Satisfaccion

1279 Words
Zurek entra al baño cuando ya Aquilegia estaba siendo secada para vestirse. —¿Cómo amaneció la nueva reina de Uspavonka? —pregunta satisfecho viendo la desnudez de su mujer. No podía arrepentirse de su decisión. La noche anterior lo había pasado divino comiendo de su caliente coño. Nunca había sentido cosa igual, correrse en su interior mientras está se está viniendo junto a él, pensar en sus dos gruñidos uniéndose para luego adornar su coño y muslos. De solo pensarlo sus deseos por empotrarla vuelven. —Bien, tenía dolor pero Mirella me ayudó a recuperarme con este placentero baño. —aclara Aquilegia sin explicar bien como lo hizo. —Eso está muy bien, porque cuando regrese del campo quiero comer tan rico como lo hice anoche. Quiero que me esperes desnuda en mi cama. Dispuesta a pedirme más y más. —Aquilegia va a protestar pero Zurek la toma de la mandíbula para besarla con fiereza—. No quiero ningún pero, eres mi esposa y tienes que cumplir con tus deberes de reina. Además hay que hacerlo muchas veces y de muchas maneras, pues la reina tiene que darme un heredero al reino. —Este sale sin permitir que Aquilegia le grite lo mucho que lo desprecia. —Señora, ¿quiere que la ayude en algo? —la mujer nueva llena de coraje con su esposo. —Que me dejen sola. Eso quiero. —señala la puerta para que salga. Mirella va a protestar ya que la reina aún seguía desnuda pero el rostro de Aquilegia lo dijo todo. —En la mesa está su desayuno. —susurra la doncella antes de salir de la habitación. Aquilegia salió del baño enojada con ella misma. Ese hombre es capaz de no cumplir su promesa o peor aún, enviar a matarlos a todos. No cree en él y mucho menos en su palabra. Se acuesta en la cama y ve su desayuno toma un poco del jugo de naranja y lo demás lo deja entero. Se puso una capa de seda para cubrir su desnudez y salió de su habitación. —Majestad, ¿para donde va? —pregunta Silvana que en ese momento iba camino a ver si se había comido todo el desayuno. —Quiero conocer los jardines. —miente, ni ella sabía que haría. —No tenemos jardines,mi señora, así que puede volver a sus aposentos a esperar al rey. —Aquilegia mira a la mujer mayor y solo asiente volviendo a su celda. Las horas pasaron y Silvana al ver que Aquilegia no comió el desayuno en el almuerzo puso doble brebaje. Su rey había pedido que su reina estuviera cachonda cuando él llegara. La noche anterior la disfrutó como nunca lo había hecho antes con ninguna de las mujeres del harén. Aquilegia como a las seis de la tarde comenzó a sentirse deseosa como si el fuego del infierno se apodera de su cuerpo. Su coño late fuerte, sus pezones comenzaron a erguirse rozando la tela de su camisón. Un gemido involuntario salió de su boca alertando a su doncella que en ese momento acomodaba la ropa limpia en el armario. —¿Se encuentra bien, mi señora? —Aquilegia niega. —No, mi cuerpo se quema. —dice respirando profundo. No quiere sentir ese deseo insaciable de la noche anterior. No quiere volver a entregarse a su ahora esposo. —¿Desea que la ayude? —Aquilegia asiente, desea librarse de esa excitación sin medida. Mirella se acerca y sube las faldas de su señora, acaricia sus pliegues y Aquilegia gime. —Su majestad está muy húmeda. —Comenta la mujer sintiendo atracción por su señora. —Lo sé, necesito correrme pronto. —lloriquea la reina. Mirella solo asiente, abre las piernas de su reina para acercar su boca. —¡No! —grita Silvana entrando a la habitación. Aquilegia la miró deseando matarla. Ella necesita desahogar sus deseos—. Mi reina, ya nuestro rey está por llegar y vine para escoltarla hasta su habitación. —Aquilegia asiente muy a su pesar. La ayudan a levantarse, pero al caminar no podía dejar de gemir al rozar su hinchado clítoris. —¡Ah! —gime y Silvana sabe que está por correrse. Cuando llegó a la habitación le sirvió una copa de vino del rey. —Tome su majestad, verá que te sentirás más relajada. Aquilegia bebió de golpe sintiendo como su cuerpo pide atención, pero algo más pesado. —Gracias. —dice entregando la copa a la mujer. —Por nada, mi señora. Su esposo desea encontrarla desnuda, déjeme ayudarla para que cumpla sus deseos. —Aquilegia se comenzó a sentir mareada y se dejó desnudar por Silvana que luego que la ayudó a acomodarse en la cama y limpio con una toalla y una cacerola de agua sus muslos empapados, salió dejándola allí bajo los efectos de los brebajes que le suministró. Aquilegia sentía que se quemaba entre las brasas del infierno. Estaba confundida, ¿Cómo es que lo detesta y al mismo tiempo necesita que la posea con urgencia? No entiende qué le sucede, nunca había sentido tanta necesidad de un hombre. No pudo aguantar más y comenzó a amasar sus pechos. Jadeo ansiosa al sentir la sensación placentera que esto le provoca. Bajó su mano hasta su coño encontrando su clítoris hinchado y sensible al tacto. Silvana la había limpiado, pero ya estaba igual de empapada que antes. Es algo que no puede controlar como deseaba. —¡Oh Pal¡ ¡Oh, ven y sacia mi sed! Necesito liberarme, necesito esto. —pide acariciando sus pliegues húmedos. Está tan envuelta en su masturbación que no se enteró que Zurek había llegado y la observa con hambre mientras se quita en silencio su ropa. —¡Oh, maldición, Pal, estoy … Ahh! —Aquilegia arquea su espalda al sentir como su vulva se contrae para expulsar un chorro caliente. —¡Oh sí! —gruñe Zurek deleitándose con la corrida de su mujer—. Llegue en el mejor momento. —Se acerca para besarla. Se separa y sirve dos copas de su vino alterado con estimulantes sexuales—. Brindemos por una noche candente de pasión. Aquilegia bebe con sed el vino sintiendo como este la relaja más. Zurek le sirve otra copa para que vuelva a beber, mientras más consuma más sumisa la vuelve. Ya Silvana le había dicho la cantidad de afrodisíaco que vertió en su comida, también que tomó precauciones para prevenir un embarazo. Aunque esa noche quería más del virginal cuerpo de su reina. Lo quería todo para él. —Por favor, tómame. —pide desesperada necesitando sentir la fricción de sus cuerpo teniendo sexo desenfrenado. Con cada segundo que pasaba se sentía más sensible al tacto. Tanto así que hasta los besos que el hombre le daba en su piel la hacían correrse sin ella pretenderlo. Zurek no dijo nada. Solo subió a la cama y poniéndola en cuatro, comenzando a follarla como un animal en celo. Aquilegia gemía fuerte. Sentía que moriría de tanto placer. El m*****o del rey es grande y complaciente. Zurek sintió como se corrió apretando su m*****o, empapándolo de todos sus fluidos y salió de su coño para follar su boca. Para él no había nada más hermoso que ver a su reina de rodillas suplicando por su caliente leche. Para Aquilegia ese acto que a todas luces era grotesco por tratarse de un hombre sin corazón era tan placentero al punto de sentir la sed que solo su caliente leche podía calmar. De solo pensarlo escurrirse en su boca la hace alcanzar el punto exacto de su excitación.
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