¿Qué es lo peor que puede pasar?
Bueno, mucho en realidad.
El ramo de rosas en la puerta de mi casa, junto a la caja de una famosa marca de lencería, fue lo menos espeluznante.
Eso sin olvidar que en dos días he recibido propuestas y pedidos de todo tipo.
Envíame una foto de tus pies.
Déjame ver si mi pene cabe entre tus tetas.
Me estremezco de asco.
Mi gracia con Valeria ha atraído a todo tipo de degenerados a mi puerta. Lo peor es la prensa que me acusa de ser una provocadora.
¡Malditos estúpidos!
Eso, sin contar que tengo dos días escondiéndome de mi padre.
Qué patético.
Atravieso el vestíbulo de mi agencia de modelaje y me ajusto las gafas de sol sin hacer contacto visual con nadie.
Soy un maldito desastre.
Subo hasta la oficina de Teo, mi agente y cuando su asistente me ve me mira como si fuera mejor que yo.
—Teo te espera, Aria —dice la mujer.
Me bajo las gafas y la barro de arriba a abajo a conciencia por su sonrisa burlona. Esta se remueve incómoda y se aleja.
Cuando abro la puerta, Teo me estaba esperando.
—Aria, querida —dice con una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Hola, Teo. Lamento la demora. Ya sabes cómo es el tráfico neoyorquino.
—Si lo sabré yo.
Teo es un hombre bajo y delgado, de cabello y ojos oscuros. Nunca ha dicho su edad. Él dice que no llega a cuarenta, pero el bótox en su rostro me dice lo contrario.
—Siéntate, querida. Tenemos que hablar.
—Lo sé —espetó haciendo lo que me dice —supongo que estás enterado de mi desafortunado suceso.
Asiente.
—Todo se sabe en esta industria —abre los brazos.
—Prometo poner todo de mi parte y acabar con él. —Digo con convicción— Mi trabajo va a hablar por mí.
Suspira y se remueve incomodo.
—Cielito, hay un pequeño inconveniente —espeta —Las marcas que querían trabajar contigo me han llamado y me han pedido que te cambiemos por alguien más— anuncia —dicen que no quieren estar envueltos en tu escándalo.
—¡Eso es absurdo, Teo! — digo con incredulidad —Soy tu mejor modelo— no es arrogancia. —Soy la que más factura en el año.
—Lo sé, cielito, pero ya sabes —se encoge de hombros —Negocio son negocios.
—Es una mierda —me pongo de pie —Diles que soy la mejor.
—Perdón que te lo diga— titubea —pero ahora mismo, tu imagen devaluaría una marca.
¡Hijo de puta!
—Eso es una mierda— tomo mi bolso —¿Sabes qué? Quédate con tus modelos insípidas y cuando esto termine, porque va a terminar —espeto —Vas a llamarme y vas a tener que besarme el trasero.
Sin más y como una hidra salgo de su oficina.
¡Maldito calzonazos!
Salgo del edificio y cuando llego a la calle me dirijo a la camioneta ignorando los flashes de las cámaras de algunos sin oficio. Estoy por llegar cuando un hombre se me acerca.
—La puta Hamilton necesita un hombre— dice con una risa espeluznante.
Lo fulmino con la mirada y consciente de las cámaras lo ignoro, pero él me sigue y el pánico se apodera de mí.
Miro a mi chofer que está en su móvil y resoplo.
—Venga zorrita, tengo lo que necesitas.
—Vete al carajo —siseo y continuo.
Cuando mi conductor levanta la vista y ve mi cara de pánico se adelanta y abre la puerta haciendo que el hombre retroceda.
Salto dentro y cuando el conducto sube, me mira a través del espejo retrovisor.
—Su padre me ha ordenado que la lleve a su oficina.
No hay más escapatoria.
Ya puedo ver el epitafio de mi tumba.
¡Estoy perdida!
No deseo escuchar el sermón de mi padre. No en este momento en que siento como todos mis planes se están yendo por el caño. Un maldito error y estoy siendo execrada de mi trabajo.
La camioneta se detiene fuera del edificio del partido respiro profundo y bajo con la frente en alto.
Cuando entro, todos me ve de diferente manera. Con curiosidad, reproche, interés y diversión. Es como si el mar rojo se abriera mientras avanzo hasta la oficina de mi padre.
Abro la puerta y me encuentro con el imponente e intransigente Andrew Hamilton. Como es costumbre. Viste uno de sus elegantes trajes a medida, es alto y delgado. Su cabello castaño ya está encanecido. Sus ojos azules me atraviesan cuando me ve.
—Hola, papá —me mantengo de pie en medio de la oficina.
—¿Puedes decirme en que carajos pensabas? — Aquí vamos— No. Me retracto, no pensaste —chasquea sus labios— Nunca piensas.
Me muerdo la lengua y aprieto mis manos.
—Soy una mujer adulta e independiente —digo al tiempo que la puerta se abre y una sombra se cierne sobre mí.
—Te lo dije, papá. Es una egoísta que solo piensa y ve por ella… es igual a su madre.
Fulmino con la mirada a mi hermano mayor. Este es del primer matrimonio de mi progenitor. Eric Hamilton es unos quince años mayor que yo. Nunca hemos sido cercanos.
Es un imbécil en toda la extensión de la palabra.
—Dime, Eric, ¿Quieres que te meta mi tacón en el trasero?
—¡Aria! —Me sobresalto ante el golpe de papá sobre la mesa. —Compórtate a la altura de esta familia o me veré en la obligación
—¿De qué? —lo corto —¿A qué te verás obligado? Hasta donde sé, yo no vivo de tu dinero —miro de soslayo a Eric que me mira con desprecio. —Sí, la cagué y me hago responsable —titubeo un poco —Si quieres meter tu mano y aplacar el escándalo sería todo un detalle.
Es pedirle peras al olmo. Pero, ¿Ya qué?
—No pienso seguir embarrándome por tu insensatez—réplica en tono frío, enderezándose— Estoy lidiando con todo para que tu hermano no se vea afectado. Eric ha trabajado por años para ascender en esta ciudad.
Resoplo.
—¿No me digas?
—Papá está pensando en lanzarse a las primarias para las presidenciales el año que viene y lo estás poniendo en riesgo con tus malditas niñerías.
—¿Eso es todo? —inquiero con la cabeza en alto y me trago el nudo de emociones que estos me provocan.
—No. Te vas a quedar sin tu seguridad.
Se refiere al chofer. Bueno, puedo decirle que con él me siento segura con todo lo que está pasando, pero sé que no valdría nada. Así que asiento.
—En primer lugar, no te lo pedí —trago —Ahora, si ya es todo lo que tienen para decirme, Debo irme. Tengo trabajo que hacer.
Sé que es una mentira. Porque ahora mismo no tengo nada.
¡Maldito tequila!
—No más escándalos, Aria —me señala mi padre —Por tu bien y el de tu familia. —quiero reír con amargura cuando dice familia.
Somos un maldito fraude que posa en eventos con sonrisas y a puertas cerradas miradas de odio.
—Adiós, papá —mi tono es frío y salgo sin siquiera darle otra mirada a Eric.
Una vez afuera todos retoman su actividad como si no estuvieran al pendiente de los gritos de mi padre. Al llegar a la acera, mi conductor ha desaparecido y me fundo en mis gafas antes de buscar un taxi e ignorar a algunos fotógrafos que me siguen.
¿No tienen una vida propia que llevar?
Consigo un taxi y mientras voy de camino le escribo a Valeria
Esto es una mierda. Me he quedado sin trabajo y sin chofer.
Segundos después llega la respuesta.
¡¿Qué?! Maldita sea Teo y tu padre. Lo siento mucho, de verdad Aria. Me siento una mierda.
Ambas lo hicimos. He recordado algo de esa noche. Ella envió el Tuit, pero yo le dicté que poner.
El taxi se detiene en mi calle y le indico dónde aparcar. p**o y bajo sin más, sintiéndome frustrada y que todo me está saliendo mal. Estoy subiendo las escaleras hacia mi puerta principal cuando un hombre algo desgarbado me corta el paso.
—¿Qué coño?
Está en medio de mis escaleras y me da una mirada viciosa.
—Retírese o llamaré a la policía para que lo detengan por hostigamiento.
—Ahora te la das de reina, cuando andas pidiendo pollas —su risa es carente de humor.
—Lárguese de aquí —repito cabreada.
—Perra, apretada —dice con burla antes de bajar.
Me pegó al escalón y este pasa.
—¿Qué les pasa a las personas? — gruño.
Nueva York está lleno de locos.
Rápidamente, hago un escaneo en mi entrada y no veo nada raro. Así que abro la puerta y cierro pasando los seguros.
Dejo mis cosas en la mesa de la entrada y cuando llegó al salón, el timbre suena.
Me sobresalto Porque temo que sea el enfermo de hace unos minutos. Miro alrededor y tomo el atizador de mi chimenea antes de ir a la puerta. Meto la mano en mi bolso y tomo el espray de pimienta.
—¿Quién?
No responden.
—¡Estoy llamando a la policía! —grito.
El toque es insistente y cabreada de todos y la mañana de mierda que he tenido hoy, abro dispuesto a meterle por la garganta el atizador a quien sea.
Lo hago de un golpe y el arma queda suspendida en el aire al ver quién está en mi puerta.
No es el desubicado.
Es peor que eso. Es la última persona que quiero ver en mi puta vida.
Sus ojos oscuros me miran con seriedad. Su cabello n***o está cortado, viste un traje a medida de tres piezas.
Su postura es recta y desborda arrogancia.
Sigue siendo el mismo cabrón de siempre.
—¿Qué demonios haces en mi casa?
Elliot Stanton.
El idiota que me dejó y rompió el corazón cinco años atrás. Un buen día dijo que estaba cansado de mí y mis problemas.
No soy un maldito problema.
—Parece que no te da gusto verme.
Lo miro con desprecio, pero no respondo.
Se lleva las manos a la hebilla de sus pantalones.
—A ver, ¿Quieres que te la muestre o aún la recuerdas? —Maldito bastardo.
—¡Vete a la mierda! —Intento cerrar la puerta, pero mete el pie. —Lárgate.
—Vamos, Aria. Digamos que tengo un trato que no puedes rechazar.
Resoplo.
—De ti no hay nada que yo quiera—. Gruño empujando la puerta, pero es inútil.
—Ni siquiera, saber que puedo ayudarte a poner las manos sobre tu fideicomiso.
Me congelo y dejo de empujar.
Lo fulmino con la mirada y este sonríe con suficiencia
—Ahora si tengo tu atención, ¿No?