Narra Gisell
El miedo me recorre y baja por la columna vertebral con la intensidad de un rayo.
—Todavía no lo sé —esa singular afirmación me hace estallar y me lleva directamente a un ataque de pánico en toda regla.
¿No sabe lo que me va a hacer? No importa que me haya salvado de ese hombre. Me condenó a un destino mucho peor cuando pujó por mí y ganó. Con los ojos cerrados, intento concentrarme en mi respiración. Sin embargo, es mucho más difícil de lo que una podría pensar, dadas mis circunstancias. Mientras estoy tumbada en el asiento trasero, cada bache que pasamos empuja mi rostro más hacia el asiento. Me palpitan los brazos y me duele la mejilla al rozar el cuero. Pienso en mi situación. No tengo que conocer a este hombre para saber que es malvado. Puedo sentirlo. La oscuridad se desprende de él en oleadas, dejando ruinas a su paso. Ese es el aura que desprende, y la forma en que me miró antes de levantarme del suelo y alejarme de ese hombre. Un hombre al que mató con sus propias manos sin pestañear ni mostrar una pizca de remordimiento, me estremezco al recordarlo. Claro que habría querido que ese enfermo bastardo muriera de todos modos, pero la forma en que lo hizo sin miramientos, como si se estuviera atando los zapatos. Me dijo todo lo que necesito saber sobre él. No voy a mentir. Por un momento, creí que podría haber algo bueno en él. La forma en que me miró cuando yo luchaba por respirar. Era casi como si tuviera un corazón, como si fuera más de lo que todos ven a su alrededor.
Había una pizca de compasión en su mirada hacia mí, preocupación... o eso creí yo. Entonces abrió la boca y dijo que su única preocupación era que su compra no sufriera daños. Me di cuenta rápidamente de que yo era su propiedad, nada más, y debía tenerlo en cuenta. No me iba a salvar, y no me había comprado sólo para dejarme ir. Iba a utilizarme, a lastimarme, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Después de lo que parece una eternidad, giramos hacia lo que debe ser un camino de tierra. El auto vibra cuando los neumáticos se mueven sobre la grava irregular. Las correas se me clavan en la piel, sobre todo en el cuello, y no puedo reprimir un gemido por mucho tiempo. Cuando por fin nos detenemos, estoy casi segura de que parte de mi piel debe estar sangrando, o al menos eso parece.
Mi captor sale del auto y abre la puerta trasera, metiendo la mano dentro para sacarme. No es más suave que cuando me metió en el auto, y tengo que morderme el interior de la mejilla para no gritar de dolor. Tengo las extremidades agarrotadas y doloridas, las muñecas en carne viva y la mejilla me palpita de dolor por los golpes de aquel tipo.
Me echa al hombro como si fuera un saco de patatas y me lleva a la casa. Probablemente no sirva de nada que mire a mi alrededor, que asimile el lugar en el que me encuentro, pero la parte de mí que quiere escapar de él, huir y ser libre me lo pide, así que lo hago. Levantando la cabeza, observando todo lo que me rodea. Árboles. Todo lo que veo son árboles, no importa en qué dirección mire. No tengo ni idea de dónde estamos, pero está claro que es un lugar aislado. Las montañas están a poca distancia, el sol poniente me dificulta distinguir todo lo que me rodea. Se detiene en el porche y tantea la llave. Un segundo después, la puerta se abre con un crujido y entra en la casa. La luz se enciende, iluminando la zona. Aunque el brillo me hace daño a los ojos, los abro. Necesito ver adónde me lleva, aunque no haya forma de evitarlo. Inclinando la cabeza hacia atrás todo lo que puedo, escudriño la zona. Hemos entrado en el salón. A mi derecha hay dos grandes sofás colocados frente a la chimenea. Mi cabeza gira para mirar a la izquierda y encontrar una cocina de aspecto moderno con un comedor adjunto. Todo está limpio y bien decorado con un toque rústico que me recuerda al interior de una cabaña. Tal vez sea eso lo que es. No tuve la oportunidad de ver mucho del exterior de la casa con la oscuridad. Una cabaña aislada en la ladera de una montaña tiene sentido. Apoyo la cabeza en su espalda mientras me lleva a las escaleras, con sus pies rozando la madera. Siento como si me llevaran a mi funeral porque, en cuestión de minutos, una parte de mí va a morir. Va a violarme. Lo que da miedo por más de una razón. El subastador anunció que era virgen, algo que no soy. Me golpea entonces, un miedo paralizante. ¿Y si se da cuenta y se enfada? No es mi culpa que el tipo que me secuestró haya mentido, pero soy la única aquí, la única con la que puede descargar su ira. Me deja caer sin contemplaciones sobre la cama. Caigo de lado y reboto contra el mullido colchón. Ni siquiera puedo disfrutar de la suavidad bajo mi cuerpo porque lo único que siento es dolor. Me hace girar sobre mi estómago y le oigo hacer ruido con la llave. Un momento después, suelta la cadena que me sujeta las muñecas. Aliviada, dejo caer los brazos a los lados y suelto un suave suspiro.
—Esto es lo que va a pasar, Gisell. Voy a quitarte las esposas y el collar del cuello para que puedas ducharte. Si haces alguna estupidez, te haré daño. Te haré daño de verdad. No como lo que hizo ese tipo allá atrás, sino peor. Hay una celda fría y vacía en el sótano, y no me importa poner tu etiqueta con tu nombre en esa puerta ¿Entendido?
—Entendido —asiento con la cabeza, saboreando la suavidad de la sábana rozando mi mejilla.
Me quita las esposas como había prometido. Luego me quita el collar. Quiero frotarme la piel donde estaba el cuero y el metal, pero me obligo a mantener las manos a los lados.
—Levántate —me ordena con aspereza.
Mis movimientos son lentos y dificultosos, pero consigo ponerme en pie y darme la vuelta lentamente. En cuanto lo hago, desearía no haberlo hecho. Está muy cerca, puedo sentir el calor de su cuerpo como si fueran llamas lamiendo mi piel. Es alto, tan alto que tengo que inclinar la cabeza hacia arriba y hacia atrás para ver su rostro. Sus propios ojos de color ámbar escrutan el mío, casi como si me estudiara, analizando cada centímetro de él.
—¿Cómo te llamas? —pregunto en voz baja.
No dice nada durante mucho tiempo, sólo me mira fijamente. Cuando estoy segura de que no va a responderme, finalmente dice: Oleg.
Lo único que puedo hacer es asentir. No sé qué más puedo preguntar o decir. No tengo que hacer las preguntas más obvias. ¿Qué quieres de mí? ¿Me dejarás ir? ¿Por qué a mí? No soy estúpida. Puedo responderlas yo misma. Me quiere para el sexo. No me dejará ir. Y me eligió a mí porque, de las cuatro chicas de ese escenario, yo era la más atractiva para él.
—Ve a ducharte —señala hacia una puerta abierta al otro lado de la habitación—. Deja la puerta abierta y sal desnuda cuando termines —me trago el nudo en la garganta y le hago otro pequeño gesto con la cabeza antes de escabullirme hacia el baño. Casi cierro la puerta por costumbre, pero me detengo cuando mis dedos tocan la suave madera. No miro hacia atrás para ver si me está mirando, no cuando puedo sentir sus ojos sobre mí. Me alejo de su vista y abro la ducha. Mientras espero a que el agua se caliente, observo mi entorno. Al igual que lo que he visto hasta ahora de la casa, es bonita, pero nada del otro mundo. Supongo que esperaba que un hombre que suelta un millón de dólares en una noche viviera en una mansión o al menos en una casa lujosa. Lo que me lleva a preguntarme si esta es su casa o la de alguien más. No saber qué planea hacer conmigo me preocupa más que nada. Una parte de mí esperaba que me follara en la parte trasera de su auto. Me sorprendió que no hiciera nada de eso. Cuando el vapor empieza a llenar la habitación, me meto en la ducha. Suspirando sonoramente, me olvido de Oleg y de dónde estoy. Prácticamente me derrito bajo el rocío de agua y me tomo mi tiempo para lavar cada centímetro de mi cuerpo, tratando de sacar el olor de la subasta de mi piel. Me gustaría que el jabón pudiera borrar el recuerdo de los últimos dos días. Me sorprende un poco cuando, al cabo de unos minutos, no entra a ver cómo estoy. Pero, de todos modos, ¿dónde podría escapar? Termino la ducha y cierro el grifo. Me estremezco cuando mis pies entran en contacto con el frío azulejo y cojo rápidamente una toalla mullida que está perfectamente doblada en el estante que hay sobre el inodoro. La toalla de algodón me parece un lujo mientras me seco y envuelvo mi cuerpo tembloroso con ella. Mi mirada se fija en mi reflejo en el espejo y apenas contengo un jadeo. He pasado por un trance, sí, pero no creía que tuviera tan mal aspecto. Tengo feas marcas rojas en la garganta por el collar y huellas de manos azuladas alrededor del cuello. Mi mejilla no tiene mucho mejor aspecto, hinchada, negra y azul. Se me debe haber roto una vena en el ojo derecho, ya que el blanco está mayormente rojo sangre, ahora. Ya no parezco yo misma, y estoy segura de que cuando me vaya de aquí seré una persona completamente diferente. Si es que alguna vez salgo. Parpadeando las lágrimas que se han formado en mis ojos al ver mi propio reflejo, fuerzo una respiración entrecortada en mis pulmones, no más lágrimas. Me repongo y me dirijo a la puerta. Mis pasos vacilan, me detengo en la puerta y encuentro a Oleg sentado en el borde de la cama. Parece perdido en sus pensamientos, probablemente tratando de decidir su próximo movimiento. Al levantar la vista del suelo, su mirada se topa con la mía. Es intensa y absorbente. El tipo de mirada que te hace flaquear las rodillas y te hace tomar decisiones estúpidas. La irritación le frunce las cejas—¿No sabes escuchar? He dicho que salgas aquí desnuda. ¿Eso te parece desnuda? —su tono es burlón mientras señala mi cuerpo cubierto con la toalla.
Robusto es la mejor manera de describir a este hombre. El cabello oscuro y revuelto y una ligera barba incipiente ensombrecen su angulosa mandíbula. Es definitivamente atractivo, pero más en el sentido de “Te mataré después de nuestra cita”. No quisiera cruzarme con él, eso es seguro.
—Lo siento, tenía frío —dejo caer la toalla, y sus ojos hacen un rápido repaso, deteniéndose en mi rostro y permaneciendo allí. No soy tímida con mi cuerpo y, sin que él lo sepa, tampoco soy tan inexperta. He estado con un par de hombres, aunque para mí ha pasado mucho tiempo.
—Ven aquí —me ordena, y mis pies se mueven solos. Me detengo justo frente a él, pero aparentemente, eso no es suficiente—. Más cerca—abre las piernas y me hace un gesto para que me coloque entre ellas. Al dar un paso adelante, mis rodillas tocan el borde de la cama. Parece una trampa, en la que acabo de caer. Levantando una mano, pasa las yemas de sus dedos por mi estómago, dejando un rastro de piel de gallina a su paso. Esas mismas manos suben para acariciar cada uno de mis pechos, y me avergüenzo cuando roza con su pulgar mi duro pezón, y siento una ráfaga de placer en mi vientre. Lo achaco a la naturaleza. Mis hormonas o mi cuerpo no entienden qué clase de hombre es, mi cuerpo simplemente reacciona ante un hombre atractivo que acaricia mi piel desnuda—.Date la vuelta —me ordena. Me doy la vuelta lentamente, dejando que inspeccione cada centímetro de mi cuerpo, sabiendo que eso es exactamente lo que está haciendo. Después de todo, ha pagado por mí, así que ¿por qué no iba a hacerlo? Sus dedos se mueven descaradamente por mis partes más íntimas como si fueran suyas, y supongo que, en su mente, lo son—.Eres preciosa —murmura—. Voy a disfrutar mucho de ti—sus palabras me hacen temblar. Sé que el sexo es una parte de esto. Probablemente la parte más relevante para él y me doy cuenta de que lo tomará tanto si lo quiero como si no, pero no estoy preparada. Por otra parte, supongo que nadie puede prepararse para ser violada—.Pero ahora no. Ponte esta ropa —añade. Por un momento, creo que está bromeando, pero cuando me vuelvo a girar para mirarle, encuentro un pijama con estampado de búho colocado en la cama junto a él. Independientemente de que sea un truco o no, no quiero volver a desobedecer. Algo me dice que la paciencia de Oleg no está para ser puesta a prueba. Me muevo hacia un lado, me inclino y cojo la ropa de la cama. La curiosidad me lleva a preguntarme si acostumbra tener ropa de mujer por ahí. Todo en él y en este lugar me resulta desagradable. ¿Tal vez trae mujeres aquí continuamente? Mis pensamientos se retuercen y pronto me pregunto qué hace con las demás. Si es que hay otras. ¿Las vende? ¿Las mata? Oh, Dios, me estoy metiendo en un agujero del que no puedo regresar. Me pongo rápidamente el pijama de algodón y, por el momento, me hace sentir normal, aunque sé con certeza que todo esto está muy lejos de ser normal. Oleg se levanta de la cama y la habitación parece encogerse con su estatura. Inconscientemente, doy un pequeño paso atrás—.Tómate la pastilla y bebe al menos la mitad de ese vaso de agua—me señala la mesita de noche, donde encuentro ambas cosas. Cada vez me recuerda más a un cavernícola, ordenando y señalando, esperando que le haga caso sin rechistar.
—¿Qué es...?
—Hazlo —dice esta vez con más severidad, su mirada me divide por la mitad.
Aunque no quiero tomar la píldora, sé que no hay forma de evitarlo. Es la píldora o algo mucho peor, y no estoy dispuesta a seguir ese camino. Tengo que elegir mis batallas, y no vale la pena luchar por esta.
Derrotada, cojo la píldora blanca y ovalada, me la pongo en la lengua y me la trago con casi todo el vaso de agua. Oleg me observa, con una mirada de satisfacción que aparece en su rostro.
—Ahora, ponte en la cama de rodillas y coloca las manos en la espalda—dudo unos segundos, pero el profundo gruñido que retumba en su pecho hace que mis piernas se muevan un segundo después. Me subo a la cama y me arrastro por ella, llegando a apoyarme en las rodillas como me ha indicado y con las manos a la espalda. La posición es incómoda y hará que duerma inquieta, pero de nuevo es esto o... Pienso en lo que dijo en el auto, una celda oscura y fría. El aire se mueve con cada movimiento de Oleg, y creo que podría sentirlo detrás de mí, aunque no pudiera oír sus pasos acercándose. Me atrevo a echar un vistazo por encima del hombro y descubro que lleva una cuerda en lugar de las cadenas. Eso me hace sentir un poco mejor. Puede que no sea cómodo tener las manos atadas a la espalda toda la noche, pero sin duda será mejor con la cuerda que con las esposas de metal, el collar y las cadenas—.Ojos al frente —ladra cuando se da cuenta de que estoy mirando, y mi cabeza se echa hacia atrás como si mi cuerpo ya estuviera acostumbrado a recibir órdenes. Me enrolla la cuerda alrededor de las muñecas unas cuantas veces, haciendo un bucle entre ellas, y luego la aprieta de alguna manera. La cuerda se clava en mi ya sensible carne, pero me muerdo la lengua para evitar que se me escape un gemido. No es el momento de quejarse.
Tengo que ser inteligente con esto. Tengo que asegurarme de no enfurecerlo ni molestarlo. Y lo más importante, necesito ganarme su confianza. Es mi única oportunidad de salir de aquí. Me agarra por detrás de los brazos y me tumba en el colchón, de modo que mi cabeza está sobre la almohada y estoy tumbada de costado. Un momento después, la luz se apaga y la habitación queda en completa oscuridad. El pánico se apodera de mí en cuanto el espacio se queda a oscuras. Tengo los ojos muy abiertos, pero no veo nada. En un instante, vuelvo a estar en esa celda... sola, y con frío, mucho frío. Mi corazón se acelera cuando oigo a Oleg moverse por la habitación. De alguna manera, su presencia es lo único que evita que me vaya por el precipicio y me sumerja de cabeza en un ataque de pánico.
La cama se hunde y puedo sentir cómo se mete en la cama y se tumba en el hueco que está a mi lado. Nuestros cuerpos no se tocan, pero aún puedo sentirlo, su calor corporal irradiando hacia mí. Puedo oler el espeso aroma masculino de su colonia y oír el ritmo uniforme de su respiración. No estoy sola. No estoy en la celda. Me repito a mí misma hasta que vuelvo a estar tranquila. Irónicamente, ahora no estoy mucho más segura, pero de alguna manera me siento más segura. Supongo que después de estar aislada y sola, incluso la compañía de un criminal es mejor que nada. Moviendo mi cuerpo unos centímetros, intento ponerme lo suficientemente cómoda para dormirme, pero el movimiento solo lo empeora. Me pregunto si consideraría la posibilidad de sujetarme de otra manera.
—¿Hay alguna forma de aflojar la cuerda? — pregunto antes de poder detenerme.
—No —responde bruscamente.
Pasa un momento de silencio entre nosotros, y otra pregunta del millón arde en el borde de mi lengua.
Como la idiota que soy, pregunto: —¿No quieres... ya sabes, tener sexo?
Suspira, casi como si le molestara mi presencia, lo que no tiene sentido para mí. Me compró para tenerme aquí y, sin embargo, le molesta que esté hablando o incluso viva, parece.
—Esta noche no, pero no te preocupes, pronto estarás de espaldas, rogando y suplicando que pare. Ahora, si eres inteligente, te callarás y te dormirás.
No hago más preguntas tontas después de eso. Se me cierran los ojos y me obligo a dormir. Estoy cansada, agotada como el demonio. El problema es que estoy demasiado incómoda y asustada como para pensar en dormir. Los minutos pasan lentamente y estoy a punto de rogarle que me desate, cualquier cosa para aliviar el dolor de mis hombros, pero no lo hago. Ese pensamiento se desvanece poco a poco y es sustituido por una cálida sensación de confusión que se extiende por mis venas. El dolor de mis extremidades se alivia, se filtra lentamente como un veneno hasta que desaparece por completo. Ingrávida como una nube, creo que mi cuerpo podría flotar en el cielo nocturno. Sólo por un momento me doy cuenta de que no debería sentirme así. Debería estar asustada y dolorida, pero no siento ninguna de esas cosas.
—¿Qué me has dado? —murmuro, pero no estoy segura de que las palabras salgan bien.
—Duérmete —gruñe, sin dar explicaciones. Y esta vez, lo hago.
Nota: Te invito a leer mi otra historia de Enero-Febrero llamada LA niñera del viudo millonario.