Allison

1137 Words
  –   Pero, ¿usted quién se ha creído? ¡¿Me ve cara de prostituta acaso?! – Le espeto en voz alta. Estoy bullendo del enojo. Si bien es cierto que tengo que lidiar con hombres todo el tiempo y que muchos siempre intentan propasarse, de ahí a que me ofrezcan dinero para acostarme con ellos es demasiado. Así que no me lo he pensado dos veces y le he bofeteado de súbito como una respuesta inmediata de defensa propia. El idiota que se encuentra frente a mí se acaricia la mejilla y me mira sorprendido, su cara es un poema. Creo que los pocos comensales que se encuentran aquí nos miran sorprendidos también. –Discúlpeme, en verdad no fue mi intención. Es que he ido a muchas posadas y generalmente… –No me importa lo que haya hecho usted, sabrá Dios dónde. Aquí en mi posada ofrecemos comida y cama, si eso no le basta, puede largarse ahora mismo – le respondo en voz baja. Señalo la puerta con la cabeza, porque no estoy para andar por las ramas. Él me mira como si fuera un ser con dos cabezas, pero no me importa. Me quedo callada esperando su respuesta. Levanta los brazos como en señal de paz y el murmullo de la sala, indica que cada quien ha vuelto a lo suyo. –Siento el malentendido, en verdad. Espero me disculpe, quisiera quedarme. Puedo ver el inicio de una sonrisa asomándose en su boca. “Y usted, ¿de qué carajos se ríe?” quisiera preguntarle, pero me abstengo y me enfoco en lo que verdad importa. – ¿Querrá que le sirva la cena? – le pregunto menos agresiva. –Por favor, lo agradecería mucho – sonríe, pero yo no le devuelvo la sonrisa. Toma asiento en una de las mesas de la taberna y voy a la cocina para buscar un plato de lo que la señora Crook, la cocinera, ha preparado esta noche. –Ternera asada, con puré de patatas y salsa de moras – le informo colocando el plato inmenso delante de él, junto a una jarra de cerveza. En la posada tengo que hacer de todo un poco porque en los últimos meses no produce lo suficiente para pagar a una chica que me ayude, a penas, alcanza para pagarle a la cocinera, lo que me lleva a tener que estar en el mostrador, sirviendo y haciendo lo que haga falta. El hombre apuesto a quien he abofeteado me mira con picardía y me da las gracias: –¿Lo ha preparado usted? – pregunta un tanto asombrado. Yo no puedo evitar reírme, porque dentro de todas mis habilidades, ser cocinera no es una de ellas. –Ya quisiera yo, pero no. Buen provecho, señor. Me marcho de nuevo detrás del mostrador y lo veo comer con mucho ánimo, sin embargo, sus modales son exquisitos. Lo sé porque yo misma fui educada en una casa grande, de una buena familia de clase alta, con una institutriz que me indicó cómo debe de comportarse uno en sociedad, por lo que sé que debe ser de buena familia, ya que su manera de comer no se compara a la del público usual que viene aquí.  El caballero, aunque después de su insinuación no sé si deba llamarle así, tiene un aspecto misterioso que le hace muy atractivo. Su pelo oscuro y ondulado, la barba que cubre su rostro, el cuerpo que se ve que ha sido trabajado en la batalla, deben de atraer a muchas, porque se ve que es un soldado y puedo decir que es muy guapo, al punto de poder interesarme en él, lástima que sea un idiota. Continúo con mis funciones detrás del mostrador, recibiendo a los clientes que vienen por una jarra de cerveza, por cena o por una habitación. Cuando ya es bien entrada en la noche, el lugar queda casi vacío y el soldado aún se encuentra en la mesa, para mi sorpresa, leyendo un libro con la luz de  una vela. Comienzo a levantar los platos y jarras que han quedado en las mesas, porque con el afán de la noche no había tenido tiempo de recoger. Cuando paso junto a él, recojo su plato y le interrumpo en su lectura, que parece ser muy interesante porque está absorto. –Disculpe que no había venido nadie a limpiar la mesa, esta noche ha estado un poco movida y estamos cortos de personal. Levanta la mirada y sus ojos oscuros escudriñan los míos, yo no lo miro por mucho rato, porque tengo cosas que hacer. –Descuide, no hay problema de mi parte, de hecho, ni me había fijado. –Ya, cuando esté listo, puedo indicarle cuál es su habitación – digo camino a la cocina con las manos cargadas de ajuares. –Perfecto, en ese caso, me gustaría descansar ahora – cierra su libro y se levanta. Dejo todos los trastes en la cocina y regreso al salón para guiarlo al segundo piso por las viejas escaleras de madera. Él me sigue en silencio y cuando llegamos a la puerta de la que será su habitación, le digo: –Dentro encontrará una jarra con agua para asearse y un poco de jabón, pase una buena noche. Doy media vuelta para marcharme porque tengo aún pendientes por llevar a cabo, a pesar de lo tarde que es, pero su mano toma la mía con delicadeza, a la vez que su voz grave rompe el silencio: –Señorita, discúlpeme una vez más, no fue mi intención ofenderla. Su mirada parece sincera, pero no me dejo convencer por ojitos tiernos, por muy atractivo que sea, la intención es la misma. –Quizás podríamos empezar de nuevo, ¿me diría al menos su nombre? – su voz baja es muy seductora. Pienso si contestarle o no, pero al final me decido por responderle: –Allison – y me marcho sin preguntarle el suyo, porque en verdad, no creo que necesite saberlo y no creo que haya nada qué empezar.   Vuelvo al salón, termino de recoger las losas, limpio las mesas, barro el piso de madera, cierro la puerta que está un tanto destartalada, apago todas las velas y me voy a la cocina. La señora Crook ya se ha ido y no la culpo, es pasada la media noche, pecado sería pedir más de lo que ya ella da. Me pongo a lavar los platos en silencio, porque sé que mañana será mayor la pila si no lo hago hoy y cuando por fin he terminado con todo, tomo un plato con un pequeño trozo de carne y un poco de patatas, para comer en silencio, mientras hago números, pensando cómo pagaré la deuda que tengo, antes de que vengan mis acreedores a reclamar lo que es suyo
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