—Gracias, tía— le susurré y miré sus celestes ojos, en serio había hecho todo lo posible por cuidarme y se había esforzado por mantener la amistad con mis padres como un pacto de sangre. —Vamos, león, debemos reunirnos— dijo Stinger revolviendo mi cabello y Bart le seguía con su bastón, regalo de un accidente en moto hace unos años. Caminamos a la vieja oficina de mi padre que pasó a ser la oficina de la casa casi siempre ocupada por Cloe o por el grupo de hombres mayores que eran ahora mis tíos. Todos ocupamos un asiento y Bart sacó cuatro cervezas del freezer que ahí tenían, acababa de cumplir mis 18 y era la primera cerveza que compartíamos. —Eder, ya eres mayor de edad— comenzó Stinger, su cabello estaba gris y los tatuajes en su piel lucían un poco gastados —Y también eres bachil