No me atrevo siquiera a abrir los ojos, solo quiero morir por ser tan débil. Me remuevo entre las sabanas de la habitación que ocupo en el ático de Elliot y solo recordar eso hecho, me hace estremecer. —Eres tan débil, Aria —susurro abriendo los ojos y mirando el techo. Al menos estoy sola en la cama mientras la luz de un nuevo día se filtra por la ventana. Los recuerdos de la noche con Elliot me golpean y me encojo debajo de las sabanas que huelen a sexo. Las pateo enojada conmigo. Ahora te molesta, pero anoche... —Cállate —digo resoplando. Me pongo de pie y me meto al baño donde la bañera ahora está vacía. Me miro al espejo y hago una mueca al ver mi aspecto. Tengo el cabello hecho un nido, chupetones en los pechos, marcas en las caderas y puedo sentirlo aún entre mis piernas.