Nunca se había sentido tan invadida, la estremeció su contacto invasivo, el, como su lengua se funcionó con la de ella, para hacer unos malabares deliciosos. El Toro era tan dulce, bravo. Empezó a derretirse en su juego perverso. Más cuando el tocó sus pechos.
—¡Ahh!.—Susurro con una dosis caliente de deseo. Apenas esté libero sus labios para besar su cuello. Se estaba deshaciendo en ese tormento.—Señor Taurus, perdóneme. —Por fin las palabras salieron, sin embargo, el no hizo caso.
Estaba perdida, tampoco sentía el ascensor elevarse. Solo la determinación de su rostro duro, al verla con lujuria.
Cuando intento volver a hablar, la silencio, atrapando nuevamente su boca, hizo un camino de besos hasta su cuello; hasta sus pechos cubiertos. No entendía porqué temblaba tanto, se sentía tan dispuesta a dejar que la explorará. Su cuerpo no ponía resistencia. Quedó estática ante esa exploración.
La tela de la delicada blusa, hizo un sonido perenne, cuando esté la rasgo.
Se dejó vencer. El volvió a besarla. Fijar su visión en sus jadeos, en la agitación de su pecho.
Sus manos enguantadas decidieron volverla más vulnerable, sujeto el broche delantero de su sostén y lo abrió. Se tapo con rapidez, cuando el frío del ascensor más la excitación, endurecieron sus pezones.
—Ya basta señor Taurus. Esto no es correcto.—Se lamió los labios temblorosos, su contacto había movido sus fibras más sensibles.— Haremos de cuenta que esto nunca pasó. Date la vuelta, para sujetar mi sostén y ponerme un suéter.
—¡No!, te sugiero bajar las manos, Rosita. Quiero ver tus tetas. —Ese hombre estaba loco, ni hablar de la forma que empezaba a expresarse. Tan vulgar.—¡Obedece!. No saldremos de este ascensor hasta verlas.
—No lo haré. —Lo miro con un gesto desafiante.
—Pues tendré que despedir a tu madre y a ti de paso. ¿Qué opinas?.—No podía hacerle eso a su madre, por querer ayudar a ese animal ahora estaba en esa situación incómoda.—Anda, déjame ver.
Dejo caer sus brazos, intento no mirarlo. Cerro los ojos. En definitiva su único interés no era mirar.
Un fuego liquido bajo por su sexo, cuando el toro Recio, engulló sus pezones.
—¡Ay!, no señor.—Arqueo la espalda, una contradicción ridícula con sus palabras de desaprobación.—¡Uhhh!.—Su lengua húmeda y experta toqueteo sus pezones. Por instinto primitivo de su cuerpo acaricio el rostro del señor toro.
—Tienes unas teticas muy hermosas rosita. —Las volvió a lamer. Hasta que sintió que se aparto con una mueca perturbadora en su rostro.
—Ponte el suéter. Ya termino tu castigo.—Temblaba, bajo la vista pervertida de su jefe. Sintió tanta vergüenza por su respuesta. Cuando encontro algo de valor, se abrochó el sostén y recogió la prenda para luego ponérsela.
El mayor golpe para su autoestima fue ver cómo dió la espalda, tocó el botón del ascensor, al instante empezó a elevarse. Su labor fue acomodarse el pelo, de reojo lo miraba, mientras maniobra la acción de arreglar su desorden corporal. El se mantenía firme, como si nada hubiera pasado.
Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, los fuertes pasos de su jefe retumbaron. Ella lo siguió con algo de timidez. Paró a mitad de camino con la esperanza de que el se alejara más.
Sus esperanzas fueron noqueadas cuando esté paró frente a su oficina, dió un giro de 180° para noquearla con su perturbador ver.
—Avanza Rosita, necesito mí café.—Con notable nerviosismo agilizó los pasos, hasta estar cerca del. Su olor volvió a invadirla, enfocó sus labios, ahora se veía duros, pero cuando beso sus labios y sus pechos, fueron antítesis de esa forma macabra de gesticular. En el episodio del ascensor le mostró las cosas tan deliciosa que puede hacer.—¿¡Qué te pasa niña!?. Muevete, necesito mi café.
Se lo paso sin contestarle, la magia estaba marchita, ese ogro estaba de vuelta en todas sus formas.
—Tambien le traje el almuerzo. —Termino diciéndole sin mirarlo a la cara.
—Perfecto. Ya ve a tu sitio de trabajo.—La escaneo de arriba abajo. Su piel se engranojo. —Pórtate bien Rosita.
Taurus Recio desapareció detrás de la puerta, sus ojos se quedaron unos instantes frizados, en esta, hasta despabilarse y volver a recobrar un poco de su sentido común.
—¿Cómo pudo haber pasado esto, Mía?.—Hablo sola o más bien asi misma, en método reflexivo.
Le hubiera encantado, tener una oficina privada, no ese cristal de muñeca, todo el que pasaba con destino a la presidencia podía verla. Ahora deseaba intimidad, para hablar a solas en voz alta. Sin miedo a que la puedan ver y piensen que está loca.
El resto de la mañana hubo calma, el Toro Recio no se comunicó con ella, tampoco salió de su oficina, incluso pudo dejar su puesto unos minutos para acomodarse la parte superior de su vestuario. Se quitó la blusa rota. Tal pareciera que la hubiera destrozado un animal salvaje. Sin ella debajo, dandole una forma extraña a su silueta, se veia mejor.
Modelo un poco frente al espejo, seguido se dispuso a salir, mientras texteaba con su amiga Patricia. Incluso sintió deseos de contarle lo sucedido pero eso era muy delicado, ni su madre podía enterarse de lo sucedido.
Mejor hacer de cuenta que nada había pasado, simular un poco de amnesia para poder pedirle un favor a su jefe. Necesitaba con urgencia dinero.
Trago en seco cuando vió a la gerente de finanzas salir del despacho del toro. Se veía triste, muy diferente a su eufórica respuesta entre los brazos de su jefe en la mañana. Su infidelidad fue tapada por ella y según su jefe las caricias fueron parte del castigo.
Está le pasó por el lado, estaba llorando. La vió con desconcierto, más no hablo y siguió su rumbo.
Apenas entraba a su oficina el sonido del teléfono le provocó un sobresalto.
¡Riiin, riiin!, ¡riiin, riiin!.
—Buenos días. Taurus Corporation a sus órdenes. ¿En qué podemos servirle?
—Deja la presentación estúpida, Rosita.—Su voz tenía un matiz violento.—¡Ven a mí oficina, ahora mismo!.—Colgó sin dejarla responder. Hombre tan prepotente y mal educado.
Cuando entro a la oficina, simuló compostura. El la estaba esperando con la vista al frente.
—A sus ordenes señor. —Desvío la mirada, le era imposible no arder con solo verlo a los ojos.
—¿Dónde demonios estabas?.—Cuando lo vió levantarse, retrocedió unos pasos.
—En el tocador, necesitaba deshacerme de mí blusa. Una bestia me la destrozó.—Fue atrevida y directa, pero el se lo había buscado. No le gustaba su actitud hacia ella.
—Vaya, resulta que Rosita tiene carácter y un sarcasmo bastante respetable.—Esa oscuridad envolvente que circulaba alrededor de el ya no le causaba tanto espanto. Era excitante. Eso mismo, su miedo era el deseo que estaba despertando.
—Mi nombre es Mía. Señor Recio.
—Te llamo como me de la gana. Otra cosa, no vuelvas a dejar tu puesto sin avisarme. No me gusta que nadie entre a mi oficina sin mi autorización. A menos que sea Osman. ¿Entendido?
—Entiendo, no volverá a pasar, procuraré avisarle de ante mano. —Respiro profundo antes de insinuar algo más delicado.—Incluso si son sus amantes.
—Eso te incluiría también, a tí.—Se congelo, al escuchar su respuesta.
—No soy amante de nadie, señor. No le permitiré esa ofensa. Puede cambiarme el nombre, ser agresivo, quisquilloso, maleducado, déspota. ¡No me importa!.—El se empezó a acercar, con cara de pocos amigos. —No soy amante de nadie.
—¿Cómo le llamas a tu provocación de una hora atrás?. Actuaste como una regalada Rosita. Caliente, implorando que te coja.—Ese hombre era despreciable.
—Lo bese para evitar que el esposo de la señora Danna viera que ustedes se burlan de él. Así que no sea mentiroso y agradezca mi noble favor.
—No pedí tu ayuda. ¡Maldición!.—Al parecer ella no había actuado bien.—Esa mujer me importa Rosita. Tenemos una conexión especial, algo que nunca experimentarás en tu existencia ordinaria.—Eso le dolió, más ella que vivía en carne vivía los embates de un amor platónico.
—Entiendo que usted esté enamorado de una mujer prohibida y lo respeto. Siempre he respetado el amor. Se lo que es amar.
—Eres muy joven para haberlo sentido.
—No creo, el amor no tiene edad señor Recio. El ser más adulto que yo, no lo hace, un mejor conocedor de los sentimientos.—Sus palabras salieron con habitual calma.—No me subestime.
—No soy tan miserable para reírme de tu sinceridad, a pesar de considerarla patética.—Su voz pesada la aplastó, apenas fue consciente de lo que saldría a continuación de sus labios
—Usted al parecer, tiene miedo a exponer todo lo bueno que puede llegar a ser y no lo culpo, por blindarse. Todos tenemos miedo a querer tanto algo y que se desvanezca con un chasquido.
—¿Cómo qué Rosita?, termina de ilustrarme con tu racionalidad rosa.
—Un ejemplo; yo tengo temor a concretar un amor, incluso casarme y que la muerte interrumpa nuestra unión.—Su semblante cambio, retrocedió varios pasos. Incluso noto que este trago en seco.
—Largo de aquí.—Se puso rojo, no precisamente de la furia, había una chispa de melancolía en sus pupilas.
—Señor Recio.
—¡Maldición, lárgate! —Al verlo patear un sillón, corrió hacia la salida.
No entendía cuál había sido su error. Se mantuvo pegada a la puerta de la presidencia. Tratando de recuperarse de ese sobresalto. Por un instante, canalizo una energía cercana, como si el estuviera al otro lado, intentado recuperar el aliento.