XIX-2

1998 Words

Con este consejo dio un beso en la mejilla arrebolada de su hija y subió lentamente al cuarto de su esposa, donde ésta yacía pálida y abatida sobre la almohada, confortándose con el aspecto de su nuevo sombrero, que Miggs, como medio para calmar sus turbados sentidos, desplegaba en el borde de la cama del modo más favorable posible. —Aquí está el amo, señora —dijo Miggs—. Oh, ¡qué alegría produce ver a dos esposos reconciliándose! ¡Parece imposible que puedan reñir nunca! Mientras enunciaba enérgicamente estas exclamaciones, que fueron pronunciadas como una apelación a los cielos en general, Miggs se encasquetó el sombrero de su señora, cruzó las manos y rompió en amargo llanto. —No puedo contener las lágrimas —exclamó Miggs—, no podría aunque me anegase en ellas. ¡Es mi señora tan clem

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