—Como un estrella me has guiado e inspirado desde que volví a casa, temeroso de que en cualquier momento sentiría el cuchillo de Gervais clavado en mi espalda. Charisa le echó los brazos al cuello. —No me asustes, Querido —suplicó—. Casi no puedo creer que no exista otro Primo malvado que trate de apoderarse de tu título y tus propiedades. —Hay una forma en que puedes asegurarte de que no tenga yo enemigos de ese tipo. —¿Cómo puedo hacer eso? —Dándome un hijo. —¡Por supuesto! ¿Por qué no habría yo pensando en eso? — preguntó Charisa, inocentemente. Y su voz se hizo muy suave al agregar: —El Priorato debe llenarse de niños. ¿Recuerdas lo felices que éramos nosotros? Vincent no contestó. Se limitó a besarla de forma apasionada, exigente, y Charisa comprendió que se había emocionado