LA VERDAD DE LOS ROSTROS

1131 Words
El sonido del café derramado sobre la mesa rompió el silencio. Fue un pequeño accidente, algo que, en otros tiempos, habría causado una risa nerviosa, pero en ese momento se convirtió en una señal, como si la mesa en la que Sofía y Andrés se encontraban fuera un escenario donde se estaba jugando una obra que ambos no podían controlar. Andrés, con una expresión de disculpa, levantó la taza rápidamente mientras Sofía, aún atónita por el encuentro, apenas pudo reaccionar. En ese instante, las palabras que ambos habían compartido en las cartas, los sueños que habían forjado entre líneas, parecieron diluirse, como si la inmediatez de la realidad les hubiese dado una bofetada silenciosa. —Lo siento mucho, no era mi intención… —dijo Andrés, sonriendo con una ligera vergüenza, tratando de mitigar la incomodidad del momento. Sofía, aún sin poder quitarse el asombro de encima, solo pudo sonreír suavemente, buscando una forma de tranquilizarse. —No te preocupes, Andrés, solo… es que, no sé, esto es tan… real. —Sus palabras flotaron en el aire como si fueran un intento de justificar la avalancha de emociones que sentía. Podía ver a Andrés, allí, frente a ella, con la misma mirada que había reconocido en sus cartas, pero ahora su rostro, sus gestos, su voz, tenían una nueva textura. Era la realidad, la física, la palpable. Los minutos pasaron en silencio, el sonido de la gente alrededor de ellos como una corriente distante mientras ambos se miraban. Había algo extraño en sus ojos, como si ambos intentaran descifrar si lo que sentían era lo mismo que imaginaban. Andrés, a pesar de la calma con la que había llegado, parecía estar tan nervioso como ella, y Sofía, quien por lo general se mostraba tan serena, sentía que su corazón palpitaba con una intensidad que nunca había experimentado. —Te veo diferente, pero en el mejor de los sentidos —comentó Andrés finalmente, como si intentara romper la tensión de forma honesta. Sofía lo miró fijamente, buscando comprender la verdad detrás de sus palabras. Era una verdad que había estado aguardando desde el primer momento en que recibió su primera carta. Durante meses, su mente había formado imágenes, construyendo un ser que, ahora, al verlo frente a ella, parecía más humano que idealizado. Pero esa humanidad, con sus pequeñas imperfecciones y gestos nerviosos, la tranquilizaba. Era algo que le mostraba que no había falsedad en este encuentro, aunque el misterio que había envuelto su relación seguía allí, acechando en cada mirada, en cada palabra que no se decía. —No sabía qué esperar, para ser honesta —respondió Sofía, finalmente recuperando algo de compostura. Era la verdad. Nunca había imaginado qué ocurriría cuando finalmente se encontraran. Las cartas, tan llenas de promesas y sinceridad, se habían mantenido como un refugio. La idea de Andrés había sido, en muchos momentos, más una figura de deseo que una persona tangible. Ahora, esa figura había cobrado vida. Y, en esa vida, había algo que no podía controlar, una sensación de incertidumbre que rondaba su corazón. Después de unos momentos, ambos comenzaron a hablar más cómodamente, aunque las primeras palabras fueron más superficiales, centradas en cosas como el clima, el lugar en el que se encontraban, lo que había sucedido en sus vidas desde la última carta. Había una extraña sensación de regreso al principio, como si no supieran cómo hacer la transición de las cartas a la vida real. Cada frase parecía pesar más de lo habitual, cargada de la historia no contada que ambos llevaban consigo. Andrés, por su parte, tenía una leve sonrisa que nunca había mostrado en sus cartas. Era cálida, genuina, y en ella se podía leer la alegría de estar frente a Sofía, pero también había una cierta fragilidad. Era como si, al mirarla de cerca, finalmente comprendiera lo que había estado construyendo con tanto empeño, pero ahora el peso de lo real lo asaltaba. —Lo que escribimos en las cartas… —empezó Andrés, con una mirada pensativa—. Es cierto, pero también es… solo una parte de nosotros, ¿no? Sofía lo miró con una mezcla de sorpresa y entendimiento. Las cartas habían sido su refugio, un espacio donde podían ser ellos mismos sin filtros. Habían compartido miedos, sueños y deseos sin miedo a ser juzgados. Pero ahora, sentados uno frente al otro, todo se volvía más complicado. —Sí, lo sé —respondió Sofía, jugando con la servilleta sobre la mesa, buscando algo que decir, algo que hiciera que todo se sintiera más sencillo. Pero al mismo tiempo, algo en su interior le decía que el encuentro real, la confrontación con la verdad de sus rostros, era inevitable. Ambos estaban cambiando en ese momento. Las palabras, que habían sido un ancla hasta entonces, ahora se sentían vacías. La realidad estaba imponiendo su peso sobre ellos, transformando el amor construido sobre las letras en algo que se debía vivir, algo que no podía seguir siendo solo una construcción de ideas. Sofía sintió una especie de vértigo emocional, como si de repente todo lo que había dado por cierto estuviera a punto de desmoronarse. —Andrés… —dijo con suavidad, buscando la manera de expresar la duda que le carcomía el alma—. ¿Y si lo que tenemos no es lo que pensamos? ¿Y si solo es una ilusión? Las palabras de Sofía flotaron en el aire, y Andrés no respondió de inmediato. En su lugar, solo la miró con una intensidad que no necesitaba palabras. A través de sus ojos, Sofía vio el mismo miedo, la misma vulnerabilidad. No era una respuesta verbal lo que él le debía, sino una respuesta emocional. Porque las cartas los habían conectado en un nivel profundo, pero ahora, frente a frente, esa conexión debía ser probada. Andrés respiró hondo, como si el peso de su propio miedo le hubiera recorrido el pecho. Finalmente, se inclinó hacia ella y, con voz baja, dijo: —No sé lo que sucederá entre nosotros, Sofía. Pero lo que sé es que, aunque esto me asuste, quiero saberlo. Quiero descubrirlo contigo. Fue un momento de vulnerabilidad compartida, un punto de no retorno. En ese instante, las cartas que habían cruzado sus vidas dejaron de ser el único vínculo entre ellos. El desafío de la realidad había llegado. Pero también lo había hecho el compromiso, un compromiso silencioso, que no era más que el deseo de entenderse más allá de las palabras. Un suspiro compartido entre ambos. El aire, antes cargado de duda, se volvió un poco más ligero. En ese espacio lleno de incertidumbre, se dio el primer paso hacia lo que podría ser una relación real, tangible, sin máscaras ni ilusiones. Pero el futuro seguía siendo incierto. Y, por ahora, eso estaba bien.
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