Muchas veces el éxito no nos asegura una vida feliz, estaba recién graduada en literatura inglesa. Trabajaba con la editorial más famosa de todo estados unidos, era escritora y redactora, ¿Qué más le podía pedir a la vida? Había cumplido mi sueño a mis cortos veintiún años, vivía en un bonito lugar, estaba terminando mi primer libro que pintaba ser todo un éxito y pasaba mis días entre café y libros. La vida que todo estudiante de literatura y escritor quisiera tener. Al principio fui feliz, amaba mi vida. Me sentía afortunada de ser quien era, mi padre vivía orgulloso de mí y ni hablar de mi madre, que a pesar de ambos estar divorciados, seguían en contacto. Era su única hija, claro que mi padre con su nueva esposa tenía dos hijos más, pero no lograba mantener una buena relación con ellos.
Al poco tiempo de mi salto al éxito, murió el ser que más amaba en todo el mundo. Mi tía Charlotte, fue como una madre para mí. Me crio por mucho tiempo mientras mis padres trabajaban y era una niña indefensa, vivimos muchas aventuras y cosas magnificas, pero todo eso era historia. Sin duda alguna fue el golpe más duro que jamás había sentido. Me devastó totalmente mi vida, estaba teniendo el peor año, no lograba concentrarme y estaba experimentado el tan conocido “bloqueo de autor” no conseguía darle final a mi libro que estaba próximo a ser publicado. No podía ni siquiera encender el ordenador y leer una línea porque ya estaba sumida en mis pensamientos y llorando mi perdida. Mi mente aceptaba que se había ido para siempre, pero mi corazón se rehusaba a aceptarlo. ¿Cómo le hacía entender?
Luego de independizarme a mis dieciocho años, ella vino a vivir conmigo a New York. Estudiaba en las mañanas y mis tardes pasaba con ella, hacíamos alguna cosa juntas, como mirar una película o las series que tanto les gustaban en Netflix, si no cocinábamos algo u horneábamos galletas o pasteles. Era tan dulce y comprensiva, estuvo conmigo en mi primer corazón roto, en mi primera mala calificación, en mis graduaciones, en mis bailes, siempre estuvo conmigo. Era mi sol, mi luna y lo más preciado que tenía en la vida. Y ahora que se había ido para siempre, sentía un hueco en mi alma. Mirar su habitación vacía, pero sentir su olor era agobiante.
Recordaba cada desayuno al despertar, cada taza de café hecha por ella solo para verme sonreír. Cada gesto de su parte como el hacerme galletas para que tuviera merienda en las tardes, cuando me visitaba en mi oficina, llevaba pastelillos para todos. A mi jefe le caía tan bien, que dijo que ella podía ir conmigo si quería, todos en el edificio la adoraban, era luz y pureza. ¿Por qué de todas las personas en el mundo tuvo que ser ella? ¿Por qué no pude ser yo? Esas dos preguntas me atocijaban la mente a diario, una tras otra y tras otra. ¿Por que le toco a ella? No podía ser otra señora, otra persona, no. Tuvo que ser mi amada tía, mi persona favorita y mi mas grande amor. Dicen que nunca seremos capaces de superar el dolor de una pérdida, ahora doy fé a ese dicho. No creo soportar vivir sin verla, sin escucharla, sin sentirla, sin saber que cada día que me levanté ella no estará en al cocina colando el café o haciendome comida. Que ya no irá a visitarme en la oficina mientras me lleva pastelillos, que ya no iremos de compras a esa tienda de segunda que tanto le gustaba, que no iremos al cine juntas a burlarnos de esas parejas de hoy en dia, que no iremos al centro comercial y comprar los helados de vainilla que llevamos comiendo juntas desde que tengo memoria, que ya no me regañará por andar descalza, que ya no me alentará en los días que no puedo más, ¿Que será de mí sin ella? No quiero imaginar el desastre que seré sin tener a mi eterna compañía y guía, los días se volverían absurdos con su ausencia. Pero aún peor, se volverían vacíos, grises, sin vida. No podía simplemente vivir sabiendo que el día de la publicación de mi libro, que se suponía que sería el más feliz de toda mi vida, ella no estaría ahí en primera fila diciendome "Lo lograste, como siempre. Estoy orgullosa de ti" ¿Entonces que sentido tenía triunfar? ¿Sí no está ese alguien especial para celebrarlo con nosotros?
Llegar del trabajo cada día y no poder sentarme junto a ella en el sofá a mirar una serie mientras le contaba cómo fue mi día laboral y quejarme del pocotón de trabajo que me daba mi jefe se había vuelto mi rutina favorita, ella me daba aliento y ganas de continuar. Pero ahora que se había ido, no le encontraba sentido a nada.
Me gustaba recordarla por más torturante que fuera, por eso usaba sus prendas de vesitr y sus perfumes. Era masoquista, me dolía, pero me gustaba. ¿Qué clase de dolor era satisfactorio? necesitaba sentirla conmigo siempre, pero no había mayor cosa que me hiciera sentirla presente. Estaba sola sentada en su habitación, creí verla sentada tejiendo en su mecedora. Nuevamente estaba alucinando, sabía que estaba mal imaginarme escenarios de esa magnitud. ¿Pero que hacía si creer verla era mi mayor consuelo? No podía tan siquiera convencerme a mí misma de que ella ya no estaba en este plano, en mi mente ella seguía viva, solo que se había ido de vacaciones con mi madre, volvería en cualquier momento, estaba segura de ello.
Otro día que llegaba a casa y no había nadie para recibirme, tiré mi bolso al suelo, me quité los cansados tacones que usaba para la oficina y me recosté en el sofá donde antes me sentaba con ella. Los recuerdos vinieron a mi mente nuevamente como cada noche, estaba por llorar cuando escuche mi teléfono anunciando una llamada. Lo rebusque en mi cartera y lo saque atendiendo:
—¿Hola?—contesté.
—Hola, Lucy—saludó el asistente de mi jefe, Robert. Quien también estaba enamorado de mí.—, ¿Cómo estás?
—Intentando sobrevivir, ¿Y tú Robert?—pregunté, la verdad no me interesaba pero debía ser cortes.
—Muy bien, gracias por preguntar. Te llamo para notificarte que te despedirán mañana, Lucy. Lo he escuchado en la junta de hoy.
Colgué, esa fue la gota que derramó el vaso. Ahora no solo estaría deprimida y desorientada sino que también despedida, tenía muchas deudas por pagar y ni hablar de las cuotas al banco por mi auto nuevo. ¿Qué mierda haría? La desesperación se apoderó de mí, busqué en el cajón de la cocina unas pastillas que guardaba y saque la botella de vodka del refrigerador, decidida en que la mejor decisión que había tomado era suicidarme. Lo llevaba días pensando y sin duda alguna era el momento. Saque todas las pastillas de su empaque y las coloque al costado de la botella, estaba por metérmelas todas en la boca cuando otra llamada me sacó de mi estado de shock. Divise en la pantalla el nombre de Eric, mi novio.
—¿Hola amor?—contesté.
—Hola, debemos hablar—dijo de frente, mi corazón latió con fuerza dispuesto a escuchar lo que debía decirme.
—¿De qué?—pregunté confundida.
—Hay alguien más, Lucy—respondió en seco, dejándome totalmente paralizada y con el corazón aún más roto.—, Ya no tiene sentido seguir juntos. Mejor dejemos todo así, gracias por todo lo bueno y discúlpame lo malo.
No me dio tiempo de responderle pues me había colgado, más lágrimas cayeron por mis mejillas. Parecía que mi lista de razones por las cuales no valía la pena seguir respirando aumentaba en vez de disminuir. Le envíe un audio de despedida a mi mejor amiga, samanta y uno a mis padres. Apague mi teléfono móvil y lo deje en el encimera de la cocina.
Decidida tome las pastillas y la botella, tome tantas como pude, mientras las pasaba con el alcohol. Me maree casi al instante, mi cuerpo no aguantó más y se desplomó, sin embargo me mantenía consiente, lo último que vi después de un rato en agonía fue abrirse la puerta de mi departamento…