Adrián
Había pasado toda la mañana en el juzgado, y para el mediodía, ya estaba agotado. Estos últimos días habían sido especialmente intensos, con un caso demasiado grande que nos tenía a todos corriendo de un lado a otro. Cada hora parecía multiplicarse, y cada minuto se deslizaba entre mis dedos como arena, dejándome con poco tiempo para nada más.
Lo que más me pesaba, sin embargo, era que durante estos días no había podido pasar mucho tiempo con Leía. El ajetreo y la presión me habían mantenido atrapado en un torbellino de trabajo, y lo peor de todo era que, a pesar de la cercanía, solo habíamos compartido roces furtivos de manos y besos robados en la oficina.
Eso me estaba volviendo loco.
En el último mes, desde que esto entre nosotros comenzó, cada noche se había convertido en un intercambio entre su apartamento y el mío, un juego de ir y venir, de estar con ella hasta que el sueño nos venciera. Tres días sin dormir a su lado, sin compartir el mismo espacio, me habían dejado con un vacío que no sabía que podía sentir.
Me hacía falta de una manera que nunca imaginé posible.
Leía era, sin lugar a dudas, la mujer más increíble que había conocido en mi vida. Era pura luz, esa luz que se filtraba entre las grietas de la oscuridad que yo había arrastrado conmigo durante tanto tiempo. Pero, también, era un misterio, algo que me moría por desentrañar.
Ella me dejaba entrar en su vida, me hacía partícipe de su mundo, pero nunca me mostraba la totalidad de sí misma. Siempre había algo más, algo que se escapaba entre las palabras no dichas y los gestos discretos.
No tenía problema con eso, al contrario. Sabía que tenía todo el tiempo del mundo para esperar, para ganarme su confianza. Para que, algún día, me contara su historia completa, esa que solo me dejaba ver en fragmentos, como si se negara a mostrarme todo lo que había detrás de su mirada intensa y su sonrisa reservada.
Miré la hora, y algo en mí se alivió al ver que el reloj marcaba el momento perfecto para almorzar. Había rechazado una invitación de un grupo de jueces y fiscales del juzgado, lo que me dio una excusa perfecta para escapar. Volvería a la oficina, pero no era para continuar con el trabajo. No.
Tenía algo mucho más importante en mente.
Hoy, al menos, quería tener un momento a solas con Leía. Quería robarle tiempo, aunque fuera solo para un almuerzo, sin agendas ni distracciones, sin el peso de los casos colgando sobre nosotros. Un rato para disfrutar de su compañía, para sentir esa energía que solo ella me daba.
Para poder mirarla a los ojos sin la prisa de la vida cotidiana entre nosotros.
Me sentí aliviado al pensar que al menos podía controlar esto, aunque fuera por un par de horas. Con ella, todo parecía más sencillo, más claro. Por un instante, no me importaba nada más, solo quería ver cómo reaccionaba cuando le pidiera que almorzara conmigo, cómo se iluminaba su rostro al saber que, por un rato, las obligaciones se quedarían fuera de la puerta.
En cuanto puse un pie en la oficina, la vi.
Allí estaba, sentada en su escritorio, con la cabeza inclinada mientras tecleaba algo en su computador. Su concentración era tan intensa que parecía ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.
Era esa misma cualidad, esa capacidad para sumergirse por completo en lo que hacía, lo que me fascinaba de ella.
Pero lo que realmente me atrapó fue verla así, tan natural, tan suya. La luz del mediodía se filtraba por las ventanas, iluminándola de una forma que hacía que todo lo demás desapareciera.
Era hermosa.
Caminé hacia ella, mis pasos firmes pero silenciosos, como si el momento mereciera cierta solemnidad. Me detuve frente a su escritorio, y entonces levantó la mirada.
Esos ojos grises metálicos.
Siempre me dejaban sin palabras. Había algo en ellos, una intensidad casi hipnótica que parecía atravesarme cada vez que me miraba. En ese instante, vi cómo se iluminaban, resplandeciendo con una mezcla de sorpresa y algo más que no lograba descifrar del todo, pero que hacía que mi pecho se apretara de una forma extraña y adictiva.
Leía tenía una mirada perfecta.
Sublime.
Hipnótica.
Y completamente mía, al menos por ahora.
―Señor Warner― dijo, su voz suave pero firme, mientras mantenía sus ojos fijos en los míos―. Pensé que volvería después del almuerzo.
Había algo en su tono, una mezcla de formalidad y familiaridad que siempre me hacía sonreír. Me incliné ligeramente hacia adelante, no lo suficiente como para que pudiera malinterpretarse, pero sí lo bastante cerca para respirar ese aroma tan suyo. Un toque de rosas, fresco y dulce, que se quedaba conmigo mucho después de que ella se fuera.
―Vine por ti― murmuré, bajando la voz lo suficiente como para que mis palabras fueran un susurro privado entre nosotros―. Toma tu bolso, iremos a almorzar juntos.
Ella parpadeó, sorprendida, y una sonrisa comenzó a curvar sus labios. Era pequeña al principio, casi tímida, pero pronto se transformó en algo más grande, algo que parecía iluminar toda la habitación.
Esa sonrisa hizo algo en mi pecho, algo que no podía describir pero que sabía que solo ella podía provocar.
― ¿En serio? ― preguntó, con un tono que mezclaba incredulidad y entusiasmo.
―Muy en serio― respondí, con una sonrisa que sabía que no podía contener―. Vamos.
Apagó el computador y tomó su bolso sin más preguntas, levantándose con la misma gracia que hacía todo. Mientras caminaba a mi lado hacia el ascensor, sentí una extraña mezcla de orgullo y satisfacción. Solo había sido un almuerzo, un gesto simple, pero el hecho de que ella estuviera conmigo hacía que todo pareciera significativo.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron, el mundo se redujo a nosotros dos. El aire entre nosotros se tensó al instante, cargado de una energía que había estado burbujeando desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron en su escritorio.
No lo pensé dos veces. En el instante en que estuvimos lejos de las miradas ajenas, me incliné hacia ella, y mis labios reclamaron los suyos con la urgencia de alguien que había estado conteniendo la respiración por demasiado tiempo. Su suavidad, su calidez, todo lo que era ella, me golpeó con demasiada fuerza, como una corriente eléctrica que me recorrió de pies a cabeza.
Leía respondió al beso con la misma intensidad, como si también hubiera estado esperando este momento tanto como yo. Mis manos se movieron instintivamente, posándose en su cintura, mientras la acercaba un poco más hacia mí.
―Sabía que esto me hacía falta― murmuré contra sus labios, sin romper del todo el contacto.
Ella sonrió, y pude sentirlo incluso antes de verla.
―Entonces no deberías hacerme esperar tanto― susurró, sus palabras mezcladas con una risa suave que me hizo sentir como si el mundo entero se quedara en pausa por un momento.
Y por primera vez en días, sentí que podía respirar.
Elegí un restaurante pequeño, uno de mis favoritos, conocido no solo por su excelente comida, sino por la privacidad que brindaba. Era el tipo de lugar donde las conversaciones se mantenían entre quienes compartían la mesa, lejos del bullicio y las miradas curiosas.
La tranquilidad era justo lo que necesitábamos.
Estaba cerca de la oficina, lo cual era una ventaja considerando lo poco que habíamos podido vernos estos días. Al llegar, la camarera nos condujo a una mesa algo apartada, en un rincón donde la luz tenue del lugar creaba un ambiente acogedor. Lo agradecí. Necesitaba este momento a solas con ella.
Leía se quitó el abrigo con elegancia y tomó asiento frente a mí, mirando alrededor con curiosidad.
―El lugar es hermoso― dijo mientras recorría con la mirada los detalles, las paredes decoradas con obras de arte abstracto, las lámparas colgantes que proyectaban sombras suaves y las mesas vestidas con manteles de lino impecables.
―Lo es― asentí, aunque no miraba el lugar. No podía dejar de mirarla a ella.
Estaba preciosa, como siempre, pero había algo en la forma en que sus ojos brillaban bajo la luz tenue que hacía que el resto del mundo desapareciera. Cuando nuestros ojos se encontraron, sus mejillas se tiñeron de un sonrojo suave, y bajó la mirada con una sonrisa tímida.
Adoraba ese efecto en ella.
Era fascinante cómo podía combinar la fuerza y la vulnerabilidad de una manera que me desarmaba por completo. Su timidez no era inseguridad, era genuina, y eso solo hacía que me sintiera más atraído hacia ella.
La camarera regresó poco después con nuestros pedidos. Salmón con vegetales para mí, y un risotto con hongos para ella. El aroma de los platos llenó el pequeño espacio entre nosotros, cálido y reconfortante.
―Esto huele increíble― comentó Leía, levantando su tenedor con delicadeza.
―Definitivamente, si― respondí, sonriendo.
Comenzamos a comer en un silencio cómodo, el tipo de pausa que no necesitaba ser llenada porque ambos estábamos disfrutando del momento. Pero, inevitablemente, mi mirada seguía volviendo a ella. La forma en que su cabello caía sobre sus hombros, el pequeño movimiento de su boca al probar el risotto, la manera en que sus ojos se iluminaban con cada bocado.
― ¿Qué? ― preguntó de repente, dejando su tenedor en el plato y mirándome con una mezcla de curiosidad y diversión.
―Nada― respondí, aunque mi sonrisa me traicionaba―. Solo… me gusta verte disfrutar.
Su rubor volvió, más intenso esta vez, y bajó la mirada mientras jugaba con el borde de su servilleta.
―Deberías comer, no puedes pasar toda la comida mirándome― dijo, su tono lleno de un nerviosismo encantador.
―No puedo prometer eso― repliqué, y ella soltó una risa suave que me hizo sentir como si todo estuviera en su lugar, aunque fuera solo por un instante.
Hablamos de cosas simples mientras comíamos, anécdotas de la oficina, detalles de su día, pequeños comentarios sobre el sabor de los platos. Pero detrás de cada palabra, había algo más, algo tácito que ambos sabíamos pero que ninguno se atrevía a mencionar, la conexión que crecía entre nosotros, una que se sentía tan natural como respirar.
Cuando la comida terminó, me incliné ligeramente hacia adelante, apoyando mis codos en la mesa, incapaz de resistir la tentación de estar un poco más cerca de ella.
―Gracias por aceptar venir conmigo― dije, mi voz más baja, más íntima.
Ella me miró, su sonrisa suave pero llena de algo que no lograba descifrar del todo.
―Gracias por invitarme― sus ojos brillaron con una mezcla de timidez y algo más profundo―. Esto es justo lo que necesitaba hoy.
Yo también.
No lo dije en voz alta, pero lo sentí con cada fibra de mi ser. Este momento, este espacio con ella, era exactamente lo que necesitaba para recordar por qué todo lo demás valía la pena.
Cuando terminamos, insistí en pagar, a pesar de las quejas de Leía de dividir la cuenta. Ella siempre tenía esa necesidad de demostrar su independencia, y yo admiraba eso de ella, pero este no era un debate que estuviera dispuesto a perder.
―Ni lo pienses― le dije mientras sacaba mi tarjeta. Ella rodó los ojos, pero la sonrisa en sus labios me decía que, en el fondo, no estaba tan molesta como fingía.
―Un día te ganaré esta batalla― murmuró mientras guardaba su bolso.
―Sigue soñando― respondí con una sonrisa triunfal.
Cuando nos levantamos para salir, la conversación fluyó con naturalidad. Me hablaba de algo que había pasado hoy en la oficina, una anécdota que la hacía reír a carcajadas mientras caminábamos hacia la puerta. Era hermoso verla así, tan despreocupada, tan llena de vida.
Abrí la puerta para cederle el paso, un gesto automático, pero en cuanto cruzamos el umbral y salimos al aire libre, algo cambió.
Su sonrisa desapareció, como si alguien hubiera apagado un interruptor. Su cuerpo, que momentos antes parecía relajado y ligero, se tensó al instante. Sus pasos vacilaron, y su expresión perdió todo rastro de color.
―Leía, querida― dijo una voz femenina, suave, pero con un tono que emanaba autoridad.
Levanté la mirada y vi a una mujer mayor, de porte elegante, con un abrigo perfectamente ajustado y un cabello recogido impecable. A su lado, un hombre de su misma edad, vestido con un traje caro que gritaba opulencia, la observaba con igual intensidad.
―No hemos sabido nada de ti desde que Logan se fue― añadió la mujer, sus palabras cuidadosamente medidas.
Logan.
El nombre cayó como una bomba entre nosotros. Vi cómo el rostro de Leía se descomponía al instante, su piel ya pálida tornándose casi translúcida. Sus puños se cerraron con fuerza, sus nudillos blanqueándose por la presión, y su cuerpo que pareció anclarse al suelo.
¿Quién carajos era Logan?
La pregunta me quemaba, pero lo que más me preocupaba era la reacción de Leía. El brillo en sus ojos había desaparecido, reemplazado por una mirada distante, casi vacía. Era como si esa palabra, ese nombre, hubiera desencadenado algo que la paralizaba por completo.
No dijo nada.
La pareja frente a nosotros la observaba expectante, esperando una respuesta que nunca llegó. El silencio se hizo pesado, incómodo, y cada segundo que pasaba aumentaba la tensión.
Yo no sabía qué estaba pasando, pero una cosa era clara, ella no podía manejar esta situación.
No ahora.
―Lo siento, estamos apurados― intervine, mi tono cortés pero firme.
Tomé suavemente a Leía por el brazo, guiándola lejos de ellos antes de que pudieran reaccionar. Podía sentir la rigidez en su cuerpo mientras caminábamos, como si estuviera conteniendo algo que amenazaba con romperla desde dentro.
La pareja no dijo nada más, y aunque sentí sus miradas sobre nosotros, no me detuve hasta que llegamos al auto. Abrí la puerta del pasajero para ella, y esperé a que se sentara antes de cerrar con cuidado. Luego rodeé el vehículo y me acomodé en el asiento del conductor, tomando un momento para respirar antes de encender el motor.
El silencio dentro del auto era aún más abrumador que el que habíamos dejado atrás. Miré a Leía de reojo; estaba mirando hacia el frente, sus manos apretadas sobre su regazo, la mirada fija en algún punto indefinido.
―Leía… ― murmuré, mi voz más suave de lo que esperaba―. ¿Quieres hablar de lo que acaba de pasar?
Ella no respondió al principio, pero noté cómo sus hombros temblaron ligeramente. Después de un largo momento, negó con la cabeza, apenas un movimiento, como si incluso eso requiriera un esfuerzo monumental.
No iba a presionarla.
No ahora. Pero sabía que esto no podía quedar así.
Puse el auto en marcha, dejando que el suave ronroneo del motor llenara el espacio entre nosotros. Conduciríamos en silencio, al menos por ahora. Pero en mi mente, el nombre de Logan, seguía girando como un eco, acompañado por las imágenes del rostro desencajado de Leía y la pareja que había pronunciado esas palabras.
No sabía quién era ese hombre ni qué significaba para ella, pero algo me quedaba claro, quien quiera que fuera a ella la afectaba demasiado y sea lo que haya pasado, eso no había terminado.