan mal. Apenas podía entenderlo. Sentía que hacía unos momentos que había tenido a esa chica, la MacGil, en sus brazos, que estaba cruzando el puente, que había logrado desactivar el Escudo, que había visto a sus hombres entrar en estampida en el Anillo. El Anillo