Narra Oleg
El sol se asoma a través de las cortinas y, durante un largo momento, simplemente me quedo tumbado. Hacía tanto tiempo que no me permitía el placer de dormir junto a otra persona. No de forma s****l, sino en el sentido físico de estar junto a alguien. De hecho, casi nunca duermo y, sin embargo, anoche lo hice. Por primera vez en años, me dormí y no me desperté con una pesadilla.
No estoy seguro de por qué, pero diría que todo tiene que ver con la pequeña mujer que yace a mi lado. Me doy la vuelta suavemente, prestando mucha atención a mis movimientos. No quiero que se despierte aún, ya que todavía tengo que llamar y escuchar lo que ha descubierto mi hermano.
Con facilidad, levanto la cabeza de la almohada y dejo que mi mirada recorra su cuerpo. Siento un leve parpadeo de culpabilidad por haberle dado la píldora anoche, pero no estaba seguro de poder soportar que se resistiera. Además, debía de dolerle la cabeza y los brazos, y sé que la píldora se lo quitó todo, dándole un momento de tregua.
El pijama que lleva puesto puede ocultar bien su cuerpo, pero ya sé lo que se esconde debajo, y no puedo dejar de mirarlo. La necesidad carnal me golpea como un toro directamente en la ingle. Un mechón de su cabello dorado me hace cosquillas en la piel. No sé por qué, pero me inclino hacia ella, queriendo enterrar mi nariz en su cabello. Inhalar su aroma. Es un error. Ella no es de suma importancia para mí, y no hay manera de que Gisell sea ella, pero aun así quiero respirarla. Incluso si es solo fingido. Mis fosas nasales se agitan mientras inhalo profundamente. Tal y como había supuesto. Huele a limpio, a jabón y a algo más. Me llega a la nariz un leve aroma a lavanda, y la inhalo un poco más profundamente, queriendo saborearla en mi lengua y sentirla contonearse bajo mi cuerpo. Joder. Atribuyo a que hace una eternidad que no tengo sexo y por eso me siento tan atraído por ella, que es su viva imagen. Me recuerdo al instante que ella no es Isabel. Está muerta, y todo por mi culpa.
Me alejo de Gisell y fuerzo la distancia entre nosotros, me muevo fuera de la cama, que cruje bajo mi peso. Tomo mi teléfono de la mesita de noche y echo una última mirada por encima del hombro antes de salir de la habitación. En silencio, cierro la puerta tras de mí. No hay ningún lugar al que pueda ir, no mientras esté atada en mi cama. Me dirijo a la cocina y preparo el café de la mañana. La casa permanece abastecida en todo momento, la despensa llena, y la casa lista para vivir con poco tiempo de antelación por si alguna vez hay que venir aquí de inmediato. Eso es lo que la convierte en el lugar perfecto para venir, bueno eso, y que está aislada y lejos de ojos y oídos extraños.
Todavía no estoy seguro de lo que voy a hacer con ella. El control total es algo a lo que no debería tener acceso. La idea me vuelve loco. Quiero que sea sumisa, que ruegue y suplique por mí. Anoche le envié un correo electrónico, así que no estoy seguro de si ya la habrá investigado. O si en definitiva va hacer esto por mí. No nos separamos en buenos términos, y hace tiempo que no nos vemos. Tampoco me sorprendería que no contestara al teléfono. Responde el teléfono al segundo timbre.
—Oleg, mi hermano perdido. Que me parta un rayo.
—Dimitri, ¿Cómo te va? —pregunto, tratando de mantener una conversación casual, aunque ambos sabemos que esto es cualquier cosa menos una llamada casual.
—Bien ¿Cómo te ha ido? —sorprendentemente, su pregunta parece genuina, como si realmente quisiera saber si me ha ido bien.
—Lo mismo, más o menos.
—Por supuesto —se ríe.
—Mira, siento no haber llamado en un mes, y ahora te pido un favor sin venir a cuento, pero realmente necesito saberlo.
—He visto su foto —es todo lo que dice, y sé que lo entiende—.Todo está comprobado. Ella es quien dice ser. Gisell Briseño, diecinueve años, nacida y criada en el sur, hija de un político de poco renombre, Pablo Briseño y de su esposa Marlene Briseño, de apellido de soltera Brown. Dos hijas. Ningún otro pariente. No hay relación, Oleg. Al menos no a simple vista. Puedo investigar más a fondo...
—No, está bien—siento alivio y rabia a la vez. No tiene ninguna relación con Isabel. Es simplemente una casualidad de la naturaleza. O tal vez es el universo burlándose de mí. Probablemente esto último, me lo merezco, después de todo lo que he hecho, estoy seguro de que es su recuerdo el que me persigue.
—Entonces, ¿Gisell tiene una hermana?
—Sí, Amelia Briseño, de veintiún años, está estudiando actualmente en el extranjero.
—Bien. Una última cosa. ¿Qué quieres decir con político de poco renombre? —no necesito que alguien con conexiones venga a por mí.
—Solía ser alcalde de su pueblo en los tiempos en que sus hijas eran más jóvenes, pero algún escándalo de drogas lo hizo renunciar. Ahora es dueño de un pequeño supermercado. Gisell trabajó ahí hasta hace poco, luego se fue a la universidad. Su compañera de piso denunció su desaparición hace dos días.
Al menos su compañera de piso se preocupa lo suficiente como para darse cuenta de que ha desaparecido. Pero no importa. No la encontrarán, no escondida aquí.
—Bien, gracias. Lo digo en serio.
—Supongo que esperaré a que llames la próxima vez que necesites algo —suena un poco sarcástico, lo cual me merezco. He estado ignorando sus llamadas telefónicas, y ahora soy yo el que se acerca necesitando un favor.
—¿Por qué no quedamos próximamente? No me importaría ver tu fea cara —tan pronto como las palabras son pronunciadas, me arrepiento de haberlas dicho, y no porque no lo sienta.
Si me encuentro con mi hermano, tendré que llevarme a Gisell conmigo o dejarla sola en algún lugar. Ninguna de las dos cosas sería una buena idea.
—Sí, reunámonos. Te llamaré cuando esté de vuelta al país.
—Suena bien. Gracias de nuevo, hablamos en breve —le digo y cuelgo el teléfono.
Saber que todo es como ella dice significa que no me ha mentido. También significa que no tiene ninguna relación con Isabel. Sin embargo, cada vez que la miro, es exactamente lo que veo. Su cara sonriente. Sus brillantes ojos azules. Casi puedo oír su suave risa como una brisa que sopla entre los árboles. Ella fue mía por un instante, y luego la misma vida que vivo ahora me la arrebató.
¡Maldita sea! Golpeo el puño con rabia contra la encimera. Me duele el brazo, pero no es nada comparado con el dolor que siento en el pecho al recordar su memoria. Los sentimientos que estoy experimentando están fuera de control. Nunca he hecho algo tan descabellado. Siempre pienso las cosas y nunca muestro mis emociones porque si lo haces, podrías estar regalando todo tu negocio. Las emociones significan que tienes algo digno de cuidar, algo que alguien puede quitarte, y eso es lo que he hecho.
He comprado algo, alguien técnicamente, y ahora soy como un maldito león que vigila a su presa para que nadie más pueda tenerla. La indecisión pesa en mi mente mientras bebo mi café n***o y preparo algo de desayuno para Gisell. Todavía no tengo ni la más remota idea de lo que voy a hacer con ella. Sólo sé que no puedo dejarla ir. La deseo demasiado. Quiero poseerla, tocarla, dominarla. Nunca he deseado a una mujer como la deseo a ella, y no entender la razón que hay detrás, me está volviendo loco.
Buscando en la despensa, encuentro algo de avena. La cocino y la pongo en el rincón del desayuno con un vaso de zumo de naranja. No estoy ni cerca de ser doméstico, pero sé cocinar una puta comida. Vuelvo a subir las escaleras y entro en el dormitorio y me quedo de pie a los pies de la cama, mirándola, observando cómo duerme plácidamente, sabiendo que voy a perturbar eso. Voy a quitarle todo lo que había en su vida. Todo lo que tenía en el pasado ha desaparecido. Ahora, yo soy su pasado, presente y futuro. Ella es de mi propiedad, y aunque no sea Isabel, trae de vuelta a la vida todos esos sentimientos que creía desaparecidos, que nunca pensé que volvería a experimentar, y una parte de mí está enfadada con ella por eso. Sé que es completamente irracional. Al borde de la locura, pero igualmente quiero castigarla por ello. Infligirle dolor porque eso es lo que me está provocando, aunque sea sin querer. No es su culpa que se parezca a ella, pero no me importa. Alguien tiene que pagar.
Después de haber esperado lo suficiente, me acerco al lado de la cama y le doy una sacudida. Su piel está fría al tacto, casi como si tuviera frío. Como no se despierta enseguida, vuelvo a sacudirla, esta vez con más fuerza. Con un suspiro, sus labios se separan y sus ojos se abren. La confusión la invade primero, seguida del miedo. Sus ojos azules se clavan en los míos cuando vuelven los recuerdos de ayer. Hay una gran cantidad de secretos en esos azules profundos, y voy a hundirme en ellos y exponerlos todos.
El reconocimiento tarda un momento en aparecer, y entonces ella parece soltar un suspiro, inhalando otro, su pecho subiendo y bajando como si tratara de calmarse.
—Lo siento, olvidé dónde estaba —grazna, con la voz llena de sueño. Intento no preocuparme por estar asustada, pero no puedo, así que lo segundo mejor es apagar mis emociones por completo.
—Voy a desatarte, te llevaré al baño y luego iremos a la cocina para que puedas desayunar. ¿Recuerdas mi advertencia de anoche? —estrecho la mirada y me fijo en la ligera capa de pecas que tiene en el puente de la nariz.
No mentía anoche cuando le dije que era hermosa. Incluso magullada y asustada, parece un ángel. Una carita con forma de corazón, labios carnosos y ojos azules que podrían hacer que a cualquier hombre le flaquearan las rodillas. Además, es joven, todavía hay una inocencia en ella, lo que no hace más que aumentar su atractivo. No debería permitirme preguntarme cómo ha acabado en la subasta, pero lo hago. Suelen secuestrar a las mujeres para esas cosas en los lugares de vacaciones o en los clubes. Dondequiera que puedan encontrar chicas jóvenes que no sean extrañadas de inmediato.
Inocentes e ingenuas. Pueden conseguir que hagan lo que quieran. La universidad no es lo habitual. Mi opinión es que ella estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
—Sí, lo recuerdo —responde finalmente en voz baja.
Me da miedo creerla, pero quiero ponerla a prueba y ver qué hace. La desato de la cama y hago lo posible por no rozar su piel. El calor de su cuerpo ya me llama, y Dios sabe que me siento jodidamente atraído por ella. No he tenido sexo en una eternidad, así que no me costaría mucho explotar en este momento.
No me creo del todo su naturaleza sumisa. Incluso ahora, la forma en que está actuando es extraña, acabo de despertarla, y en lugar de gritar y suplicar que la deje ir, dice que se olvidó de dónde estaba... Es extraño y no es típico de una situación de secuestrador y cautivo. Hay algo raro en ella.
Una vez liberados los brazos, los estira por encima de la cabeza, probablemente intentando que la sangre vuelva a circular por ellos.
—Baño —gruño, señalando hacia él. Ella asiente y se levanta más rápido de lo debido. Veo que pierde el equilibrio y antes de que lo haga la sujeto por la cintura, segundos antes de caer al suelo, y la estrecho contra mi pecho. Las drogas que le di anoche pueden haberla dejado un poco mareada esta mañana, pero eso no me impide arremeter contra ella—¿Intentas suicidarte? —las palabras salen como un estruendo profundo de mi pecho mientras la miro. Soy un buen trecho más alto que ella, lo que la obliga a estirar el cuello para mirarme. No voy a negar que su pequeño cuerpo apretado contra mi pecho desnudo es probablemente lo mejor que he sentido en mucho tiempo. Es casi como si hubiera sido hecha para encajar allí perfectamente.
—No... Lo siento. Es que estoy inestable — responde, pero no hace ningún movimiento para apartarme. O es estúpida o no es consciente del peligro que corre.
Podría matarla con solo chascar los dedos, algo que ya he demostrado. Someterla sin esfuerzo y coger lo que quiero, y sin embargo ella se queda aquí amoldada a mi cuerpo, inamovible, sin que una súplica salga de sus labios.
Mi pene se endurece en mi pantalón de chándal que cuelga bajo, y sé que, si no la alejo, acabaré follándola aquí y ahora. A pesar de lo tentador que resulta, desconfío de su forma de actuar. Sería estúpido por mi parte ceder a mis necesidades más primarias con ella sin ver el panorama completo. Le sujeto por los brazos y le doy un ligero empuje, poniendo distancia entre nuestros cuerpos. La distancia es buena y es exactamente lo que necesito. Hace que su estúpido y embriagador aroma no entre en mi nariz. Evita que su suave cuerpecito se amolde a las duras partes del mío.
No quiero ser la pieza del rompecabezas que falta o su salvador. Quiero poseerla, quiero su completa sumisión. Quiero que sea mía y que entienda hasta dónde estoy dispuesto a llegar para que siga siendo así.
—Bien, porque no sirves de nada si estás muerta — siseo. Sus grandes ojos se redondean un poco más, pero no parece molestarse por mi descaro. Eso tiene que cambiar. Necesito que tenga miedo y que no acepte su destino—.Ve al baño antes de que cambie de opinión y te ate a la cama por el resto del día —la despido. Vacilante, se aleja y entra en el baño adyacente. Ni siquiera intenta cerrar la puerta tras de sí. De hecho, no ha intentado escapar ni me ha suplicado que la deje ir. Ni siquiera ha pedido que llame a sus padres o a su compañera de piso para hacerles saber que está bien. Cada orden que le doy, ella la obedece, y hay algo equivocado en eso. No debería obedecerme. No debería aceptar ciegamente su destino, pero así es como está actuando. La descarga del inodoro y el grifo abierto me sacan de mis pensamientos y me devuelven al presente. Al entrar en la habitación, se detiene ante mí y me mira como si fuera su amo. No es algo en lo que quiera ella que me convierta. Puedo prometerle eso—.La cocina —digo con brusquedad, irritado por haberme repetido cuando ya le he expuesto los planes. De hecho, estoy irritado en general. Con rabia, salgo del dormitorio, atravieso el pasillo y me dirijo a la cocina que da al salón con ella pisándome los talones. Cuando llegamos a la cocina, señalo la silla y ocupo el lugar justo enfrente de ella. Se sienta en la silla y se queda mirando su tazón de avena por un momento antes de tomar la cuchara. Come sin preguntar ni quejarse, aunque estoy seguro de que la comida ya está fría—. Tengo preguntas —golpeo con los dedos la mesa de madera.
—¿Sí? —Me mira, con la cuchara parcialmente en la boca.
Me doy cuenta entonces de que sus ojos están enmarcados por gruesas y largas pestañas del color de la arena. Piel blanca y cremosa, con un suave toque luminosidad. Me pregunto si sabría como ella, si me dejaría besar... Alejo el pensamiento antes de que pueda arraigar y cierro las manos en un puño apretado. Quiero golpear algo, herir a alguien. No estoy seguro de cómo, pero me abstengo de hacer cualquiera de las dos cosas.
Centrándome sólo en mi respiración, hago la pregunta que más me intriga.
—¿Por qué no has intentado escapar? ¿Suplicar que te libere? Ni siquiera has preguntado si podías llamar a tus padres. Seguro que sabes lo sospechoso que se me resulta eso, ¿verdad?
Algo cercano al miedo cruza su mirada y luego desaparece.
—Si te preguntara cualquiera de esas cosas, ¿Cuál sería tu respuesta? —responde.
Mi mirada se estrecha hasta convertirse en una rendija.
—No.
Ella levanta un poco la barbilla.
—Es exactamente por eso. No soy estúpida. Ya sabía que no me dejarías hacer ninguna de esas cosas, así que no tenía sentido preguntar. Me compraste por mucho dinero, así que por supuesto, no me dejarás ir. Suplicar no me llevará a ninguna parte, además de irritarte más. Luego está el hecho de que eres el doble de mi tamaño, y estamos en medio de la nada. Las posibilidades de que me escape de ti también son escasas, y probablemente acabe muerta o herida en el proceso de cualquiera de las dos formas. Lo mejor es comportarme y escuchar, con la esperanza de que no me mates ni me hagas demasiado daño.
Me rechinan los dientes y me cabrea un poco lo inteligente y razonable que es. Al comprarla, esperaba que fuera tímida y asustada. Que rogara, suplicara y que hiciera todo lo posible por huir. Mis expectativas eran obviamente erróneas. Ella es la hija de un político, sin duda. Evaluando los riesgos y tratando de controlar los daños. Todo lo que dijo tiene sentido, pero eso no significa que pueda confiar en ella. Tendrá que hacerlo mejor que eso.