Cuando llegaba el fin de semana, Jennifer se estresaba. Porque eso significaba encontrarse con Henry a cada momento, como no encontrarlo pensó " Está es su casa y ésto viviendo en ella y de paso estaba embarazada de él". Soy una tonta. Y aceptaba que se había enamorado tal vez del hombre equivocado. Porque la relación era una transacción comercial que no tenía nada que ver con sentimientos que ella pudiera sentir por él, era una irresponsable y no se podía confiar en sí misma. Estúpida que se había enamorado a aquel hombre, y tan aterrorizada de lo que hacía al mismo tiempo, que era incapaz de funcionar como un ser humano normal. Jennifer, bajo al comedor para desayunar y ahí estaba Henry sentado y enseguida que lo vio sintió que el corazón se le quería salir del pecho. Se puso seria y
—Buenos días.
—Buenos días. Contestó muy cortez con una sonrisa en los labios. Estaba incómoda, y él sabía por qué. Estaba cruzando la línea. Ella lo quería lejos. Tras la debacle en la sala de cine de la semana anterior, él sabía lo que quería. A ella. Sabía que era imposible, y se repetía una y otra vez que no podía ocurrir. Pero lo cierto era que no estaba acostumbrado a frenar sus deseos. Nunca había tenido que abstenerse de lo que quería. Hasta donde alcanzaba su memoria, siempre había sido independiente, dueño de sus propios deseos. Hacía lo que le apetecía, y nadie podía detenerle. Pero esta vez, Jennifer, estaba implicada en lo que él quería. Era lo que él quería. Y él era un niño caprichoso, no sabía cómo hacer frente al hecho de que simplemente no podía tenerla.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
—¿Cómo se porta el bebé?
—Bien, creciendo. Jennifer dijo estás palabras con tanta inocencia. Se dio cuenta. Durante las últimas semanas, se había responsabilizado de su propia salud; hacía más ejercicio, comía mejor, y siempre se acordaba de tomar sus vitaminas. Aquello únicamente hacía que la deseara más.
—¿Y se está moviendo mucho?.
—Mucho.
—Me alegra. ¿ Estás por salir de vacaciones de la universidad?.
—Si, ya casi debe ser en dos o tres semanas. Puede que tome un curso extra por el reposo médico. Por los malestares. ¿Recuerdas?. Perdí muchas clases. Dijo esto haciendo una mueca que le causó mucha risa a Henry.
—¿ Y vas a tomar esas clases?.
—Aun no lo sé. Me gustaría descansar más para cuando llegue el bebé.
—Me parece bien. Dijo Henry mirandola de frente. Sus ojos, esos ojos azules, le provocaban un cosquilleo en todo el cuerpo. Recordó aquellos ojos cerca de su rostro, mientras le hundía la lengua en su boca. Habían reflejado pasión y ardor por ella. Aquel hombre, con su potente y sensual cuerpo, la deseaba. Había deseado su cuerpo. Su m*****o se había endurecido e hinchado y había estado a punto de estar dentro de ella. Jennifer, suspiró con fuerza y luchó por mantener el vaso que sostenía entre sus manos. El deseo, que había sido una sensación extraña durante tanto tiempo, era ahora no sólo una ocurrencia habitual, lo llevaba en la sangre.
—Gracias, por todo lo que haces por mi, por tus gestos para conmigo.
—No, tiene nada que agradecer. Te quiero ayudar y quiero agradecerte también por tú compañía. Henry, tenía que ausentarse para ir a la empresa, eran raras las ocasiones que iba los días sábado para la oficina. Pero en el fondo Jennifer, se sentía aliviada, tenerlo ahí todo el día aceleraba sus cinco sentidos. No podía estar en un constante estado de excitación. Pero, tan pronto como se fue, extrañó su presencia. Se estaba acostumbrado a la seguridad que le proporcionaba. Más tarde se encontraba en su oficina, trabajando en una investigación. Luego bajo un rato al jardín. En ese momento se abrió el portón y vió entrar el auto de Henry, y sintió como sus mejillas se encendían.
—Fuiste rápido.
—Si, lo iba a hacer era algo rápido. Y caminaron juntos hasta la entrada de la casa.
—Que bien.
—¿Quieres hacer algo especial está noche?. ¿O deseas salir?.
Jennifer, se mordió el labio. La última vez que le había propuesto que se quedaran en casa, habían acabado casi teniendo sexo.
—Me encantaria salír. Se dirigieron al salón.
—Voy, para la cocina. Dice Jennifer.
—¿Y eso?
—Quiero unas cerezas.
—Pero, llama a la Señora Wilson.
—No, ella salió hace un momento. Y puedo hacerlo.
Henry, la siguio hasta la cocina, se sentó en una banqueta mientras ella sacaba las cerezas de la nevera. Mientras tanto Henry, la observaba con detalles, su trasero estaba mas grande, sus pechos hinchados y el vientre que un día era plano. Se encontraba ligeramente abultado, cargaba puesto una camisa de organza floreada y resaltaba más el vientre de Jennifer que estaba en crecimiento. Lo que le llamó profundamente la atención.
—Deja de mirarme así.
—Me encanta mirarte.
En ese momento Jennifer, colocó las cerezas en una taza para lavarlas y cuando pasó cerca de Henry, sin querer le dejo caer un poco de agua. Jennifer toda apenada
—Disculpame, por favor.
—No, te preocupes que no pasa nada.
En ese momento Henry, se quitó la camisa, dejando al aire un pecho, ella se quedó boca abierta viendolo. Y mientras lo miraba dió un paso y se resbaló con el líquido derramando en el piso. Emitió un grito de dolor, se recostó a la mesa.
—¿Te golpeaste?
—Mi pie. Decía entré sollozo.
—¿Dejame ver?. En verdad estaba preocupado.
—Me duele. Ella hizo un gesto de dolor. Henry se agachó para quitarle la sandalia y ya se notaba el pie un poco hinchado
—Creo, que es un esguince.—Gracias a Dios, no te caíste.
—Voy a llamar al Doctor. Jennifer, hubiera protestado, pero estaba jadeando. Tenía un fuerte dolor y era incapaz de protestar. Todavía no se había recuperado del horror en pensar que hubiese sucedido con el bebé si se hubiera caído. Henry la cargo en brazos hasta la habitación. Y en vez de llevarla para su cuarto la llevo para el cuarto de él. Pero Jennifer en ese momento no le interesaba. Lo único que sabía que tenía un gran dolor.